Hoy,
más que nunca, a pocos meses de las elecciones presidenciales en
Estados Unidos, debemos estar atentos al lobo que se viste con piel de
cordero.
Se
acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos y con ello,
como suele ser habitual, la posibilidad que estalle una nueva guerra, la
intensificación de otras, alguna agresión vía un atentado directo o de
bandera falsa.
Ese es
el panorama que amenaza a algunos países del mundo: Irán, Venezuela,
Corea del Norte, Rusia, China, principalmente, enfrentados a la
Administración Trump y la política belicista características de los
gobiernos norteamericanos. Una realidad con hechos concretos,
implementados y con efectos visibles tales como: la intensificación de
sanciones contra los mencionados gobiernos y pueblos, catalogados como
un “peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos” o como “una
amenaza inusual” con acciones violatorias del derecho internacional.
Sumando, además, el apoyo que otorga Washington a los crímenes sionistas
contra el pueblo palestino y la monarquía saudí contra el pueblo de
Yemen.
En el
caso específico de la llamada “política de máxima presión” contra la
República Islámica de Irán, esta es una de las líneas centrales de la
política exterior estadounidense, implementada al amparo de la violación
por parte de la Casa Blanca, del Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC
o JCPOA, por sus siglas en inglés) que el pasado 14 de julio cumplió 5
años desde su firma en Suiza. Máxima presión que implica sanciones
económicas, tecnológicas, financieras, sanitarias, congelamiento de
bienes de la nación persa y la amenaza de impedir el levantamiento de
las sanciones en el campo militar, que debe terminar el próximo mes de
octubre pero que en manos de Trump se ha convertido en una presa
electoral para satisfacer al complejo militar-industrial, que necesita
para su desarrollo y posibilidades de venta de armas, que el mundo esté
en constante desestabilización.
Lo
sintomático, es que además de las sanciones unilaterales que lleva a
cabo contra Irán, Estados Unidos impulsa que sus aliados, en específico
los países europeos firmantes del JCPOA: Francia, el Reino Unido y
Alemania también se sumen a esa política de máxima presión, so pena de
sufrir ellos también las medidas coercitivas de una administración
cuestionada internacionalmente por el asesinato del teniente general
Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes
de la Revolución Islámica (CGRI), asesinado en territorio iraquí por
misiles lanzados por fuerzas estadounidenses estacionadas en bases
militares del país árabe, que recibieron la respuesta contundente de
Irán como represalia ante ese crimen.
En el
caso de la Federación Rusa, la presión contra la nación euroasiática se
expresa de múltiples formas, donde la más peligrosa es la militar.
Esto, a través de la exigencia que hace Washington a sus socios
europeos, agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN), para que aumenten el gasto de su PIB al 2 % antes del año 2024 y
que posteriormente se incremente hasta un 4 %. Ya 15 países de un total
de 29 que conforman la Unión Europea han señalado que subirán su
porcentaje del PIB como lo demanda Estados Unidos. Esto, con el objetivo
de fortalecer a la OTAN que implica, medularmente, el aumentar la
compra de armas, equipos y sistemas de seguridad estadounidenses. Trump
ha sido categórico con los países europeos, en obligarlos a asumir ese
mayor costo económico, incluso con la decisión de disminuir, un
porcentaje importante, los efectivos militares estadounidenses
acantonados en Alemania, que implica pasar de 35 400 tropas a 25 000 soldados, que serían trasladados a Polonia, parte de la estrategia de presión contra Rusia.
Lo
consignado es un objetivo planteado, sin remilgos, por el jefe del
Pentágono, Mark Esper, quien ha hecho llamados permanentes a sus socios
europeos, para fortalecer la OTAN con el objeto de “disuadir a Rusia y
así potenciar a nuestros socios como esperamos”, objetivo que implica la
mejora de las capacidades de combate de la OTAN que debe asegurarse con
la contribución de la menos el 2 por ciento de su Producto Interior
Bruto destinado a la defensa. Hemos progresado mucho en eso en los
últimos dos años, pero hay que hacer más”, afirmó Esper, quien no ha
escatimado esfuerzos por conseguir que el cerco contra la Federación
Rusa se incremente, a través de fronteras militarizadas y el esfuerzo
destinado a lograr un enfrentamiento más directo entre Rusia y Ucrania a
través de provocaciones territoriales y suma de sanciones apelando al
supuesto apoyo de Moscú a los movimientos separatistas del este
ucraniano —que en un 90 % son rusoparlantes—.
Pence,
como secretario de Defensa de Trump, ha delineado una política que
contempla tanto a la Federación Rusa como a la República Popular China,
como peligros para Estados unidos y el mundo. “Cada vez está más claro
que Rusia y China quieren perturbar el orden internacional mediante el
veto de las decisiones económicas, diplomáticas y de seguridad de otros
países”. En el caso específico de la nación norteamericana,
Pence consigna que los gobiernos de Putin y Xi Jinping son un peligro
para la defensa, economía y seguridad y que tal peligro debe ser
contrarrestados. China es considerada un peligro en materia comercial y
tecnológica, lo que explica las decisiones contra la empresa Huawei, las
acusaciones de guerras cibernéticas que Pekín habría impulsado contra
Estados Unidos y la guerra arancelaria y económica iniciada por
Washington desde junio del año 2018.
En la
misma zona asiática, con relación a Norcorea, Estados unidos incrementa
su presión militar enviando aviones espías, al mismo tiempo que trata de
mostrar una cara amable, llamando a un diálogo al gobierno de Kim
Jong-un que ha resultado vano. Como apoyo a esta política de presión
contra Corea del norte, Washington se vale también del Reino Unido, que
para no ser menos, a principios de julio colocó
en su lista negra de personas y entidades sancionadas, a la Oficina del
Ministerio de Seguridad del Estado y la Oficina Correccional del
Ministerio de Seguridad Popular haciéndose parte de la política hostil
del Gobierno de Trump.
Un
conflicto que también tiene elementos de tensión militar, sobre todo
cuando la referencia es el Mar de la China, al Península coreana y las
presiones que Washington ejerce con ayuda de sus aliados de Australia,
Japón y Corea del Sur, fundamentalmente y los apoyos de Washington a los
grupos opositores en Hong Kong, acusando a China de afanes
expansionistas y de acosar a la región administrativa especial mediante
la imposición de una ley que castiga los actos considerados de sedición
lo que determinó que Washington le quitara a Hong Kong, el tratamiento
preferencial en materia económica.
Pekín
contesto, a través del embajador de China en Estados Unidos Cui Tiankai,
quien señaló “Washington debe reconocer la realidad de una China fuerte
donde tenemos el derecho legítimo de convertir a nuestro país en un
estado modernizado, fuerte y próspero, como cualquier otra nación del
mundo…¿Está EE.UU. listo o dispuesto a vivir con otro país, con una
cultura muy diferente, un sistema político y económico muy diferente
(...) en paz y cooperar en los numerosos desafíos globales que siguen
creciendo?” interrogante que aún no tiene respuesta pero que visualizó
negativa, sobre todo porque la estrategia electoral del equipo de Trump
ha elegido tomar dos focos de ataque. Joe Biden y Pekín, en forma
principal y a Rusia, Venezuela e Irán como segundo foco en aras de
conseguir apoyos a un régimen con baja adhesión de la ciudadanía.
Con
relación a Venezuela esa política de máxima presión referida, ha tenido
diversos cuadros que muestran a Washington de derrocar al Gobierno del
presidente Nicolás Maduro, “castigar” a su población, ejecutar acciones
que implican operaciones militares a cargos de mercenarios y desertores
del Ejército venezolano, además de ampliar en forma absolutamente
brutal, el embargo, las sanciones e incluso propiciar el robo de los
recurso financieros venezolanos en el extranjero como ha sido los 1200
millones de dólares en oro (31 toneladas) que se suponían resguardados
en una entidad financiera británica. Recordemos que en marzo de este
año, coincidente con el aniversario del fallecimiento del comandante
Hugo Chávez Frías, Trump ordenó, por quinto año consecutivo, el renovar
el decreto que signa a Venezuela como “una amenaza inusual para Estados
unidos. Un decreto que tuvo su origen en el gobierno del ex presidente
Barack Obama. Mostrando con ello que la supuesta diferencia en política
exterior entre republicanos y demócratas es simplemente una fábula.
Para su
labor contra la nación sudamericana, Estados Unidos se vale del apoyo
de regímenes incondicionales, como es el caso del gobierno de Boris
Johnson, que aupado por la propia justicia británica, ha expoliado el
depósito en oro, que el Gobierno venezolano mantiene en el Banco de
Inglaterra, argumentando reconocimiento al autoproclamado Juan Guaidó y
con ello una potestad espuria sobre bienes venezolanos. Tal como lo
señalé en el artículo el Reino Unido y su esencia de Bucanero, publicado
en el portal segundo paso.es, ha quedado en evidencia que “La Isla
Europea da muestras que su monarquía Constitucional, el gobierno
presidido por el conservador Boris Johnson y esta monserga de supuesta
defensa del modelo occidental de la democracia, el respeto a la
legalidad internacional tiene comportamientos similares e incluso
superiores, en niveles de delincuencia, que su primo estadounidense”.
Debemos
estar alertas, nada bueno se puede esperar de una política
estadounidense basada en la agresión, en la búsqueda de sometimiento y
menosprecio a la soberanía de los pueblos. Nada positivo es posible
esperar de un gobierno, que pretende contender su crisis sanitaria,
económica y social, apelando a la agresión contra aquellos países que se
levantan con dignidad e independencia. Un mundo, que a través de
algunas naciones, ha decidió dar lucha a un imperialismo a la baja, con
una hegemonía que no resiste el ímpetu de numerosos pueblos, que
reclaman un lugar preponderante en el escenario mundial, no en base al
poderío impuesto, sino con relaciones internacionales donde las mismas
leyes, que nos hemos dado como pueblos, se cumplan. No es utópico pensar
en ello, está establecido, es el marco legal que nos rige pero hemos
“dormido el sueño embrutecedor, de un imperialismo que actúa como el
opio, como una droga que paraliza y ciega.
La
unilateralidad estadounidense exige nuestro objetivo de
multilateralismo. La agresión exige un frente común y develar, que
aquellos que se jactan de su tipo de democracia, son simplemente
embusteros, corsarios, piratas y violadores de las leyes
internacionales, que suelen exigir su aplicación cuando se trata de
otros, pero negarse acatarla cuando su intimidación, sus violaciones son
desnudadas. Hoy, más que nunca, a pocos meses de las elecciones
presidenciales en estados unidos, debemos estar atentos al lobo que se
viste con piel de cordero.
NOTA. SOMBREAR LOS ESPACIOS EN BLANCO PARA LEER.
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