El pasado jueves, en conferencia de prensa, Donald Trump dijo que
dejará la Casa Blanca si el Colegio Electoral certifica la victoria de
Biden, lo cual ocurrirá el próximo 14 de diciembre. “Ciertamente lo
haré. Y eso lo saben ustedes”. Aunque conservó cierta ambigüedad,
presumo que renunciará ese día.
El próximo expresidente apuesta por el Colegio Electoral porque si
consiguiera que los compromisarios de los estados en que Biden ganó se
revelarán y votaran por él, sería presidente. Parece imposible, pero
él, en su delirio, cree que puede cambiar la historia.
La renuncia, sugerida por Trump el pasado jueves, sería una especie de
huida hacia adelante. Una vez en posesión del cargo, Mike Pence
pudiera exonerarlo, tal como hizo Gerald Ford en 1974 cuando perdonó a
Nixon. A propósito, el sustituto, invocará la Constitución según la
cual: “El presidente…tendrá facultad para suspender la ejecución de
sentencias y para conceder indultos por delitos contra los Estados
Unidos…”.
Esta fórmula liberaría a Trump del calvario en que él mismo ha
convertido los procedimientos para la transición, le permitiría
relanzarse como figura mediática, representar a la vez el papel de
víctima y héroe ante sus 70 millones de partidarios (que no son pocos)
y comenzar a tejer la trama para buscar venganza en 2024.
¿CÓMO RENUNCIAR?
Cuentan que un día de 1974 el presidente de la Corte Suprema de los
Estados Unidos fue consultado: “¿El presidente Nixon planea renunciar
y pregunta qué debe hacer?” ¿No sé ―respondió el letrado― supongo que
con decir que no quiere seguir es suficiente”?
El día 8 de agosto a las 9 de la noche Richard Nixon se dirigió a la
nación comunicando su intención de renunciar al cargo: “…Dejar mi
cargo antes de cumplir su término es abominable para cada fibra de
instinto en mi cuerpo… «Lamento profundamente cualquier daño que pueda
haber hecho en el desarrollo de los hechos que condujeron a esta
decisión», Si algunos de mis juicios fueron errados —y algunos lo
fueron— los hice porque en el momento lo creí en el mejor interés del
país. Por eso mismo, para evitar una crisis que sentaría un precedente
peligrosamente desestabilizador, prefiero dimitir…”
En la mañana del 9 de agosto convocó a Henry Kissinger, secretario de
estado, entregando una misiva de 16 palabras: “Estimado señor
secretario. Por este medio abandonó el cargo de presidente de los
Estados Unidos. Sinceramente, Richard Nixon”. Kissinger se limitó a
anotar: 11:35. HK.
Seguidamente, se despidió de sus colaboradores y empleados de la Casa
Blanca, salió por la puerta principal donde fue despedido por todo el
personal y por una escolta militar formada para ceremonia. En el
jardín abordó un helicóptero. No era el “Marine ONE” nave oficial, a
la cual ya no tenía derecho.
Tal vez con ciertas analogías la historia se repita. Uno hizo trampas
para ser elegido, el otro acude a ellas porque no lo ha sido. La
historia fue benévola con Nixon. ¿Lo será con Trump? Allá no nos
vemos.
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