Era 6 de febrero y se escuchó el llanto de vida de Camilo Cienfuegos. Ahora, sin embargo, no surge entre el sollozo de un alumbramiento, sino desde la voz del pueblo, los niños que pintan su sombrero alón y la juventud que busca saber un poco más sobre quien fuera uno de los combatientes más temerarios y joviales del Ejército Rebelde
Era 6 de febrero y se escuchó su llanto de vida. Meses
después un niño aprendía a correr por las calles de Lawton, y pasadas
otras lunas, se bañaba en la corriente del Almendares. Los soles
siguieron bajando. Se volvió un joven sastre; pero nadie imaginó que
quien deslizaba la tela y ensartaba la aguja, manejaría después las
armas en la guerra.
Camilo, el muchacho de 24 años que, tras desembarcar en un pequeño
yate por Los Cayuelos, llegó hasta la Sierra Maestra, el mismo que llevó
a finales de la contienda su columna invasora hasta occidente y burló
un 28 de octubre tempestades y caídas, sigue naciendo como aquel
febrero, hace 85 años
.
Mas, ahora no surge entre el sollozo de un alumbramiento, sino desde
la voz del pueblo, los niños que pintan su sombrero alón y la juventud
que busca saber un poco más sobre quien fuera uno de los combatientes
más temerarios y joviales del Ejército Rebelde.
Hay hombres que empiezan a vivir todos los días. Por eso a través de
amigos, familiares, compañeros de lucha o las páginas de la historia,
nos encontramos dondequiera al barbudo risueño de las fuerzas de Fidel,
que acostumbraba a hacerles bromas a muchos.
Así, jaranero y alegre llegaba Camilo hasta los recuerdos de Vilma
Espín, quien contaba que durante los primeros meses de 1959, «cuando
vivíamos en Ciudad Libertad, se celebraban en la habitación de Raúl y
mía muchas reuniones. Cuando Camilo salía, y como ya lo conocíamos,
teníamos que registrarlo porque acostumbraba a llevarse, por broma, un
montón de cosas en los bolsillos, y me dejaba las almohadas pintadas de
corazones y con letreritos de las cosas que se habían estado
conversando».
Dicen algunos que hay que ir hasta el mar para estar más cerca de él;
pero el comandante iluminado de los cien fuegos camina estos días por
Lawton y San Francisco —donde hizo sus primeros estudios y cuentan que
estaba enamorado—, y recorre con su sonrisa invencible las calles de
Cuba.
Dicen que hay que ir a donde las olas, pero él regresa hasta en las
flores que lanzan cada octubre a las aguas del río donde se bañaba de
niño. Camilo avanza en la voz y en las ideas de los muchachos de hoy, y
desde su imagen de luz en la Plaza de la Revolución, otra vez nos
alumbra con cien fuegos su rostro, como aquel febrero hace 85 años.
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