Nota de José Miguel: A propósito del encuentro de periodismo digital que tendrá lugar este sábado 22 de abril aqui en Matanzas, con la asistencia de representantes de los medios de prensa de varias provincias del país. Viene muy bien el siguiente artículo que publicó este miércoles 19 el Periódico Granma, original del Profesor Elier Ramírez, y que por su importancia, comparto en mi blog. Invito pues a todos a leerlo con detenimiento.
Estados Unidos tiene una vasta experiencia en la
práctica de la guerra cultural contra todo proyecto alternativo a su
hegemonía en el escenario internacional. La CIA y la guerra fría
cultural, de Frances Stonor Saunders, constituye un libro imprescindible
–la investigación más completa sobre el tema– para comprender esta
realidad. Este libro demuestra cómo, en los años de la Guerra Fría, el
programa de guerra sicológica y cultural de la CIA contra el campo
socialista fue su joya más preciada.
«Un rasgo importante –señala Stonor– de las acciones emprendidas por
la Agencia para movilizar la cultura como arma de la guerra fría era la
sistemática organización de una red de “grupos” privados y “amigos”,
dentro de un oficioso consorcio. Se trataba de una coalición de tipo
empresarial de fundaciones filantrópicas, empresas y otras instituciones
e individuos que trabajaban codo a codo con la CIA, como tapadera y
como vía de financiación de sus programas secretos en Europa
occidental».
La guerra cultural es aquella que promueve el imperialismo cultural,
en especial Estados Unidos como potencia líder del sistema capitalista,
por el dominio humano en el terreno afectivo y cognitivo, con la
intención de imponer sus valores a determinados grupos y naciones. Es un
concepto que, entendido como sistema, integra o se relaciona con
elementos de otros términos que han sido de mayor uso como el de guerra
política, guerra sicológica, guerra de cuarta generación, smart power,
golpe blando, guerra no convencional y subversión política ideológica.
No es el arte y la literatura –aunque el arte y la literatura se usen
como instrumentos o como blancos de la guerra cultural– el objetivo
principal de la estrategia de guerra cultural del imperialismo contra un
país en particular. El terreno en que se desarrolla la guerra cultural
es sobre todo el de los modos de vida, las conductas, las percepciones
sobre la realidad, los sueños, las expectativas, los gustos, las maneras
de entender la felicidad, las costumbres y todo aquello que tiene una
expresión en la vida cotidiana de las personas. Lograr una
homogeneización al estilo estadounidense en este campo, siempre ha
estado dentro de las máximas aspiraciones de la clase dominante en
Estados Unidos, en especial, desde que su élite comprendió la diferencia
entre dominación y hegemonía, y que esta última no podía garantizarse
solo a través de instrumentos coercitivos, sino que era imprescindible
la manufactura del consenso.
La guerra cultural desarrollada históricamente hasta nuestros días
por Washington, no es una vana elucubración, sino que se sustenta en
hechos concretos y comprobados, operaciones abiertas y encubiertas de
las agencias del gobierno de EE.UU., declaraciones de los líderes de esa
nación y documentos rectores de su política exterior, tanto en el plano
diplomático como militar.
Zbigniew Brzezinski, uno de los principales ideólogos imperiales,
quien fuera asesor para Asuntos de Seguridad Nacional del expresidente
Carter, en su obra, El Gran Tablero Mundial, expresaba:
«La dominación cultural ha sido una faceta infravalorada del poder
global estadounidense. Piénsese lo que se piense acerca de sus valores
estéticos, la cultura de masas estadounidense ejerce un atractivo
magnético, especialmente sobre la juventud del planeta. Puede que esa
atracción se derive de la cualidad hedonista del estilo de vida que
proyecta, pero su atractivo global es innegable. Los programas de
televisión y las películas estadounidenses representan alrededor de las
tres cuartas partes del mercado global. La música popular estadounidense
es igualmente dominante, en tanto las novedades, los hábitos
alimenticios e incluso las vestimentas estadounidenses son cada vez más
imitados en todo el mundo. La lengua de Internet es el inglés, y una
abrumadora proporción de las conversaciones globales a través de
ordenador se originan también en los Estados Unidos, lo que influencia
los contenidos de la conversación global».
Este es el mismo Brzezinski que en 1979, en un memorándum enviado a
Carter, recomendaba el siguiente curso de política a seguir hacia Cuba:
«El Director de la Agencia Internacional de Comunicaciones, en
coordinación con el Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad
Nacional, deben incrementar la influencia de la cultura estadounidense
sobre el pueblo cubano mediante la promoción de viajes culturales y
permitiendo la realización de coordinaciones para la distribución de
filmes estadounidenses en la Isla».
No hace mucho se dio a conocer un documento de extraordinaria
importancia para comprender las estrategias actuales del imperialismo
estadounidense en el campo de la guerra cultural. Se trata del Libro
Blanco del comando de operaciones especiales del Ejército de Estados
Unidos de marzo del 2015 bajo el título: Apoyo de las Fuerzas de
Operaciones Especiales a la Guerra Política.
Lo que plantea en esencia este Libro Blanco es que Estados Unidos
deben retomar la idea de George F. Kennan –antiguo experto
estadounidense en el tema soviético y arquitecto de la política de
«contención frente al comunismo» en el Departamento de Estado–, acerca
de la necesidad de superar la limitante del concepto que establece una
diferencia básica entre guerra y paz, en un escenario internacional
donde existe un «perpetuo ritmo de lucha dentro y fuera de la guerra».
Es decir, que la guerra es permanente, aunque adopta múltiples facetas y
no puede limitarse al uso de los recursos militares. De hecho, el
documento expresa que se puede hacer la guerra sin haberla declarado, e
incluso hacer la guerra al tiempo que se declara la paz.
«La guerra política es una estrategia apropiada para lograr los
objetivos nacionales estadounidenses mediante la reducción de la
visibilidad en el ambiente geopolítico internacional y sin comprometer
una gran cantidad de fuerzas militares», destaca el documento desde sus
primeras páginas. «El objetivo final de la Guerra Política –continúa más
adelante– es ganar la “Guerra de Ideas, que no está asociada con las
hostilidades”. La Guerra Política requiere de la cooperación de los
servicios armados, diplomacia agresiva, guerra económica y las agencias
subversivas en el terreno, en la promoción de tales políticas, medidas o
acciones necesarias para irrumpir o fabricar moral».
Este Libro Blanco es solo uno entre muchos estudios y recomendaciones
de doctrinas y estrategias militares elaboradas en Washington, que cada
día asignan un rol más protagónico a los componentes culturales e
ideológicos en sus estrategias hegemónicas.
LA GUERRA CULTURAL CONTRA CUBA
La guerra cultural contra Cuba no comenzó el 17 de diciembre del
2014, pues desde el propio triunfo revolucionario Cuba ha enfrentado
tanto los impactos de la oleada colonizadora de la industria hegemónica
global, como proyectos específicos de guerra cultural diseñados,
financiados e implementados por el imperialismo estadounidense, sus
agencias y aliados internacionales, con el objetivo de subvertir el
socialismo cubano.
Al respecto señaló Ricardo Alarcón: «La agresión cultural contra Cuba
(...) No solo existe todavía sino que no cesa de aumentar. Conserva una
dimensión encubierta, clandestina, dirigida por la CIA, pero, además,
desde comienzos de la última década del pasado siglo tiene otra
dimensión pública, descaradamente abierta. El caso cubano es, por estas
razones, absolutamente único, excepcional.
«Lo es también porque lo que se nos hace en el terreno cultural ha
sido siempre parte integrante de un esquema agresivo más amplio, que ha
incluido una cruel y permanente guerra económica, y la agresión militar,
el terrorismo y otros actos criminales, cuyo propósito, (...) detallado
en una infame ley yanqui, es poner fin a nuestra independencia».
Un componente fundamental de la guerra cultural de los distintos
gobiernos de Estados Unidos contra la Revolución Cubana, ha sido la
guerra sicológica y mediática.
El libro Psywar on Cuba. The Declassified History of US Anti Castro
Propaganda, de Jon Eliston, publicado en 1999, revela como Washington
practicó contra Cuba durante décadas la agresión sicológica y
propagandística y que ella incluía libros, periódicos, historietas,
películas, panfletos y programas de radio y televisión.
Otro de los campos predilectos de la guerra cultural ha sido el de la
historia. Se manipula y tergiversa nuestro pasado, se atacan sus bases
más sensibles y simbólicas, precisamente porque se pretende barrer con
el ejemplo de la Revolución Cubana desde su propia raíz.
¿Qué son Radio y TV Martí, sino estructuras creadas para la guerra
cultural en su sentido más amplio contra el proyecto revolucionario
cubano?
Existe una gran diferencia entre la diplomacia pública que
desarrollan muchos países en la arena internacional y las acciones que
históricamente han practicado los distintos gobiernos estadounidenses.
Detrás de este vocablo «inofensivo», se ha escondido toda una maquinaria
de difusión de valores políticos y culturales de Estados Unidos, que
para nada toma en consideración el respeto a la soberanía de las
naciones y la diversidad cultural de los pueblos. No se trata solo de
influencia, sino de injerencia encubierta y abierta en los asuntos
internos de otros estados.
A la hora de evaluar los retos que enfrentamos, en ocasiones se
adoptan posiciones triunfalistas, desde una visión reduccionista de la
cultura, entendida estrictamente como arte y literatura. Claro que entre
Cuba y Estados Unidos han existido influencias y confluencias
culturales durante más de dos siglos, gracias a las cuales ambos pueblos
nos hemos enriquecido espiritualmente, pero los desafíos fundamentales
se dan en el terreno de los estilos de vida, la cultura política y los
hábitos sociales.
Ante esa realidad, no hay mejor antídoto que el patriotismo, la
cubanía –no cubanidad castrada–, el antimperialismo, el anticolonialismo
y que, junto al fomento de referentes culturales sólidos, logremos un
sujeto crítico de profunda formación humanista, capaz de discernir por
sí mismo entre la avalancha de productos culturales con los que
interactúa, dónde está lo realmente valioso. Ese sujeto crítico solo es
posible forjarlo desde las edades más tempranas a través del
entrenamiento en el debate y la confrontación de ideas, con la
participación activa de la familia, la comunidad, la escuela, los medios
de comunicación y las organizaciones políticas y de masas. Por
supuesto, todas las acciones que desarrollamos en el campo cultural
deben acompañarse de hechos y realizaciones concretas, de hacer las
cosas bien en todas las esferas, y que los resultados de ese trabajo se
manifiesten en la vida cotidiana de nuestro pueblo.
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