La
actual directiva de política exterior de la Casa Blanca contra Cuba,
además de la vil obsesión imperial de destruir la Revolución, recogida
en un guión de más de seis décadas de agresiones y fracasos, se inscribe
en la proyección fascista global de un gobierno que la propia prensa
estadounidense califica en desespero y desatino, con un mandatario
arrinconado y a la defensiva, y un comportamiento autodestructivo
La actual directiva de política
exterior de la Casa Blanca contra Cuba, además de la vil obsesión
imperial de destruir la Revolución, recogida en un guión de más de seis
décadas de agresiones y fracasos, se inscribe en la proyección fascista
global de un gobierno que la propia prensa estadounidense califica en
desespero y desatino, con un mandatario arrinconado y a la defensiva, y
un comportamiento autodestructivo.
Washington no disimula el odio y el ensañamiento contra la Isla desde aquel primer show en Miami del presidente electo Donald Trump con esbirros de la tiranía batistiana, banqueros y mercenarios de la Brigada 2506 o de la Fundación Nacional Cubanoamericana, flotipandilleros y otros connotados terroristas muy allegados a los congresistas anticubanos de la Florida y New Jersey, así como al vicepresidente Mike Pence o al secretario de Estado Mike Pompeo. Una cúpula de extrema derecha que rápidamente se identificó con la moribunda mafia miamense y se trazó una hoja de ruta horripilante, que anunció aquel propio día.
«…Con efecto inmediato, estoy cancelando el acuerdo completamente unilateral del Gobierno del presidente Obama con Cuba. Hoy anuncio una nueva política, tal como prometí durante la campaña, y firmaré ese contrato justo en esa mesa en un momento», afirmó, y posteriormente leyó parte del engendro: «Fortalecer la política de Estados Unidos hacia Cuba». Y agregó: «fortalecer muchísimo. Así que esto es muy importante, y vean lo que va a suceder».
Ocurrió que descaradamente el Gobierno de los EE.UU. le dijo al mundo que revive la Doctrina Monroe en sus relaciones con América Latina y el Caribe, y trata a los países no como iguales, sino como inferiores o marginales, e incluso como inminentes blancos seguros de su agresión militar para sacar del poder a sus gobernantes, con amenazas, ultimátums, bloqueos genocidas, sanciones, golpes de Estado y despojos.
DEL VANDALISMO AL TERRORISMO
Para la Isla, aplicó un libreto injerencista y criminal de máxima intensidad, vinculado a su estrategia antivenezolana y de restauración neoliberal en el continente, apostando al infame Memorando del Departamento de Estado del 6 de abril de 1960, que traza las vías para tratar de rendir al pueblo cubano «por hambre y desesperación»; de ahí las acciones, casi semanales, para recrudecer cualitativamente la aplicación del bloqueo, una violación flagrante, masiva y sistemática de los derechos humanos, de acuerdo con la Convención de 1948.
En lo delineado incluyó la aplicación de la Ley Helms-Burton a rajatabla, con marcado carácter extraterritorial; persecución y aplicación de medidas no convencionales para impedir el abastecimiento de combustible a Cuba; la prohibición de los viajes de ciudadanos estadounidenses, de cruceros y de vuelos procedentes de ee. uu. al interior del país; las presiones sin precedentes para cerrar las misiones médicas cubanas en varios países; el robo de cerebros; cierre de las licencias a empresas norteamericanas, que tenían permiso para operar en nuestro territorio; las prohibiciones y restricciones al envío de remesas, y cuanta acción macabra genera o se le ocurre a la mafia miamense y sus socios en la Casa Blanca.
En una mezcla de subversión económica, político-diplomática, ideológica, mercenarismo, agresión mediática y diversas manifestaciones de guerra no convencional, han configurado el escenario del negocio de la guerra contra Cuba, del que viven los congresistas anticubanos de ayer y de hoy, así como un puñado de millonarios camaleónicos vinculados o capos de mafias y organizaciones terroristas, que –como mencionamos en marzo pasado– aprovechan sin escrúpulos los nuevos tiempos del macartismo y el fascismo a lo Trump, Pence y Pompeo, para hacer millones de dólares a costa de más bloqueo, odio y restricciones para tratar de hacer estallar a la Revolución desde dentro.
Pero el año bisiesto de Trump contra Cuba ha ido mucho más allá de lo tradicional, acorde con su personalidad egocéntrica y disparatada, y un equipo asesor que ha ido de mal en peor, por la calaña de los que ingresan o expulsan, entre intrigas, escándalos y procesos judiciales, que a lo largo del primer semestre de 2020 ha promovido desde el vandalismo hasta el terrorismo contra la Isla.
Amaneció el año con una sucia maniobra mediática para hacer creer que en Cuba existe un clima de inseguridad y violencia. El denigrante hecho de profanación de bustos del Héroe Nacional de Cuba, José Martí, dirigido y difundido desde Miami por anexionistas y mercenarios, tuvo la inmediata cobertura de varios medios «alternativos», al servicio de quienes insisten en orquestar campañas de mentiras contra la realidad cubana.
En abril, Cuba denunció el ataque terrorista con fusil de asalto y más de 30 impactos de balas a nuestra Embajada en la capital de ee. uu. y ha reclamado al Gobierno estadounidense una investigación exhaustiva y rápida, sanciones severas y las medidas y garantías de seguridad de nuestras misiones diplomáticas en su territorio, tal como está obligado por la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961.
ATAQUE A LOS PILARES
La respuesta de Washington ha sido más hostilidad, recrudecimiento del bloqueo, de la subversión, y oídos sordos a los reclamos de la comunidad internacional de apartar las diferencias políticas y eliminar las medidas coercitivas unilaterales, que violan el Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas y limitan la capacidad de los Estados para enfrentar eficazmente la pandemia del nuevo coronavirus.
El 8 mayo, Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores, denunció que la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, por su sigla en inglés) dedicará dos millones de dólares adicionales para atacar a brigadas médicas cubanas, y un mes después se conoció que Marco Rubio y otros senadores republicanos presentaron un proyecto de ley para «castigar» a países que contraten estas misiones.
En vez de despilfarrar en agresiones contra la cooperación internacional y la salud de los pueblos, el Gobierno de Estados Unidos debería centrar esfuerzos en evitar la enfermedad y la muerte de sus ciudadanos a cuenta de la covid-19, afirmó en Twitter el Canciller cubano.
Es un ataque a los pilares, las raíces, los paradigmas, los valores, los principios, a la memoria, las conquistas, a la historia; la guerra cultural que se nos hace por todos los canales posibles y con gran intensidad desde las redes sociales contra todos los sectores sociales, pero con especial interés contra aquellos vitales para el desarrollo económico, la salud, la defensa, la seguridad y el orden interior.
Son apenas los programas subversivos y las medidas fascistoides más visibles. Entre 1997 y 2018, el Programa Cuba de la Usaid aprobó unos 900 proyectos y actividades de un amplio carácter subversivo y contrarrevolucionario, de acuerdo con un artículo del investigador Manuel Hevia Frasquieri.
Solo en estos últimos cinco años la cantidad de programas ascendió a más de 500, lo que evidencia un crecimiento exponencial, resultado de la enorme ofensiva subversiva a que es sometido nuestro país por las últimas administraciones yanquis. Obviamente, estos proyectos no fluyen abiertamente sobre Cuba. La Usaid y la Fundación Nacional para la Democracia (ned por su sigla en inglés) utilizan vías alternas enmascaradas ante la respuesta de las autoridades cubanas, para lo que cuentan con asignaciones millonarias. Hasta junio del pasado año, la administración Trump había destinado más de 22 millones de dólares con tales propósitos, según datos del sitio web Cuba Money Project.
FASCISMO SIN MASCARILLA VS. «REVOLUCIÓN AMERICANA»
El pasado viernes 3 de julio, en un discurso electorero en el que tildó de «nuevos fascistas» a quienes protestan y cuestionan el racismo, Trump, montado en su verborrea de mentiras, con 130 000 muertos por la COVID-19 al hombro, un liderazgo cuestionado, tensiones sociales, una crisis económica indetenible y las protestas por los asesinatos racistas de su policía, –buscando aplausos y apoyos de fanáticos seguidores– expresó: «Diremos la verdad tal como es, sin disculparnos: Estados Unidos de América es el país más justo y excepcional que haya existido en la Tierra».
Sus palabras en un acto de 7 000 personas sin mascarillas ni guardar distanciamiento social, un día en que se reportaron en ee. uu. 60 000 nuevos contagios, y ya sumaban 2 795 163, es una burla, en primer lugar, para el pueblo estadounidense, que siente miedo y desprotección ante la situación actual; un nuevo agravio a las víctimas del exterminio estadounidense en Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, Iraq, Afganistán o Siria, así como a los que resisten o mueren por bloqueos, sanciones y guerras encubiertas; a los miles de negros, latinos o indios americanos despojados de sus derechos, de sus tierras o de la vida
.
Sin embargo, realizó guiños y alabanzas a los grupos ultraconservadores y a la llamada derecha religiosa que –se plantea– son ahora su principal apoyo, cuando va muy por detrás en las encuestas del candidato demócrata Joe Biden.
La subversión en grado extremo ha llegado a la propia campaña electoral de EE.UU. y ese discurso lo confirma. Ningún crítico del magnate escapa a sus insultos, y ha sido su práctica desde la campaña electoral anterior. El viernes enfiló sus ataques contra todos: escuelas, profesores, alumnos, periodistas, editores, periódicos, revistas, televisoras, emisoras de radio, empresas y empresarios, activistas de derechos humanos, organizaciones defensoras de grupos raciales, a quienes incluyó en el saco del «nuevo fascismo de izquierda» que «quieren derrocar la Revolución Americana».
Washington no disimula el odio y el ensañamiento contra la Isla desde aquel primer show en Miami del presidente electo Donald Trump con esbirros de la tiranía batistiana, banqueros y mercenarios de la Brigada 2506 o de la Fundación Nacional Cubanoamericana, flotipandilleros y otros connotados terroristas muy allegados a los congresistas anticubanos de la Florida y New Jersey, así como al vicepresidente Mike Pence o al secretario de Estado Mike Pompeo. Una cúpula de extrema derecha que rápidamente se identificó con la moribunda mafia miamense y se trazó una hoja de ruta horripilante, que anunció aquel propio día.
«…Con efecto inmediato, estoy cancelando el acuerdo completamente unilateral del Gobierno del presidente Obama con Cuba. Hoy anuncio una nueva política, tal como prometí durante la campaña, y firmaré ese contrato justo en esa mesa en un momento», afirmó, y posteriormente leyó parte del engendro: «Fortalecer la política de Estados Unidos hacia Cuba». Y agregó: «fortalecer muchísimo. Así que esto es muy importante, y vean lo que va a suceder».
Ocurrió que descaradamente el Gobierno de los EE.UU. le dijo al mundo que revive la Doctrina Monroe en sus relaciones con América Latina y el Caribe, y trata a los países no como iguales, sino como inferiores o marginales, e incluso como inminentes blancos seguros de su agresión militar para sacar del poder a sus gobernantes, con amenazas, ultimátums, bloqueos genocidas, sanciones, golpes de Estado y despojos.
DEL VANDALISMO AL TERRORISMO
Para la Isla, aplicó un libreto injerencista y criminal de máxima intensidad, vinculado a su estrategia antivenezolana y de restauración neoliberal en el continente, apostando al infame Memorando del Departamento de Estado del 6 de abril de 1960, que traza las vías para tratar de rendir al pueblo cubano «por hambre y desesperación»; de ahí las acciones, casi semanales, para recrudecer cualitativamente la aplicación del bloqueo, una violación flagrante, masiva y sistemática de los derechos humanos, de acuerdo con la Convención de 1948.
En lo delineado incluyó la aplicación de la Ley Helms-Burton a rajatabla, con marcado carácter extraterritorial; persecución y aplicación de medidas no convencionales para impedir el abastecimiento de combustible a Cuba; la prohibición de los viajes de ciudadanos estadounidenses, de cruceros y de vuelos procedentes de ee. uu. al interior del país; las presiones sin precedentes para cerrar las misiones médicas cubanas en varios países; el robo de cerebros; cierre de las licencias a empresas norteamericanas, que tenían permiso para operar en nuestro territorio; las prohibiciones y restricciones al envío de remesas, y cuanta acción macabra genera o se le ocurre a la mafia miamense y sus socios en la Casa Blanca.
En una mezcla de subversión económica, político-diplomática, ideológica, mercenarismo, agresión mediática y diversas manifestaciones de guerra no convencional, han configurado el escenario del negocio de la guerra contra Cuba, del que viven los congresistas anticubanos de ayer y de hoy, así como un puñado de millonarios camaleónicos vinculados o capos de mafias y organizaciones terroristas, que –como mencionamos en marzo pasado– aprovechan sin escrúpulos los nuevos tiempos del macartismo y el fascismo a lo Trump, Pence y Pompeo, para hacer millones de dólares a costa de más bloqueo, odio y restricciones para tratar de hacer estallar a la Revolución desde dentro.
Pero el año bisiesto de Trump contra Cuba ha ido mucho más allá de lo tradicional, acorde con su personalidad egocéntrica y disparatada, y un equipo asesor que ha ido de mal en peor, por la calaña de los que ingresan o expulsan, entre intrigas, escándalos y procesos judiciales, que a lo largo del primer semestre de 2020 ha promovido desde el vandalismo hasta el terrorismo contra la Isla.
Amaneció el año con una sucia maniobra mediática para hacer creer que en Cuba existe un clima de inseguridad y violencia. El denigrante hecho de profanación de bustos del Héroe Nacional de Cuba, José Martí, dirigido y difundido desde Miami por anexionistas y mercenarios, tuvo la inmediata cobertura de varios medios «alternativos», al servicio de quienes insisten en orquestar campañas de mentiras contra la realidad cubana.
En abril, Cuba denunció el ataque terrorista con fusil de asalto y más de 30 impactos de balas a nuestra Embajada en la capital de ee. uu. y ha reclamado al Gobierno estadounidense una investigación exhaustiva y rápida, sanciones severas y las medidas y garantías de seguridad de nuestras misiones diplomáticas en su territorio, tal como está obligado por la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961.
ATAQUE A LOS PILARES
La respuesta de Washington ha sido más hostilidad, recrudecimiento del bloqueo, de la subversión, y oídos sordos a los reclamos de la comunidad internacional de apartar las diferencias políticas y eliminar las medidas coercitivas unilaterales, que violan el Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas y limitan la capacidad de los Estados para enfrentar eficazmente la pandemia del nuevo coronavirus.
El 8 mayo, Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores, denunció que la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, por su sigla en inglés) dedicará dos millones de dólares adicionales para atacar a brigadas médicas cubanas, y un mes después se conoció que Marco Rubio y otros senadores republicanos presentaron un proyecto de ley para «castigar» a países que contraten estas misiones.
En vez de despilfarrar en agresiones contra la cooperación internacional y la salud de los pueblos, el Gobierno de Estados Unidos debería centrar esfuerzos en evitar la enfermedad y la muerte de sus ciudadanos a cuenta de la covid-19, afirmó en Twitter el Canciller cubano.
Es un ataque a los pilares, las raíces, los paradigmas, los valores, los principios, a la memoria, las conquistas, a la historia; la guerra cultural que se nos hace por todos los canales posibles y con gran intensidad desde las redes sociales contra todos los sectores sociales, pero con especial interés contra aquellos vitales para el desarrollo económico, la salud, la defensa, la seguridad y el orden interior.
Son apenas los programas subversivos y las medidas fascistoides más visibles. Entre 1997 y 2018, el Programa Cuba de la Usaid aprobó unos 900 proyectos y actividades de un amplio carácter subversivo y contrarrevolucionario, de acuerdo con un artículo del investigador Manuel Hevia Frasquieri.
Solo en estos últimos cinco años la cantidad de programas ascendió a más de 500, lo que evidencia un crecimiento exponencial, resultado de la enorme ofensiva subversiva a que es sometido nuestro país por las últimas administraciones yanquis. Obviamente, estos proyectos no fluyen abiertamente sobre Cuba. La Usaid y la Fundación Nacional para la Democracia (ned por su sigla en inglés) utilizan vías alternas enmascaradas ante la respuesta de las autoridades cubanas, para lo que cuentan con asignaciones millonarias. Hasta junio del pasado año, la administración Trump había destinado más de 22 millones de dólares con tales propósitos, según datos del sitio web Cuba Money Project.
FASCISMO SIN MASCARILLA VS. «REVOLUCIÓN AMERICANA»
El pasado viernes 3 de julio, en un discurso electorero en el que tildó de «nuevos fascistas» a quienes protestan y cuestionan el racismo, Trump, montado en su verborrea de mentiras, con 130 000 muertos por la COVID-19 al hombro, un liderazgo cuestionado, tensiones sociales, una crisis económica indetenible y las protestas por los asesinatos racistas de su policía, –buscando aplausos y apoyos de fanáticos seguidores– expresó: «Diremos la verdad tal como es, sin disculparnos: Estados Unidos de América es el país más justo y excepcional que haya existido en la Tierra».
Sus palabras en un acto de 7 000 personas sin mascarillas ni guardar distanciamiento social, un día en que se reportaron en ee. uu. 60 000 nuevos contagios, y ya sumaban 2 795 163, es una burla, en primer lugar, para el pueblo estadounidense, que siente miedo y desprotección ante la situación actual; un nuevo agravio a las víctimas del exterminio estadounidense en Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, Iraq, Afganistán o Siria, así como a los que resisten o mueren por bloqueos, sanciones y guerras encubiertas; a los miles de negros, latinos o indios americanos despojados de sus derechos, de sus tierras o de la vida
.
Sin embargo, realizó guiños y alabanzas a los grupos ultraconservadores y a la llamada derecha religiosa que –se plantea– son ahora su principal apoyo, cuando va muy por detrás en las encuestas del candidato demócrata Joe Biden.
La subversión en grado extremo ha llegado a la propia campaña electoral de EE.UU. y ese discurso lo confirma. Ningún crítico del magnate escapa a sus insultos, y ha sido su práctica desde la campaña electoral anterior. El viernes enfiló sus ataques contra todos: escuelas, profesores, alumnos, periodistas, editores, periódicos, revistas, televisoras, emisoras de radio, empresas y empresarios, activistas de derechos humanos, organizaciones defensoras de grupos raciales, a quienes incluyó en el saco del «nuevo fascismo de izquierda» que «quieren derrocar la Revolución Americana».
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