Por:
Elsa Claro
Trump exigió a España y a la Unión Europea romper todo diálogo con Maduro. EE.UU. adelantó al Gobierno (español) que Guaidó se disponía a proclamarse presidente interino y que Washington lo iba a reconocer.
Apenas cinco días desde que asumiera la titularidad del parlamento en desacato, Juan Guaidó, un guarimbero con despreciables antecedentes de violencia y casi desconocido diputado, se autoproclamó presidente de Venezuela. Obvio que hubiera sido imposible sin el inmediato reconocimiento oficial de Washington y, por lo visto, el de un Viejo Continente dividido y con suficientes problemas como para exponerse a nuevas fragmentaciones.
“Claramente hay un número de estados miembros que tienen reservas y no están dispuestos a reconocer a Guaidó como presidente interino”, publicó Europa Press a partir de fuentes participantes en los debates del jueves 31 de enero en una reunión de los cancilleres del pacto comunitario realizado en la capital rumana. La Unión Europea, pese a los apremios y coacciones no tuvo concordancia para reconocer a quien por mandato imperial se erige en jefe de estado interino.
Algunas naciones se remiten a motivos legales internacionalmente aceptados y en esa materia las Naciones Unidas fueron terminantes. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, reconfirmó que el único reconocido como mandatario constitucional y legítimo de Venezuela, según las normas y principios del organismo mundial, es Nicolás Maduro.
Nada más lógico, toda vez que fue elegido por más de 6 millones de votantes y con el 67%, en comicios multipartidistas supervisados por 200 observadores de diferentes países en un escrutinio del cual participaron en calidad de oponentes al ganador, los aspirantes Henry Falcón, (2 millones de votos), Javier Bertucci (1 millón) y Ángel Quijada (0,34%). Fueron representantes de 20 partidos, y ninguno puso objeciones ni reclamos al resultado. Eso ocurrió el 18 de mayo del pasado año. Nada más normal que Maduro reasumiera el 10 de enero, fecha establecida al efecto. Encima, datos del día 20 de enero dieron cuenta de que el 81% de los venezolanos ¡no sabía quién era Juan Guaidó!
Al insistente llamado a darle legitimidad a quien carece de ella, se oponen Italia, (Guaidó “no ha sido elegido por el pueblo”. “El cambio lo deciden los ciudadanos venezolanos”, dijo el vicepresidente Luigi di Maio), Austria, (para ser precisa, no reconocemos parlamentos”. “Austria y muchos otros países reconocen países, no gobiernos”, expuso Karin Kneissl, ministra para Asuntos Europeos y Exteriores austriaca). “No queremos que Venezuela se convierta en otra Libia en América del Sur”, afirmó el ministerio de Exteriores de Grecia, en tanto Chipre y Eslovaquia, se declararon renuentes a darle apoyo oficial al fantoche.
Desde Luxemburgo llamaron a evaluar “las consecuencias jurídicas” de tal paso, contrario a lo suscrito por quienes ahora pretenden pasar por alto como normativa básica mundial, no inmiscuirse en asuntos internos de otras naciones. Suecia, precisamente, recordó que según lo vigente a escala mundo y razonable si se pretende reciprocidad, hasta el momento “se reconocen estados, no personalidades” y menos, añado por acá, si el pelele está movido por hilos impugnables.
La OEA fracasó en el intento de reconocer a Guaidó a través de la moción norteamericana, apoyada por el Grupo de Lima. Si el hostil organismo regional no tuvo consenso, menos era de esperar existiera en el Viejo Continente donde, según parece, no ha desaparecido por entero la vergüenza y el decoro político, pese a que existan jefes de estado que se doblegaron al mandato de la Casa Blanca, incluso pasando por encima de máximas ideológicas de origen y nexos culturales de histórica íntimidad. Deberían mediar, pero se suman a quien decreta de manera desquiciada.
López Obrador recordó el sabio apotegma de Benito Juárez: el respeto al derecho ajeno, es la paz. México y Uruguay han tenido una posición digna, al negarse, casi en solitario, al acoso contra Venezuela que solo puede conducir a una guerra civil o a una invasión extranjera. Esas, por supuesto, no son soluciones, sino problemas mayores al creado con despiadado ensañamiento.
Bolivia se sumó al país azteca y a la nación austral para, de conjunto, formular una salida convocando a una Conferencia Internacional, consultiva o vinculante, con participación o enteramente auspiciada por Naciones Unidas, de la cual participarían tanto gobierno como oposición venezolana.
Nicolás Maduro se ha dicho dispuesto en todo momento a dialogar no solo con quienes, dentro, quieren sustituirlo, sino hasta con Trump. No así el tal Guaidó y quienes le temen a los arreglos por miedo a compromisos que nunca tuvieron en agenda o a responsabilidades susceptibles de ser supervisadas y capaces de mostrarlos sin maquillaje ni falsas vestiduras.
La UE está ante una disyuntiva mayor a la del Brexit. Sin que ese divorcio acabe de dilucidarse y con opacidades de espinosos pronósticos, se asoma a las elecciones para el Parlamento Europeo (se teme que los británicos no puedan participar, se queden fuera) con situaciones tan complejas como la falta de acuerdo sobre lo de Venezuela (les vendría muy bien adoptar una postura independiente) y se exponen a que alguien, también desde fuera, les imponga una determinación traumática por cualquier motivo. ¿Tendrá que ver esto con los peligros de cuanto parece un retorno de los euromisiles?
Coincidiendo –no debe ser casual- con toda la sucia maquinación en el “patio trasero estadounidense” la administración Trump anunció su salida del tratado sobre cohetes portadores de armas nucleares de corto y mediano alcance. Europa será la más expuesta de ocurrir un enfrentamiento con Rusia o un error humano cualqueira. Romper un tratado útil durante decenios tampoco es una determinación para caminos equilibrados o razonables. Síntomas bastante ausentes a orillas del Potomac. Y los demócratas ¿qué? ¿Coinciden con estas agresivas y delirantes derivas?
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