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 Impeachment es un anglicismo, o sea, una palabra procedente de la lengua inglesa que se usa en nuestro idioma. Por este término se conoce al procedimiento de destitución o juicio político mediante el cual el órgano legislativo procesa a un alto cargo (generalmente de un órgano de gobierno o administrativo) para su cesantía.[1]

Los rumores de un posible impeachment han rodeado a Trump casi desde sus inicios como presidente.

La investigación sobre la supuesta interferencia rusa en las elecciones, surgidas como parte del juicio en contra de su exabogado, Michael Cohen; y la acusación de haber comprado el silencio de dos mujeres con las que supuestamente tuvo relaciones extramaritales, fueron sonados escándalos que avivaron el fantasma de un posible juicio político.

Pero los demócratas no se decidían.

En parte, por lo que entendían algunos políticos (como Jerrold Nadler[2]) eran tres condiciones que debía cumplir cualquier intento de impeachment contra Trump:
  • las faltas cometidas debían estar dentro del grupo de las que pueden ser objeto de impeachment
  • las evidencias deben ser tan claras que incluso algunos partidarios del presidente deban admitir que es necesario este proceso
  • la gravedad de las faltas debe justificar someter al país al «trauma» que genera este tipo de procedimiento
Estas condiciones, aparentemente, se dieron tras la denuncia anónima de un miembro de la CIA, que reveló la existencia de una conversación telefónica en la que Donald Trump le sugería al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, que investigara al ex vicepresidente Joe Biden.

La llamada fue asumida por Nancy Pelosi et alia como uso ilegítimo de influencia sobre gobierno extranjero para conseguir información incriminatoria sobre un rival electoral.

Está claro que para el establishment estadounidense no es un delito presionar a Estados foráneos cuando se requiere “preservar la seguridad nacional” o asegurar los intereses del Imperio y sus socios empresariales.
Pero cuando esas prerrogativas se ejercen para manipular y poner en evidencia el sistema electoral, y todavía más crucial, cuando ese ejercicio prepotente (que ha sido consuetudinario en la historia de Estados Unidos) lacera intereses domésticos; entonces se justifican medidas “drásticas”.
El impeachment en Estados Unidos se realiza por el Congreso[3]. Las acusaciones presentadas por los demócratas deberán ser evaluadas, en primera instancia, por el pleno de la Cámara de Representantes y aprobado por mayoría simple.
4 fases del impeachment
Si se llegara a aprobar, comenzaría el juicio político en el Senado, donde los representantes (demócratas, obviamente) actuarían como fiscales y los senadores como jurados. Para hacer efectiva la destitución, se precisa del apoyo de dos tercios del Senado, lo que implicaría que muchos senadores republicanos votaran contra Trump.

La algarabía y el excesivo entusiasmo de algunos medios y analistas (incluso desde Cuba) colapsan ante un razonamiento objetivo sobre los dos posibles resultados de este impeachment.

Resultado uno (y el más probable): 

Trump no es destituido, ya sea porque no se aprueba el proceso en la Cámara de Representantes o no se alcanzan los votos suficientes en el Senado. 

En este caso, lo predecible es un fortalecimiento de la figura de Trump ante la opinión pública (como ya sucedió luego del Informe Mueller).


Resultado dos:
Trump es destituido.
Aplausos, vítores, CNN da la primicia. Los vecinos del mundo entero salen a la calle a abrazarse. Sin embargo, hay que preguntarse: ¿quién sería el nuevo inquilino de la Casa Blanca? ¿Quién se sentaría en la silla presidencial del Despacho Oval?

Pues nada menos que el actual vicepresidente, Mike Pence. Un ultraconservador de la más rancia y reaccionaria derecha, igual o peor en su proyección internacional que el presidente y con una agenda política que en definitiva tributará (sin tanto malabarismo mediático) a los mismos propósitos que sirve Donald Trump.

Con un impeachment exitoso, ganará el Partido Demócrata una batalla, pero no ganará la guerra. Y para el resto del mundo, la política foránea de Estados Unidos permanecerá de forma idéntica.

Las probabilidades de que Trump sea destituido son muy bajas. Solo dos presidentes anteriores han sido sometidos a este proceso: ninguno fue removido de su cargo. Ni siquiera Nixon, que tras el escándalo de Watergate decidió renunciar antes de arriesgarse a una democión.

Guardemos nuestras esperanzas para causas mejores y más importantes.

[1] Muchas veces se confunde el impeachment con la destitución en sí, pero hay que precisar que este proceso no tiene necesariamente que terminar con ella. Es decir, no podemos mezclar el procedimiento con el resultado.
 
 [3] La Constitución de ese país establece que el Congreso será bicameral, integrado por la Cámara de Representantes y el Senado. Ambas “cámaras” tienen sistemas de elección y representación distintos.