La edición cubana del “El imperio de la vigilancia”, de Ignacio Ramonet, estuvo a cargo de la Editorial José Martí.
Cubaperiodistas comienza a publicar desde hoy una selección de los capítulos del libro
El imperio de la vigilancia (Editorial José Martí), de
Ignacio Ramonet, quien autorizó especialmente su reproducción para los periodistas cubanos y los lectores de esta página.
También puede leer aquí
las palabras de presentación del libro el pasado domingo en la Feria Internacional de La Habana, a cargo de la Vicepresidenta de la UPEC, Rosa Miriam Elizalde.
Introducción
Vigilar: observar atentamente algo o a alguien para controlarlo.
Diccionario LAROUSSE
Durante mucho tiempo, la idea de un mundo “totalmente vigilado” ha
parecido un delirio utópico o paranoico, fruto de la imaginación más o
menos alucinada de los obsesionados por los complots. Sin embargo, hay
que rendirse a la evidencia: aquí y ahora vivimos bajo el control de una
especie de
Imperio de la vigilancia. Sin que nos demos cuenta,
estamos, cada vez más, siendo observados, espiados, vigilados,
controlados, fichados. Cada día se perfeccionan nuevas tecnologías para
el rastreo de nuestras huellas. Empresas comerciales y agencias
publicitarias cachean nuestras vidas. Con el pretexto de luchar contra
el terrorismo y otras plagas[1], los gobiernos, incluso los más
democráticos, se erigen en
Big Brother, y no dudan en quebrantar sus propias leyes para poder espiarnos mejor. En secreto, los nuevos Estados
orwelianos
intentan, muchas veces con la ayuda de los gigantes de la Red, elaborar
exhaustivos ficheros de nuestros datos personales y de nuestros
contactos [2], extraídos de los diferentes soportes electrónicos.
Tras la oleada de ataques terroristas que desde hace veinte años
viene golpeando ciudades como Nueva York, Washington, París, Toulouse,
Bruselas, Boston, Ottawa, Oslo, Londres, Madrid, Túnez, Marrakech,
Casablanca, Ankara, etc., las autoridades no han dejado de utilizar el
enorme pavor de una sociedad en estado de
shock para intensificar la vigilancia y reducir, en la misma proporción, la protección de nuestra vida privada
.
Que se entienda bien: el problema no es la vigilancia en general; es la
vigilancia clandestina masiva. Ni
que decir tiene que en un Estado democrático las autoridades están
completamente legitimadas para vigilar a cualquier persona que
consideren sospechosa, apoyándose en la ley y con la autorización previa
de un juez. Como dice Edward Snowden:
No hay problema cuando se trata de escuchas
telefónicas a Osama Bin Laden. Los investigadores pueden hacer este
trabajo mientras tengan permiso de un juez –un juez independiente, un
juez de verdad, no un juez anónimo–, y puedan probar que hay una buena
razón para autorizar la escucha. Y así es como se debe hacer. El
problema surge cuando nos controlan a todos, en masa y todo el tiempo,
sin una justificación precisa para interceptar nuestras comunicaciones,
sin indicio jurídico alguno que demuestre que hay una razón plausible
para violar nuestros derechos[3].
Con la ayuda de algoritmos cada vez más perfeccionados, miles de
investigadores, ingenieros, matemáticos, estadísticos, informáticos,
persiguen y criban las informaciones que generamos sobre nosotros
mismos. Desde el espacio nos siguen satélites y drones de mirada
penetrante. En las terminales de los aeropuertos, escáneres biométricos
analizan nuestros pasos, “leen” nuestro iris y nuestras huellas
digitales. Cámaras infrarrojas miden nuestra temperatura corporal. Las
pupilas silenciosas de cámaras de video nos escudriñan en las aceras de
las ciudades o en los pasillos de los supermercados[4]. Nos siguen la
pista también en la oficina, en las calles, en el autobús, en el banco,
en el metro, en el estadio, en los aparcamientos, en los ascensores, en
los centros comerciales, en carreteras, estaciones, aeropuertos…
Además, con el desarrollo en marcha de la “Internet de las cosas”,
muchos elementos de nuestro hogar (refrigerador, botiquín, bodega,
etc.), incluso nuestro vehículo[5], van a poder suministrar también
informaciones valiosas sobre nuestras costumbres más personales.
Hay que decir que la inimaginable revolución digital que estamos
viviendo, y que trastoca ya tantas actividades y profesiones, también ha
desbaratado completamente el campo de la información y el de la
vigilancia. En la era de Internet, la vigilancia se ha vuelto
omnipresente y totalmente inmaterial, imperceptible, indetectable,
invisible. Además, ya es, técnicamente, de una excesiva sencillez.
Software espía
Ya no son necesarios toscos trabajos de albañilería para instalar cables y micros, como en la célebre película
La conversación[6],
en la que un grupo de “fontaneros” presenta, en un Salón dedicado a las
técnicas de vigilancia, chivatos más o menos chapuceros, equipados con
cajas rebosantes de hilos eléctricos, que había que disimular en las
paredes o bajo los techos… Varios estrepitosos escándalos de la época
–el caso Watergate[7], en Estados Unidos; el de los “fontaneros del
Canard[8]”, en Francia–, fueron fracasos humillantes de los servicios de
información, que mostraron los límites de estos viejos métodos
mecánicos, fácilmente detectables y perceptibles.
En la actualidad, poner a alguien bajo escucha es asombrosamente
fácil, y está al alcance de cualquiera. Quien quiera espiar su entorno
encuentra una larga lista de opciones[9] de libre acceso en el comercio,
En primer lugar, manuales de instrucción muy didácticos “para aprender a
seguir la pista y espiar a la gente[10]”. Y al menos media docena de
software espía
s
(mSpy, GSmSpy, FlexiSpy, Spyera, EasySpy) que “leen” sin problemas el
contenido de los teléfonos móviles[11]: sms, correos electrónicos,
cuentas en Facebook, WhatsApp, Twitter, etc.
Con el impulso del consumo “en línea” se ha desarrollado
considerablemente la vigilancia de tipo comercial, que ha generado un
gigantesco mercado de datos personales, convertidos en mercancía. Cuando
nos conectamos a una web, las cookies[12] guardan en la memoria el
conjunto de las búsquedas realizadas, lo que permite establecer nuestro
perfil de consumidor. En menos de veinte milisegundos, el editor de la
página que visitamos vende a potenciales anunciadores informaciones que
nos afectan, recogidas sobre todo por las cookies. Apenas algunos
milisegundos después, aparece en nuestra pantalla la publicidad que
supuestamente tiene más impacto en nosotros. Y ya estamos
definitivamente fichados[13].
Una alianza sin precedentes
En cierto modo, la vigilancia se ha “privatizado” y “democratizado”.
Ya no es un asunto reservado únicamente a los servicios gubernamentales
de información. Aunque, gracias también a las estrechas complicidades
que los Estados han entablado con las grandes empresas privadas que
dominan las industrias de la informática y de las telecomunicaciones, su
capacidad en materia de espionaje de masas ha crecido de forma
exponencial. En la entrevista con Julian Assange que publicamos en la
segunda parte de este libro, el fundador de WikiLeaks[14] afirma:
Las nuevas empresas, como Google, Apple, Microsoft,
Amazon y más recientemente Facebook han establecido estrechos lazos con
el aparato del Estado en Washington, especialmente con los responsables
de la política exterior. Esta relación se ha convertido en una evidencia
[…]. Comparten las mismas ideas políticas y tienen idéntica visión del
mundo. En última instancia, los estrechos vínculos y la visión común del
mundo de Google y la Administración estadounidense están al servicio de
los objetivos de la política exterior de los Estados Unidos[15].
Esta alianza sin precedentes –Estado + aparato militar de seguridad + industrias gigantes de la Web- ha creado este
Imperio de la vigilancia cuyo objetivo claro y concreto es poner Internet bajo escucha, todo Internet y a todos los internautas.
En esta situación, es necesario tener en cuenta dos ideas muy concretas:
1) El ciberespacio se ha convertido en una especie de quinto
elemento. El filósofo griego Empédocles sostenía que nuestro mundo
estaba formado por una combinación de cuatro elementos: tierra, aire,
agua y fuego. Pero el surgimiento de Internet, con su misterioso
“interespacio” superpuesto al nuestro, formado por miles de millones de
intercambios digitales de todo tipo, por su
streaming y su
clouding, ha
engendrado un nuevo universo, en cierto modo cuántico, que viene a
completar la realidad de nuestro mundo contemporáneo como si fuera un
auténtico quinto elemento.
En este sentido, hay que señalar que cada uno de los cuatro elementos
tradicionales constituye, históricamente, un campo de batalla, un lugar
de confrontación. Y que los Estados han tenido que desarrollar
componentes específicos de las fuerzas armadas para cada uno de estos
elementos: el ejército de Tierra, el ejército del Aire, la Armada y, con
carácter más singular, los bomberos o “guerreros del fuego”. De manera
natural, desde el desarrollo de la aviación militar en 1914-1918, todas
las grandes potencias han añadido hoy, a los tres ejércitos
tradicionales y a los combatientes del fuego, un ejército cuyo
ecosistema es el quinto elemento: el
ciberejército, encargado de la
ciberdefensa, que tiene sus propias estructuras orgánicas, su Estado mayor, sus
cibersoldados y sus propias armas: superordenadores preparados para librar la
ciberguerra digital[16] en el ámbito de Internet.
2) Internet se ha centralizado. Al principio, se percibió la Red como
una explosión de posibilidades de expresión individuales, que permitía
escapar de la dependencia de los monopolios estatales (correos,
telégrafo, teléfono), de los gigantes de las telecomunicaciones y de los
grandes medios de comunicación dominantes (prensa, radio, televisión).
Era sinónimo de libertad, de evasión, de creatividad. Veinticinco años
después, la Red está a punto de sufrir una violenta
centralización
en torno a ciertas colosales empresas privadas: las GAFAM (Google,
Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), todas estadounidenses, que, a
escala planetaria, acaparan las diferentes facetas de la Red, y de las
que son extraordinariamente dependientes los aproximadamente 3 mil
quinientos millones de internautas, quienes, a su vez, las alimentan con
todos sus datos personales. Y de este modo, las enriquecen
descomunalmente.
Para las generaciones de menos de 40 años, la Red es sencillamente el
ecosistema en el que han madurado su pensamiento, su curiosidad, sus
gustos y su personalidad[17]. Para ellos, Internet no es sólo una
herramienta autónoma que se utiliza para tareas concretas. Es una
inmensa esfera intelectual, en la que se aprende a explorar libremente
todos los saberes. Y, al mismo tiempo, un ágora sin límites, un foro
donde la gente se encuentra, dialoga, intercambia y adquiere cultura,
conocimientos y valores, generalmente compartiéndolos.
Para estas nuevas generaciones, Internet representa lo que para sus
antepasados fueron simultáneamente la Escuela y la Biblioteca, el Arte y
la Enciclopedia, la Ciudad y el Templo, el Mercado y la Cooperativa, el
Estadio y el Escenario, el Viaje y los Juegos, el Circo y el Burdel… Es
tan fabuloso que “por el placer de evolucionar en un universo
tecnológico, el individuo no se preocupe de saber, y aún menos de
comprender, que las máquinas gestionan su vida cotidiana. Que cada uno
de sus actos y gestos es registrado, filtrado, analizado y,
eventualmente, vigilado. Que, lejos de liberarle de sus ataduras
físicas, la informática de la comunicación constituye sin duda la
herramienta de vigilancia y control más formidable que el hombre haya
puesto a punto jamás[18]”.
Y esto no ha acabado. Ya que, insaciables, los gigantes de la Red
quieren ahora extender su dominio al conjunto de la humanidad, con el
pretexto de la emancipación y la liberación. Paul Virilio, al evocar las
catástrofes industriales, que son por definición contemporáneas a la
era industrial, nos ha enseñado que, por ejemplo, la invención del
ferrocarril conllevó
simultáneamente la invención de los
accidentes de tren. Con la Web pasa algo parecido. La catástrofe
industrial de Internet es la vigilancia masiva, de la que solo escapan
–consuelo de pobres– los que no tienen Internet; es decir, alrededor de
la mitad de los habitantes del planeta.
Pero los gigantes de la Red –Google, Facebook y, concretamente,
Microsoft– quieren acabar con esta injusticia: “Si conectamos a Internet
a los cuatro mil millones de personas que no tienen acceso a la Red,
tenemos la oportunidad histórica de educar al conjunto del mundo en las
próximas décadas”, ha declarado, por ejemplo, el dueño de Facebook, Mark
Zuckerberg[19].
El 26 de septiembre de 2015, Zuckerberg, Bill Gates, fundador de
Microsoft, Jimmy Wales, fundador de Wikipedia y otros[20] insistieron
ante la ONU, inscribiendo su posición en el marco de los objetivos de
desarrollo sostenible fijados por las Naciones Unidas para erradicar la
pobreza extrema hasta el año 2030[21]: “Internet pertenece a todo el
mundo, por lo tanto debe ser accesible a todo el mundo[22]”. Aunque
Facebook no había esperado para lanzar, en agosto de 2013, Internet.org,
una aplicación para
smartphones que permite a las poblaciones
de los países pobres acceder gratuitamente a la red Facebook y a una
selección de unos cuarenta sitios web, Wikipedia entre ellos[23].
Por su parte, Alphabet (Google) ha puesto a punto su propio proyecto
de ampliar al mundo entero el acceso a Internet. Para proporcionar
gratuitamente a los ‘condenados de la Tierra’ los beneficios de su motor
de búsqueda, esta empresa global cuenta sobre todo con apoyarse en su
programa Loon: globos de helio instalados en la estratosfera.
Sin dudar en absoluto de la intención de estos gigantes de la Red de
mejorar el destino de la humanidad, podemos preguntarnos si no les
motivan también consideraciones más comerciales, puesto que la principal
riqueza de estas empresas ineludibles -casi en situación de monopolio
planetario- es el número de conectados. Facebook o Google, por ejemplo,
no venden nada a los internautas; venden sus miles de millones de
usuarios a los anunciantes publicitarios. Es lógico, por lo tanto, que, a
partir de ahora, quieran venderles
todos los habitantes de la
Tierra. Simultáneamente, cuando el mundo entero esté conectado, podrán
transmitir a la NSA, en una doble operación,
todos los datos personales de todos los habitantes de la Tierra … ¡Bienvenidos al Imperio de la vigilancia!
Notas
[1] Julian Assange afirma que las democracias se enfrentan, de hecho, a los “cuatro jinetes del
Infocalipsis”:
el terrorismo, la pornografía infantil, el blanqueo de dinero y las
guerras contras la droga y el narcotráfico. Cada una de estas plagas, a
las que evidentemente hay que combatir, sirve también de pretexto para
reforzar permanentemente los sistemas de vigilancia global sobre las
poblaciones.
Cf.Julian Assange y Jacob Apppelbaum, Andy Müller-Maughn y Jérémie Zimmerman
, Ménace sur nos libertés. Comment Internet nus espionne. Comment résister.
[2] Se trata esencialmente de informaciones que permiten
identificarnos, ya sea directa o indirectamente. A saber: nombre y
apellidos, foto, fecha y lugar de nacimiento, estado civil, dirección
postal, número de de la seguridad social, número de teléfono, número de
tarjeta bancaria, placa de la matrícula del vehículo, correo
electrónico, cuentas de redes sociales, dirección IP del ordenador,
grupo sanguíneo, huellas digitales, huella genética, elementos de
identificación biométrica, etc.
[3] Katrina van den Heuvel y Stephen F. Cohen, “Entrevista con Edward Snowden”, Nueva York,
The Nation, 28 de octubre de 2014. Le Monde diplomatique en español, octubre de 2015.
[4] Como se puede ver claramente en la película, de Stéphane Brizé,
La Loi du marché, 2015.
[5]
Cf. “La voiture, cette espionne”,
Le Monde, 2 de octubre de 2015.
[6] Francis Ford Coppola, 1973.
[7] El caso Watergate fue un asunto de espionaje político con
múltiples ramificaciones, que empezó con la detención, en 1972, de
falsos ladrones que habían colocado micros en el interior del edifico
Watergate, en Washington, en las oficinas del Partido Demócrata, y
desembocó en la dimisión del presidente Nixon, a la sazón presidente de
Estados Unidos, en 1974.
[8] Escándalo político bajo la presidencia de Georges Pompidou: en
diciembre de 1973, en París, se descubrió en los locales del semanario
satírico
Le Canard enchaîné un sistema de escuchas que habían
colocado una decena de agentes de la Dirección de la Vigilancia del
Territorio (DST: siglas en francés), disfrazados de fontaneros.
[9] Aunque, en Francia, el artículo 226-1 del Código Penal impone una
pena “de un año de prisión y 45.000 euros de multa por atentar
voluntariamente, mediante cualquier procedimiento, contra la intimidad
de la vida privada de otro: captando, grabando o transmitiendo, sin el
consentimiento de su autor, palabras pronunciadas a título privado o
confidencial; fijando, grabando o transmitiendo, sin su consentimiento,
la imagen de una persona mientras se encuentra en un lugar privado”.
[10] Léase, por ejemplo, Charles Cohle,
Je sais qui vous êtes. Le manuel d’espionnage sur Internet, Nantes, Institut Pandore, 2014.
[11] Incluso existen “comparadores de
software de
vigilancia” que la publicidad presenta de esta manera: “Un comparador
claro y completo de los programas chivato para el móvil, que le
permitirá elegir y poder tomar una decisión acertada y económica antes
de comprar su aplicación de localización
”. Cf.http://www.smartsupervisors.com/
[12] La cookie equivale a un pequeño archivo de texto almacenado en
el terminal del internauta. Permite a los programadores de sitios de
Internet conservar los datos del usuario con el fin de facilitar su
navegación. Las cookies siempre han sido cuestionadas, ya que contienen
información personal residual que potencialmente pueden ser utilizada
por terceros. (Fuente: Wikipedia).
[13] http://digital-society-forum.orange.com/fr/
[14] Sobre WikiLeaks, léase
La explosión del periodismo, Ignacio Ramonet, Clave Intelectual (Madrid) y Capital Intelectual (Buenos Aires), 2011., pp. 93-123.
[15]
Cf. Infra,
p. 138.
[16]
Cf. “Entrevista exclusiva: vicealmirante Arnaud Coustillière, oficial general ‘
ciberdefensa’ del estado mayor de los ejércitos”,
Cyber Risques News, 7 de abril de 2015.
http://www.cyberisques.com/fr/motscles-11/433-entretien-exclusif-vice-admiral-arnaud-coustulliere-officier-general-cyberdefenseal-etat-major-des-armees
[17] Es interesante destacar que, si el 60% de los franceses percibe
la existencia de ficheros de vigilancia como un “atentado a la vida
privada”, el tramo de edad de los 18 a los 24 años, es decir, el de los
principales usuarios de Internet, es el que se muestra más preocupado en
este sentido: el 78% de ellos denuncia que “su vida privada está
insuficientemente protegida en Internet”. Estudio realizado a instancias
de la Comisión Nacional de Informática y Libertades (CNIL), París,
2008.
[18] Jean Guisnel, en el prólogo a la edición francesa del libro de Reg Whitaker,
Tous fliqués! La vie privée sous surveillance, Denoël, 2001, París, 2001.
[19] “To Unite the Earth, Connect It”,
The New York Times, 26 de septiembre de 2015.
[20] El propietario de Virgin, Richard Branson, la fundadora del
Huffington Post, Ariana Huffington, el cantante Bono, la actriz Charlize Theron, la cantante Shakira, el actor George Takei, etcétera.
[21] http://www.globalgoals.org
[22] AFP, 27 de septiembre de 2015.
[23] Aunque sobre el papel es elogiable, el proyecto se enfrenta a
fuertes críticas, especialmente en la India. Estos son los reproches:
con internet.org, Facebook perjudicaría la neutralidad de la Red al
decidir por sí mismo los sitios web a los que se pueden conectar los
internautas. Además, crearía una Red a dos velocidades, la de los ricos,
capaces de acceder a toda ella, y la de los pobres, conectados
únicamente a algunos servicios. Léase, por ejemplo,
Le Monde, París, 29 de diciembre 2015.