Por Arthur González.
Estados
Unidos nunca tuvo buenos ojos hacia Fidel Castro, algo que expusieron
en 1958 el presidente Dwight Eisenhower y el director de la CIA, Allen
Dulles. Ambos estaban convencidos que no era el hombre que necesitaban
para gobernar en Cuba; su autodefensa durante el juicio por su
participación en el asalto al Cuartel Moncada, así lo demostraba.
Al
no poder impedir el triunfo del movimiento revolucionario de 1959, de
inmediato tomaron medidas para frustrar sus planes de desarrollar un
proceso nacionalista, independiente y soberano, sin injerencia yanqui.
Por esa razón, a solo 11 meses de la victoria la CIA propuso eliminarlo físicamente, según documentos oficiales.
En
enero de 1961 Eisenhower rompía las relaciones diplomáticas,
iniciándose más de medio siglo de acciones terroristas, planes de
asesinatos, invasión mercenaria, guerra económica, financiera, biológica
y mediática, unido a programas subversivos elaborados por la CIA y el
Departamento de Estado, respaldados por presupuestos de miles de
millones de dólares, pero ninguna de esas acciones ha tenido éxito.
A
pesar de esa posición contra la Revolución, Cuba siempre intentó
mejorar las relaciones con Estados Unidos y en ocasiones buscó y en
otras aceptó las propuestas de establecer conversaciones secretas, pero
siempre las presiones y exigencias yanquis lo malograban.
Washington
ponía como condición previa, que Cuba se alejara de Moscú y el bloque
socialista europeo, eliminara sus relaciones militares con ellos; no
apoyara los movimientos revolucionarios, incluida la independencia de
Puerto Rico, y se retirara de África, donde los cubanos ayudaban a
salvaguardar la independencia de Angola, a petición de su gobierno, por
estar asediada militarmente por Sudáfrica, viejo aliado de Estados
Unidos, quien apoyaba a la contrarrevolución angolana.
Posterior
a la desaparición del socialismo en Europa del Este y la desintegración
de la URSS, el presidente George W. Bush, puso como condición que Cuba
abandonara el sistema socialista y restaurara el capitalismo, petición
idílica y trasnochada.
Barack
Obama tomó el mismo rumbo que las 10 administraciones antecesoras, pero
en su segundo mandato optó por aceptar las propuestas que había hecho
el Council on Foreign Relation durante el gobierno de Bill Clinton y
tomó la decisión de entablar negociaciones secretas, sin
condicionamientos previos, para lo cual debió excluir al Departamento de
Estado y Defensa, evitando que la mafia terrorista anticubana se
enterara.
Esa
decisión no fue festinada. Estados Unidos estaba perdiendo influencia
en Latinoamérica, tenía el repudio mundial por la guerra económica
contra Cuba, que sentaba a su país en el banquillo anualmente, unido a
las presiones por las campañas internacionales para liberar a los Cinco
Héroes cubanos, más las internas por el judío norteamericano Alan Gross,
preso en la Habana.
De
no dar ese paso, dejaría pasar la oportunidad excepcional de poder
influir a su favor en la sociedad cubana, especialmente a la juventud y
los trabajares no estatales, antes del traspaso de la presidencia de
Raúl Castro a un hombre que no es de la generación histórica de la
Revolución.
Ante
ese escenario, en diciembre del 2014 ambos gobiernos acuerdan el
restablecimiento de relaciones diplomáticas y la posterior apertura de
embajadas. Sin embargo, la pretensión de destruir el socialismo fue
recalcado en todas las intervenciones de Obama, y la guerra económica,
financiera y mediática para las campañas contra la Revolución y el apoyo
total a la subversión, quedaron intactas.
Obama
impuso records de persecución a la banca internacional, para ahogar
financieramente a Cuba; aprobó el mayor presupuesto anual hasta ese
momento para los planes subversivos con 20 millones de dólares, el apoyo
económico y moral a la “oposición” interna; la radio y TV Martí
continuaron, al igual que la prohibición del turismo estadounidense a la
Isla y el comercio bilateral, excepto la venta alimentos acordada en
época de G.W. Bush, después del paso de un destructor huracán que azotó
la Isla, siempre mediante el pago adelantado de cada compra.
La
Ley de Ajuste, la Torricelli, Helms-Burton y el acta de prohibición de
Comercio con el Enemigo, quedaron intactas, al igual que el uso de
dólar. También prohibió conversar sobre la devolución del territorio que
ocupa su
Su
política fue edulcorada y engañosa, pues persiguió los mismos objetivos
de sus antecesores, aunque con métodos más sutiles e inteligentes.
No
obstante, aprobó algunos memorandos de entendimiento en cuestiones no
cruciales para el mejoramiento de la economía de Cuba y que no le
creaban mayores dificultades con la mafia anticubana, como fueron el
tema de las misiones de búsqueda y rescate de embarcaciones; el combate
al tráfico de drogas que mayormente va hacia Estados Unidos; cooperación
medio ambiental; programa de capacitación de profesores de idioma
inglés; cooperación en la esfera de la seguridad de los viajeros; el
uso de vuelos directos pero solo de empresas norteamericanas;
cooperación en la esfera de la Salud y el restablecimiento del correo
postal directo.
Amplió las licencias que otorga el Departamento de Estado para los viajes a Cuba, y expresó que con ellos buscaba “promover los valores yanquis entre el pueblo cubano, potenciar aún más su objetivo de empoderar al pueblo cubano, fomentar
mayores contactos personales, respaldar con mayor fuerza a la sociedad
civil en Cuba, con el marcado interés de promocionar la independencia de
los cubanos para que no tengan que depender del Estado cubano”.
Con
el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, esa política regresó a los
tiempos de la guerra fría, pues según argumentaron Obama no logró sus
objetivos, por tanto, había que mantener las presiones buscando que el
pueblo se lance a las calles a protestar por las carencias económicas
acumuladas.
Para
no quedarse atrás, Trump inventó el show de las mentiras de los ruidos
acústicos y las falsas enfermedades, solo para afectar el turismo
internacional a Cuba y las visitas de norteamericanos, incrementadas
notablemente con la política de pueblo a pueblo. Con eso dejó inoperante
a su embajada en La Habana.
Buscando
el respaldo de los votos de la mafia terrorista anticubana, el Congreso
acaba de aprobar un presupuesto ascendente a 35 millones de dólares,
para fabricar la “democracia” en Cuba y Venezuela, pagar a los
“disidentes” y las campañas mediáticas sobre las inventadas violaciones
de los derechos humanos.
Para la radio y TV Martí, emisoras que desde 1985 ni se escuchan ni se ven en la Isla, se aprobaron 29 millones de dólares.
Vale
penal resaltar que esos 35 millones, es una cifra inferior a la que
solicitó Obama al Congreso en 2015, ascendente a 2 mil millones de
dólares para Latinoamérica, y de esa suma 53,5 millones fueron
destinadas a la “Iniciativa Regional de Seguridad” (CBSI) y una buena
cantidad para programas de promoción de “la libertad de prensa y los
derechos humanos” en Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua.
Al sacar cuentas, ¿de que sirvieron las relaciones diplomáticas?
Lúcido fue José Martí cuando dijo:
“De esa tierra no espero nada…más que males”
El Heraldo Cubano
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