Cuando se sentó frente a Raúl Menéndez Tomassevich y Aníbal Velás,
altos oficiales de la Lucha Contra Bandidos (LCB), Pancho el Grande fue
más que elocuente: “Si me montan en ese aparato —un helicóptero militar
que jamás había tenido ante sus ojos—, yo voy a decirles el lugar exacto
donde se encuentran Osvaldo Ramírez y su gente”, les prometió.
Filiberto Cabrera Carrazana, Filo o Pancho el Grande, fallecido hace
algunos años en Condado, fue por aquellos tiempos el colaborador de
alzados más buscado por los órganos de la Seguridad del Estado, que
andaban tras la pista del último eslabón de la complicada red de
información y suministro creada por el Comandante de bandidos en un área
de 200 kilómetros cuadrados extendida desde el mar Caribe hasta el
Escambray profundo
.
Tal y como ha recreado en sus más recientes capítulos la serie LCB: la otra guerra,
fue otro colaborador de bandas conocido por G-2 quien aportó la
información clave para localizar a Filiberto Cabrera (Pedro el Grande en
la teleserie, interpretado por el actor Michaelis Cué), que a la postre
resultó determinante para la ubicación y captura de Osvaldo Ramírez y
sus hombres.
Escambray desempolva de sus archivos la entrevista titulada
originalmente “La Seguridad cortó la cadena”,* realizada a Pancho el
Grande en ocasión del aniversario 40 de la victoria contra el
bandidismo.
La Seguridad cortó la cadena
Triste amanecer para el maestro Conrado Benítez aquel 5 de enero de
1961. Un tiroteo da la señal de que los milicianos están cerca. Los
alzados deciden abandonar el lugar, pero antes ejecutan la sentencia.
Emilio Carretero, Macario Quintana, el Marinero y Tomás San Gil lo sacan
de la improvisada jaula en la que lo tenían prisionero. Le dan golpes,
culatazos y lo pinchan con una bayoneta. Un hilo de sangre corre desde
un oído del adolescente; su nariz está fracturada y el rostro, inflamado
por las golpizas. Algunas de sus costillas han quebrado. Por si fuera
poco cortan sus genitales.
Después de colocada la soga al cuello, el jefe ordena que la halen.
El cuerpo del joven es suspendido y bajado a cortos intervalos
prolongándose así la agonía en el momento de la muerte, la que comparte
con el campesino Heliodoro Rodríguez, al que también torturan sin
clemencia
.
Esa “proeza” de la banda de Osvaldo Ramírez García, la más numerosa y
agresiva de las que actuaron en las montañas del Escambray en la
primera mitad de la década del 60 del pasado siglo, estremeció al pueblo
cubano.
Otras “hazañas” de este cabecilla y su gente igualmente enlutaban a
hogares y diseminaban el miedo entre moradores de los intrincados
parajes del macizo escambraico, por ello algunos campesinos analfabetos,
con poca información y confundidos se convirtieron en colaboradores de
la contrarrevolución.
Transcurrían los días y se iban conociendo nuevos crímenes de los
malhechores. La CIA realizaba planes con el propósito de destruir la
Revolución y en sus intentos concibió lanzar una invasión a Cuba a
principios de 1961, la que no pudo ejecutar hasta abril y fue derrotada
en menos de 72 horas. Previamente desarrolló la Operación Silencio,
consistente en abastecer de armas y otros pertrechos a sus mercenarios
en el grupo montañoso de Guamuhaya, pero de poco le valieron sus
esfuerzos.
La dirección de las Fuerzas Armadas Revolucionarias realizó la
Operación Jaula, puesto que el Escambray fue cerrado en esa forma. Unos
80 batallones de milicias, integrados por 60 000 hombres, se movilizaron
hacia ese macizo. El intenso trabajo desplegado por la Seguridad del
Estado y las operaciones llevadas a cabo por el Ejército Rebelde y los
milicianos permitieron localizar la concentración de las bandas y en
particular la de Osvaldo, quien en ocasiones burlaba al Ejército, por lo
que algunos habitantes del escarpado lomerío comenzaron a endiosarlo en
supersticiosas conversaciones.
Además de las características topográficas de la zona, era evidente
que personas conocedoras de esos sitios ayudaban al jefe de bandidos.
Por eso lograba evadir la persecución de las milicias y del Ejército
Rebelde. Pero la Seguridad no cesó hasta ubicarlo con exactitud en la
zona de San Ambrosio en abril de 1962.
Un colaborador muy buscado
Feliberto Cabrera Carrazana fue uno de los colaboradores de bandidos
más buscados por la Seguridad. Sus declaraciones resultaron claves para
descubrir el lugar donde se encontraba la banda de Osvaldo y poder
aniquilarla.
“Yo conocía a Osvaldo desde que él estaba de jefe del Puesto de
Caracusey porque le vendía algunos productos. Al alzarse me fue a ver a
mi casa, allá en Ceiba de Hoyo Pinto, en la zona de Méyer. Me dijo que
el comunismo era un fantasma y que Fidel había traicionado al pueblo de
Cuba porque tenía ansias de poder; me llenó la cabeza de humo. Yo, sin
nivel cultural, llegué a creerle y por eso me convertí en colaborador
suyo”.
Han pasado más de cuatro décadas de aquellos días. Pancho el Grande,
como lo bautizaron los bandidos en forma de burla por su pequeña
estatura, cuenta con 83 años y recuerda momentos entre los
contrarrevolucionarios.
“Un día Osvaldo me mandó a buscar y demoré un rato porque estaba
trabajando. Cuando llegué me insultó y expresó que a él nadie le ponía
rabo. Le expliqué que estaba chapeando, pero no entendía. ‘Si todo el
mundo chapea —me gritó—, ¿dónde nos vamos a esconder?’. Entablamos una
fuerte discusión, la suerte fue que un alzado me haló por un brazo y me
llevó hasta una cañada. ‘¿Tú estás loco? —me dijo—, ¿cómo vas a discutir
con ese hombre? ¿No ves que está borracho y es capaz de matarte o
mandar a matarte’?”.
Durante varios meses este campesino fue práctico de aquella gente y
cada vez cumplía más órdenes. En unas operaciones fueron capturados
algunos bandidos que dieron referencia de los colaboradores, quiénes
movían a Osvaldo en “cadena”, es decir, uno lo llevaba hasta un punto y
otro continuaba guiándolo. Eso fue lo que le ayudó a sobrevivir.
Si me montan en el helicóptero, yo les digo dónde está
Al capturarse la banda de Noel Peña, este comienza a hablar de la
“cadena” que movía a Osvaldo. También se refirió a un tal G-2 que
conocía la misma y dijo que vivía en Trinidad, cerca de un garaje.
Inmediatamente oficiales y agentes de la Seguridad siguen la pista hasta
dar con el mencionado contacto del jefe máximo de los alzados. Al
principio no quería confesar, pero luego dijo todo y por él se supo que
Pancho el Grande era el principal eslabón.
“Cuando me detiene la Seguridad —relata Pancho el Grande— me llevan
ante Raúl Menéndez Tomassevich y Aníbal Velás, oficiales de la Lucha
Contra Bandidos. Hablaron mucho conmigo, me explicaron que la Revolución
se había hecho para ayudar a los campesinos y a los pobres, me pidieron
que fuera sincero.
“Les manifesté que estaba dispuesto a declarar, pero que antes quería
ver a Delfín Marcos porque los alzados decían que la Seguridad lo había
cogido preso y luego lo fusiló a pesar de haber declarado. Me lo
presentaron y me dijo que yo debía colaborar como lo había hecho él
porque se dio cuenta de que los bandidos lo habían engañado. Me convencí
de que tenía razón”.
Pancho el Grande dio las coordenadas exactas, incluso participó como
práctico. “Les pregunté que si desde un helicóptero se podía ver bien
hacia abajo. Me respondieron que sí; entonces les expresé: si me montan
en ese aparato yo voy a decirles el lugar exacto donde se encuentran
Osvaldo y su gente. Desde arriba les indiqué por dónde debía ir el
cerco… Luego aterrizamos y seguimos a pie. No los encontramos, pero al
tercer día se establece el combate en unos aromales. De ese primer
choque salen corriendo y dejan las mochilas y un sombrero que
identifiqué como el de Osvaldo.
“Se hizo de noche, por lo que continuamos la operación al otro día.
Los tiros estaban satos. Al poco rato alguien da la noticia de que el
jefe de la banda había muerto, y así fue”.
El parte al Comandante Juan Almeida Bosque confirmaba la información:
“…el lunes 16 de abril, alrededor de las 13 horas, se origina un
nutrido tiroteo en la zona del Quemado, situada entre Ocuje y El Lumbre,
resultaron muertos Osvaldo Ramírez García, titulado Comandante en Jefe
del Ejército de Liberación Nacional, y otros bandidos”.
Se rompía de esa forma el mito sobre el cabecilla del Escambray, de
quien se decía que siempre escapaba a los cercos, que aparecía dando
órdenes vestido de militar, de campesino o de mujer.
Detrás han quedado aquellos episodios de crímenes y monstruosidad. El
bandidismo fue exterminado, pero en la memoria de muchos, sobre todo de
los familiares de decenas de víctimas, están los recuerdos de los actos
de terror y crueldades que cometieron.
(Tomado de Escambray)
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