Por:
Patricio Montesinos
Voy a comenzar esta nota con una reflexión de Fidel Castro que subraya lo siguiente: “Aún
cuando un día mejoraran las relaciones entre Cuba Socialista y el
imperio, no por ello cejaría ese imperio en aplastar a la Revolución
Cubana…”
Pero, el líder histórico de la mayor de las Antillas dijo más en un
discurso por el XXXII aniversario de las Fuerzas Armadas y del
desembarco del Granma, celebrado en la habanera Plaza de la Revolución
en 1988: el imperio no oculta destruir nuestro proceso revolucionario,
lo explican los defensores de su filosofía, acotó.
Fidel, uno de los más grandes conocedores de Estados Unidos en la
historia contemporánea, expresó entonces que hay algunos teóricos de la
vecina potencia del Norte que han sido partidarios de que Washington
realizara cambios en su política hacia Cuba para penetrarla, debilitarla
y destruirla, si es posible, incluso, pacíficamente.
Agregó en aquella intervención que otros piensan que mientras más
beligerancia se le dé al decano archipiélago caribeño, más activo y
efectivo será en sus luchas en el escenario de Nuestra de América y del
mundo.
El Comandante en Jefe, como le dirán siempre sus compatriotas y
millones de agradecidos en la humanidad, auguró que mientras exista el
imperio, el pueblo cubano nunca podrá bajar la guardia, ni descuidar su
defensa.
Los hechos confirman lo asegurado por Fidel hace casi tres décadas.
El demócrata expresidente norteamericano Barack Obama, y sus cercanos
“tanques pensantes”, pretendían destronar a la Revolución Cubana de
forma “pacífica”, con cantos de sirena, pero, claro, sin levantar
definitivamente el criminal bloqueo que Estados Unidos le impone a la
Isla en los últimos casi 60 años.
Ahora, el actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, torpe y
agresivo como sus “asesores” anticubanos, escogió nuevamente el camino
errado y frustrado de la confrontación, con tonos discordantes de los
viejos tiempos de la llamada Guerra Fría, y acaba de poner en vigor
nuevas medidas que arrecian la guerra económica, comercial y financiera
contra la mayor de las Antillas.
El propósito ha sido y será siendo el mismo: ahogar a la
Revolución Cubana porque desde su triunfo, el 1 de enero de 1959,
representa un paradigma para los pueblos de la Patria Grande y del mundo, y uno de los mayores obstáculos para los intereses hegemónicos de Washington en este hemisferio.
Los sucesivos regímenes de turno de Estados Unidos han pretendido
desaparecer de la faz de la tierra el ejemplo solidario, altruista,
digno, pacífico, y de resistencia de Cuba, y por supuesto ninguno lo ha
conseguido.
Tampoco Trump, y quienes vengan detrás, lo podrán hacer. Por el
contrario, pueden estar seguros que el archipiélago caribeño continuará
su prolongado batallar frente a las agresiones de Washington, al mismo
tiempo de estar dispuesto a dialogar y convivir pacíficamente con su
poderoso vecino del norte, siempre y cuando se respete su soberanía,
independencia y principios.
De Cuba sí todos podemos esperar con seguridad que nunca claudicará,
no así de un honesto y verdadero cambio de la política de Estados Unidos
hacia la nación antillana.
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