“#YoEstoyAFavorDelDiseñoCubano.
Ese fue un día de otro mundo, y no por el traje u otras convenciones,
sino porque nos acompañaron las personas que más queríamos; con ellas
pudimos compartir la dicha de encontrarnos y la decisión de seguir
juntos el camino; casarnos fue un pretexto para multiplicar la alegría
de tenernos… por eso no se me ocurren motivos para negarle a una pareja
esta oportunidad, sea cual fuere el sexo de sus integrantes. No hay amor
inmoral, no hay amor peligroso. El matrimonio igualitario es cuestión de derechos, de socialismo, de respeto, de ser mejores personas, y una mejor sociedad…”.
Cuando aún el Proyecto de Constitución de la República de Cuba
no estaba en las calles, pero sí se sabía de su contenido por las
discusiones de los diputados en el Parlamento, publiqué en mi muro de
Facebook el post que inicia este comentario, junto con una foto de mi
boda, hace unos años.
Casi todos mis amigos cercanos, a los que me unen principios en
común, reaccionaron de forma positiva ante un reclamo que también
comparten; pero hubo otros que me dedicaron ciertos comentarios irónicos
al estilo de: “Si tú no eres gay, para qué te metes”.
Podía imaginar que –aunque la transformación es en apariencia tan
sencilla como poner donde decía “un hombre y una mujer”, “dos personas”–
el debate popular en torno al artículo 68 sería arduo, sobre todo
porque toca un punto muy álgido y difícil de enfrentar racionalmente:
los prejuicios.
“El matrimonio es la unión voluntariamente concertada entre dos
personas con aptitud legal para ello, a fin de hacer vida en común.
Descansa en la igualdad absoluta de derechos y deberes de los cónyuges,
los que están obligados al mantenimiento del hogar y a la formación
integral de los hijos mediante el esfuerzo común, de modo que este
resulte compatible con el desarrollo de sus actividades sociales. La ley
regula la formalización, reconocimiento, disolución del matrimonio y
los derechos y obligaciones que de dichos actos se derivan”, así reza el
artículo que, de ser apoyado en la amplia consulta popular del 13 de
agosto al 15 de noviembre, y quedar finalmente incluido en la nueva
Constitución, dejaría abierta la puerta para que una futura legislación
reconozca el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Esta visión del matrimonio, que se aparta de la heteronormatividad y
el machismo, no es fortuita, no nace de un capricho de los miembros de
la Comisión que elaboró el texto ni de los diputados que en sesión de la
Asamblea Nacional lo respaldaron; es resultado de la labor sostenida y respetuosa de las personas cubanas LGBTI
(lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales) por el
reconocimiento de sus derechos en una sociedad raigalmente patriarcal.
Se debe, asimismo, a una cultura de derechos y de justicia social que la Revolución Cubana
ha impulsado y que ha conquistado para su ciudadanía lo que en muchas
naciones son garantías impensables (aborto seguro, legal, y gratuito;
igual salario a igual trabajo para mujeres y hombres; licencia de
maternidad y de paternidad; servicios de planificación familiar;
educación sexual escolar…
).
También el artículo 68 es coherente con otros postulados del
Proyecto, como que “todas las personas son iguales ante la ley, están
sujetas a iguales deberes, reciben la misma protección y trato de las
autoridades y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades,
sin ninguna discriminación por razones de sexo, género, orientación
sexual, identidad de género, origen étnico, color de la piel, creencia
religiosa, discapacidad, origen nacional o cualquier otra distinción
lesiva a la dignidad humana” (Artículo 40).
DEL PREJUICIO AL CONSENSO
Aunque parezca increíble a esta altura, todavía hay cubanos y cubanas
que creen que la homosexualidad es una enfermedad; que si los padres
hubiesen estado más atentos en la infancia, se habría podido corregir;
que es sinónimo de promiscuidad, desfachatez y pocos valores morales (la
eligen por su poca vergüenza); o que se les puede “pegar” a los niños
si se les enseña que es algo normal.
El rechazo es gradual y va desde una posición casi de “lástima” hacia
las personas homosexuales; pasa por la de quienes dicen no tener
problema con ellas, mientras lo mantengan discreto puertas adentro;
hasta la homofobia más rabiosa, que acude a la descalificación y, a
veces, a los actos violentos.
Buena parte de esas posiciones las manifestaron usuarios de Cubahora en el foro –aún abierto– ¿Listos para debatir sobre la nueva Constitución de la República?, donde también otros muchos lectores defendieron un enfoque de derechos.
Nadie está libre de estereotipos, referidos a múltiples facetas de la
vida en sociedad; por eso, la posición en estos días de debate no puede
ser de enfrentamiento, no se trata de decir sí o no, sino de expresar
las opiniones, dudas, sugerencias… pues todas serán tenidas en cuenta a
la hora de elaborar la versión que volverá a la Asamblea Nacional.
Esta es una oportunidad para que ofrezcamos argumentos contra los
prejuicios, sin poses aleccionadoras ni beligerantes. Ya sea por motivos
religiosos, culturales, de desconocimiento… quien se oponga debe
recibir de nosotros el respeto que exigimos para cada habitante de la
nación. La cultura del diálogo es premisa imprescindible para el consenso.
Otras ideas volvieron a mí al leer el foro: informarse es también,
además de derecho, un deber ciudadano, y aprender cómo gestionar los
contenidos ayudaría mucho a quienes se quejan de no saber aspectos que
han sido ampliamente tratados en los medios de comunicación.
Asimismo, ratifiqué que repetir lo oído sin cerciorarse de su
veracidad es una costumbre nefasta: que los hijos de parejas
homosexuales lo sean luego también y que experimenten traumas, ha sido
desmentido no solo por innumerables estudios científicos, sino también
por las más importantes asociaciones de siquiatría y sicología del
mundo.
El artículo 68 no se trata de restarnos derechos a las parejas
heterosexuales, sino de dárselos a quienes los tenían negados: la alerta
de Mariela Castro Espín, diputada y directora del Cenesex, es meridiana.
No se trata de que otros países del mundo hayan aprobado el
matrimonio igualitario, sino de que nuestro original modelo de país debe
ser – siempre más– justo, equitativo, incluyente, porque es socialista.
Juzgar a una persona por su orientación o identidad sexual es tan
superficial que si todos nos diéramos un minuto para valorarlo
conscientemente, muchas concepciones arcaicas harían aguas; los seres
humanos somos más.
El matrimonio es cuestión de amor, del reconocimiento de la sociedad a
dos personas que han decidido andar la vida juntas y que por ello
tendrán derechos y deberes ante cada una de las circunstancias, incluida
la muerte de uno de los cónyuges. Tiene además un valor simbólico, que
no se les debe negar a quienes se quieran.
De todas formas, es este solo uno de los temas que el Proyecto de
Constitución nos compulsa a debatir. Un solo artículo no puede
polarizarnos ni concentrar toda nuestra atención. Estudiemos cada
formulación y participemos activamente para lograr una Carta Magna que exprese la voluntad colectiva y nos impulse al futuro.
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