Mi país, mi cultura, mi gente
el puerco asado del 31 de diciembre,
y la yuca con mojo, que no puede faltar. Podríamos subir la música y
que Van Van haga de las suyas, y menee su cuerpo como lo sabe hacer en
cada fiesta.
Podríamos subir a la “guagua”, apretaditos y relajados, enterarnos de la vida de los otros, y reírnos con lo que se le ocurre a la gente cuando aquello viene “prendío”: ¡Un pasito más, caballero!
o milenio. Y hacernos miles de fotos. Podríamos ir a Gibara, a Viñales, a Trinidad, Baracoa, a cualquier pedacito de esta Isla inquieta, recorrer a Cuba con la mochila en los hombros, para conocerla, entenderla, descifrarla. Podríamos gritar que somos cubanos en cualquier lugar mundo, bueno, no hace falta gritarlo, lo de congo y carabalí es como un tatuaje para nosotros; el tumba’o, el swing, el acento, nos marca.
Podríamos este 20 de octubre, cantar nuestro Himno y sentir el desgarre y la fuerza de Perucho. Pero digo cantar y no es abrir la boca y simular que lo hacemos, digo sentir cada verso, viajar en la memoria hasta 1868 con Céspedes, agarrar un machete y salir a luchar por esto que llamamos Revolución.
Podríamos ir a un concierto Omara Portuondo y llorar cuando en su voz atrapa canciones de Silvio Rodríguez. Podríamos recordar a Alicia y su inagualable Giselle. O que se nos abra un hueco en el corazón con el final de la icónica película Clandestinos.
Podríamos levantar la bandera, con esa estrella tan pulcra y valiente, en cada Primero de Mayo, en cada tribuna, porque creemos, no tanto en consignas frías, sino en los que lucharon y dejaron sangre por nosotros. Creemos en este ajiaco de Fernando Ortíz. Creemos en Benny Moré, Bola de Nieve, Solás, Virgilio Piñera, Rita Montaner. Creemos en los que ya no están y en los que hoy lo entregan todo porque Cuba siga siendo una referencia cultural obligada para el mundo.
Y sí, que nos escuchen todos, este 20 de octubre, celebramos el Día de la Cultura Cubana. En cualquier rincón donde estés, no importa las fronteras, siéntete orgulloso de haber nacido aquí, en la mayor de las Antillas, que vive su universo, su historia, que no teme mostrar sus heridas, una Cuba que vive cada día más intensa, más distinta.
Entonces, abrazados todos, bailando la rumba como debe ser, con el repique de tambores y la furia exacta, recordamos que nuestra cultura es tan valiosa y tan amplia, que a veces asombra. Entonces, coqueteamos con un bolero de Elena Burke en la madrugada, entramos a una sala oscura y disfrutamos de un teatro profundo, de un cine difícil pero real, propio, de aquella bailarina que no teme a ninguna pirueta, del cubano que se ríe de sus problemas, el cubano luchador. Todo eso nos salva, porque si salvamos la cultura, estamos salvando el país.
Podríamos darle agua el dominó, prender un tabaco fuerte, echarle el traguito de ron a los santos, oler Podríamos subir a la “guagua”, apretaditos y relajados, enterarnos de la vida de los otros, y reírnos con lo que se le ocurre a la gente cuando aquello viene “prendío”: ¡Un pasito más, caballero!
o milenio. Y hacernos miles de fotos. Podríamos ir a Gibara, a Viñales, a Trinidad, Baracoa, a cualquier pedacito de esta Isla inquieta, recorrer a Cuba con la mochila en los hombros, para conocerla, entenderla, descifrarla. Podríamos gritar que somos cubanos en cualquier lugar mundo, bueno, no hace falta gritarlo, lo de congo y carabalí es como un tatuaje para nosotros; el tumba’o, el swing, el acento, nos marca.
Podríamos este 20 de octubre, cantar nuestro Himno y sentir el desgarre y la fuerza de Perucho. Pero digo cantar y no es abrir la boca y simular que lo hacemos, digo sentir cada verso, viajar en la memoria hasta 1868 con Céspedes, agarrar un machete y salir a luchar por esto que llamamos Revolución.
Podríamos ir a un concierto Omara Portuondo y llorar cuando en su voz atrapa canciones de Silvio Rodríguez. Podríamos recordar a Alicia y su inagualable Giselle. O que se nos abra un hueco en el corazón con el final de la icónica película Clandestinos.
Podríamos levantar la bandera, con esa estrella tan pulcra y valiente, en cada Primero de Mayo, en cada tribuna, porque creemos, no tanto en consignas frías, sino en los que lucharon y dejaron sangre por nosotros. Creemos en este ajiaco de Fernando Ortíz. Creemos en Benny Moré, Bola de Nieve, Solás, Virgilio Piñera, Rita Montaner. Creemos en los que ya no están y en los que hoy lo entregan todo porque Cuba siga siendo una referencia cultural obligada para el mundo.
Y sí, que nos escuchen todos, este 20 de octubre, celebramos el Día de la Cultura Cubana. En cualquier rincón donde estés, no importa las fronteras, siéntete orgulloso de haber nacido aquí, en la mayor de las Antillas, que vive su universo, su historia, que no teme mostrar sus heridas, una Cuba que vive cada día más intensa, más distinta.
Entonces, abrazados todos, bailando la rumba como debe ser, con el repique de tambores y la furia exacta, recordamos que nuestra cultura es tan valiosa y tan amplia, que a veces asombra. Entonces, coqueteamos con un bolero de Elena Burke en la madrugada, entramos a una sala oscura y disfrutamos de un teatro profundo, de un cine difícil pero real, propio, de aquella bailarina que no teme a ninguna pirueta, del cubano que se ríe de sus problemas, el cubano luchador. Todo eso nos salva, porque si salvamos la cultura, estamos salvando el país.
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