El actual balance bélico es lamentable y muchos conflictos aportan municiones al peligro mayor: la confrontación, ya nada soterrada, entre Estados Unidos y Rusia
Como suele hacerse, de cara al inicio de 2016 millones de
personas en el mundo escudriñaron las profecías de Nostradamus y, entre
muchas perlas, encontraron nada menos que los avisos del inicio de la
Tercera Guerra Mundial, un cometa de mal augurio, zafarrancho nuclear y
otras —¿más?— calamidades
.
Por fortuna, el médico y astrólogo francés «volvió» a fallar, pero ello no impidió que este diciembre los crédulos volvieran a la carga con un video, ya viral en la red, que anuncia a su nombre que ahora sí: la tercera gran conflagración se nos viene encima en 2017. Nacidos a pura adivinación, tales vaticinios tienen, sin embargo, un innegable basamento: la incomprensible inclinación humana a la guerra.
Aunque muchas cosas han cambiado en tres décadas, aunque otras potencias emergieron y ciertos bloques intentaron dar la apariencia de «dominó ampliado» en la política internacional, aunque el terrorismo organizado complicó las variables, la Guerra Fría no había hecho más que pasar a un período de hibernación de sus embriones bélicos y, en el fondo, cuando se habla de Guerra con mayúscula siempre se trata de Estados Unidos, el sheriff envejecido, y Rusia, la potencia herida que, contra todo cálculo, pasó del declive a la recuperación geoestratégica.
Aun conflictos de terceros —como la sangrienta contienda «civil» en Siria— terminan analizándose según las posturas, invariablemente chocantes, de Washington y Moscú. No hay dudas de que el reciente asesinato de un diplomático es el ataque a un país.
A nadie asombra, entonces, que el informe del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) de Estados Unidos —grupo que tiene muy poco de nostradámico— sobre los conflictos que podrían producirse o agravarse en 2017 inicie su lista con un probable conflicto armado entre Moscú y la OTAN, causado según sus especialistas por el «comportamiento de los rusos en Europa del Este». Por supuesto, el Kremlin piensa diferente, pero, dado el caso de una agresión, ello no evitaría que se defienda.
Véase que el estudio contempla además un posible «ataque cibernético altamente perturbador para la infraestructura clave de EE. UU.», algo que se parece demasiado a la acusación directa, de la Casa Blanca a Putin, sobre el supuesto «hackeo» ruso al proceso electoral estadounidense y su presunta determinación de unos resultados finales más difíciles de desentrañar que las cuartetas de Nostradamus.
La mayoría de las amenazas contempladas por el CFR —conflicto intercoreano, descontrol interno en Afganistán, choques entre Turquía y los grupos armados kurdos, intensificación de la guerra en Siria, violencia en Irak, desintegración libia, tensiones israelo-palestinas y los crímenes del no derrotado Estado Islámico— se asumen y enfrentan desde aceras opuestas por los Gobiernos de Rusia y de Estados Unidos, tanto en lo diplomático como en lo militar.
Porque no tienen precio, todas las vidas humanas son igual de valiosas. Hay que preocuparse, además, por el desenlace de la guerra en Colombia y seguir las noticias de Sudán del Sur, Yemen y la cuenca del lago Chad —donde Nigeria, Níger, Chad y Camerún enfrentan las embestidas del grupo terrorista Boko Haram—, pero las fricciones de los dos principales actores mundiales parecen dilema mayor.
«Este es un conflicto, no debe haber ninguna duda», dijo sobre la confrontación a CNN Matthew Rojansky, director del Instituto Kennan en el Wilson Center. El propio presidente Barack Obama avaló ese diagnóstico cuando hizo público su convencimiento de que Vladimir Putin en persona estuvo al tanto del «hackeo» a las elecciones estadounidenses y lo calzó con la promesa de respuestas, unas «públicas» y otras secretas
.
Con esa ironía elegante que a menudo se extraña en la diplomacia internacional actual, el canciller ruso, Sergei Lavrov, afirmó, antes de reclamar pruebas, que «es halagador, por supuesto, obtener este tipo de atención para una “potencia regional”, como el presidente Obama nos llamó hace algún tiempo».
Todo se complica, naturalmente, con la inminente asunción presidencial de Donald «Adivinanza» Trump. El analista militar Robert Farley lo suscribió en un artículo para National Interest: «Nadie —ni en Moscú ni en Washington— entiende muy bien qué hará el Gobierno de Trump respecto a las principales cuestiones de política exterior, lo que complica los cálculos de riesgos y oportunidades para otros países». Una amenaza real, pero desconocida: ¿se puede concebir premisa mayor para iniciar cualquier guerra?
Las referencias cruzadas acerca de presiones sobre los diplomáticos en uno y otro terreno y el cada vez más evidente deterioro de los canales de comunicación son síntomas de la incubación de un virus peligroso: el «come paz».
Hasta Mijail Gorbachov, el hombre que —según se mire— vio caer de chiripa o puso la zancadilla final a la Unión Soviética, reconoció que «el mundo ha llegado a un punto peligroso» y lanzó un llamado importante: «Esto tiene que parar. Necesitamos renovar el diálogo». Sería azaroso aventurar la respuesta de Trump; la de Vladimir Putin parece más predecible: seguramente, él parará donde cese el acoso a su país.
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Por fortuna, el médico y astrólogo francés «volvió» a fallar, pero ello no impidió que este diciembre los crédulos volvieran a la carga con un video, ya viral en la red, que anuncia a su nombre que ahora sí: la tercera gran conflagración se nos viene encima en 2017. Nacidos a pura adivinación, tales vaticinios tienen, sin embargo, un innegable basamento: la incomprensible inclinación humana a la guerra.
Aunque muchas cosas han cambiado en tres décadas, aunque otras potencias emergieron y ciertos bloques intentaron dar la apariencia de «dominó ampliado» en la política internacional, aunque el terrorismo organizado complicó las variables, la Guerra Fría no había hecho más que pasar a un período de hibernación de sus embriones bélicos y, en el fondo, cuando se habla de Guerra con mayúscula siempre se trata de Estados Unidos, el sheriff envejecido, y Rusia, la potencia herida que, contra todo cálculo, pasó del declive a la recuperación geoestratégica.
Aun conflictos de terceros —como la sangrienta contienda «civil» en Siria— terminan analizándose según las posturas, invariablemente chocantes, de Washington y Moscú. No hay dudas de que el reciente asesinato de un diplomático es el ataque a un país.
A nadie asombra, entonces, que el informe del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) de Estados Unidos —grupo que tiene muy poco de nostradámico— sobre los conflictos que podrían producirse o agravarse en 2017 inicie su lista con un probable conflicto armado entre Moscú y la OTAN, causado según sus especialistas por el «comportamiento de los rusos en Europa del Este». Por supuesto, el Kremlin piensa diferente, pero, dado el caso de una agresión, ello no evitaría que se defienda.
Véase que el estudio contempla además un posible «ataque cibernético altamente perturbador para la infraestructura clave de EE. UU.», algo que se parece demasiado a la acusación directa, de la Casa Blanca a Putin, sobre el supuesto «hackeo» ruso al proceso electoral estadounidense y su presunta determinación de unos resultados finales más difíciles de desentrañar que las cuartetas de Nostradamus.
La mayoría de las amenazas contempladas por el CFR —conflicto intercoreano, descontrol interno en Afganistán, choques entre Turquía y los grupos armados kurdos, intensificación de la guerra en Siria, violencia en Irak, desintegración libia, tensiones israelo-palestinas y los crímenes del no derrotado Estado Islámico— se asumen y enfrentan desde aceras opuestas por los Gobiernos de Rusia y de Estados Unidos, tanto en lo diplomático como en lo militar.
Porque no tienen precio, todas las vidas humanas son igual de valiosas. Hay que preocuparse, además, por el desenlace de la guerra en Colombia y seguir las noticias de Sudán del Sur, Yemen y la cuenca del lago Chad —donde Nigeria, Níger, Chad y Camerún enfrentan las embestidas del grupo terrorista Boko Haram—, pero las fricciones de los dos principales actores mundiales parecen dilema mayor.
«Este es un conflicto, no debe haber ninguna duda», dijo sobre la confrontación a CNN Matthew Rojansky, director del Instituto Kennan en el Wilson Center. El propio presidente Barack Obama avaló ese diagnóstico cuando hizo público su convencimiento de que Vladimir Putin en persona estuvo al tanto del «hackeo» a las elecciones estadounidenses y lo calzó con la promesa de respuestas, unas «públicas» y otras secretas
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Con esa ironía elegante que a menudo se extraña en la diplomacia internacional actual, el canciller ruso, Sergei Lavrov, afirmó, antes de reclamar pruebas, que «es halagador, por supuesto, obtener este tipo de atención para una “potencia regional”, como el presidente Obama nos llamó hace algún tiempo».
Todo se complica, naturalmente, con la inminente asunción presidencial de Donald «Adivinanza» Trump. El analista militar Robert Farley lo suscribió en un artículo para National Interest: «Nadie —ni en Moscú ni en Washington— entiende muy bien qué hará el Gobierno de Trump respecto a las principales cuestiones de política exterior, lo que complica los cálculos de riesgos y oportunidades para otros países». Una amenaza real, pero desconocida: ¿se puede concebir premisa mayor para iniciar cualquier guerra?
Las referencias cruzadas acerca de presiones sobre los diplomáticos en uno y otro terreno y el cada vez más evidente deterioro de los canales de comunicación son síntomas de la incubación de un virus peligroso: el «come paz».
Hasta Mijail Gorbachov, el hombre que —según se mire— vio caer de chiripa o puso la zancadilla final a la Unión Soviética, reconoció que «el mundo ha llegado a un punto peligroso» y lanzó un llamado importante: «Esto tiene que parar. Necesitamos renovar el diálogo». Sería azaroso aventurar la respuesta de Trump; la de Vladimir Putin parece más predecible: seguramente, él parará donde cese el acoso a su país.
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