Por:
Eusebio Leal
Cubadebate publica las palabras de Eusebio Leal al discutirse el proyecto de ley sobre el uso del nombre y la figura del compañero Fidel Castro Ruz, en la Asamblea Nacional.
No crean que resulta fácil en una sesión como esta y ante un dictamen
de ley como la que vamos a analizar -y que como dice el Presidente Don
Esteban (Lazo Hernández), hemos leído estudiado y analizado-, emitir
otro juicio. No estamos ante el análisis de unas palabras cualesquiera,
sino ante la voluntad póstuma de una de las grandes figuras de la
Historia.
Y ante esa voluntad expresada de manera contundente a su amado
hermano y a sus familiares y que quedan como un legado ante el mundo el
retrato y el perfil de un revolucionario verdadero, no tenemos otra cosa
que suscribirla con la convicción profunda de que ese es su pensamiento
y su legado
.
Tenía confianza absoluta en el triunfo de las ideas, y creyó que
ellas eran el mejor legado; tenía una convicción profunda en la unidad.
Detrás del concepto magistralmente expresado en el momento quizás más
maduro de su pensamiento político, estaban las experiencias que hicieron
de él el autor de la unidad nacional. No podemos olvidarlo
.
Cuando él miraba el pasado, veía el sacrificio de los precursores que
no lograron alcanzar jamás su victoria, porque no la alcanzaron;
pensaba en los que solitariamente se levantaron y perecieron sin
alcanzarla; pensaba en aquel dramático 27 de febrero de 1874 en que,
víctima de la desunión y quizás de la traición, fue sacrificado el Padre
del Patria; pensaba en Mariana (Grajales), muerta en el exilio, madre
de una nación; pensaba en la obra inconclusa de los que se atrevieron a
luchar en 1868, que pusieron en jaque al colonialismo para que al final,
quebrantados por la desunión y por el combate fiero largamente
sostenido, sucumbieran al empeño; pensaba que no pudo realizarse tampoco
en 1878 y en el 79, ni en el 84 por idénticas razones, y que en el 95,
con una guerra victoriosamente liberada, se frustrara todo al final.
No ya por esa desunión, sino por algo mucho más grave y terrible, la
sentencia anticipada por Martí en palabras breves: “impedir a tiempo”.
No se pudo impedir a tiempo. Pensaba en los revolucionarios de los años
30, en los precursores de las ideas políticas, en los precursores más
avanzados; pensaba en Mella, “muero por la Revolución”, mas lejos de la
patria.
Todo esto le inquietó profundamente y le llevó a concebir un proyecto
político que tuvo la virtud de alcanzar por única vez una victoria en
este continente, y por primera vez en el mundo, de un pequeño puñado de
hombres contra un ejército al que batió, golpeó y liquidó. Pensó en que
antes y después en el poder había que galvanizar la Revolución en un
Partido, que representara la unidad de un pueblo, de una nación, lo que
Martí definió como “el alma invisible de Cuba”.
Después de haber logrado tan magnos objetivos y haber vivido
largamente como ningún otro revolucionario que yo recuerde; después de
haber visto desde el poder político de las clases más revolucionarias,
la consolidación de la Revolución, su sobrevivencia a un asedio heroico y
terrible; después de haber vivido todo eso y considerarse invicto,
creyó que no era posible vivir más y, simple y sencillamente, se fue.
Ahora nos queda un gran desafío. No podemos convertir en consigna, ni
vaciar en bronce, ni en mármol, ni en palabras huecas, ni en alharaca,
ni algarabía, ni en jolgorio su pensamiento. Durante nueve días el
pueblo guardó un luto espontáneo. El que ordenó la nación fue solo el
marco. El pueblo en masa fue por toda Cuba repitiendo su victoria y debo
decir que, con su muerte, se atravesó en el camino del adversario y en
el de nuestras propias flaquezas, un enemigo terrible. Como lo fue en
vida, lo será más allá de ella. Fue, además, un último y gran servicio a
la unidad de la nación cubana.
Y debo decir que desde el alba hasta el poniente se hizo una salva de
cañón, manteniendo en vilo a la opinión pública. Debo aclarar que esto
solo ocurrió una vez en la Historia de Cuba, cuando murió Máximo Gómez y
se ordenó tal duelo para que se supiera que caía uno de los últimos
grandes libertadores, si no el último libertador del continente
americano.
En la tumba de Máximo Gómez no se escribió ningún nombre
expresamente, porque se dijo que todo cubano que llegase ante aquella
piedra granítica debía saber que aquel perfil pertenecía a un
libertador. Exactamente igual en la piedra de Oriente está un solo
nombre, Fidel, que quiere decir fiel. Y cuando se evoca que en el
glorioso cementerio Santa Ifigenia están enterrado los padres y
precursores de la Patria, falta uno: Antonio Maceo. Está enterrado en La
Habana, porque quiso el destino y la providencia que para marcar el
destino de la unidad nacional, Martí cayera en Oriente y Maceo en La
Habana, y ese equilibrio marca nuestra vocación y nuestro deber.
Yo pido a los diputados que no nos agotemos de ninguna manera en
poner punto y coma en esto que está escrito. Cumplamos la voluntad de un
vivo, no de un muerto. “No me rindan culto de palabras, ríndanme culto
de obras”: que se levante la producción, que se levante el campo, que se
levante el trabajo, que avergüence el robo, que se sienta orgullo de
nacer en esta República, que no emigren, que permanezcan, que trabajen,
que se unan, y entonces, estoy seguro que, como dice la canción, ese
caballo blanco que ahora va descabalgado permanecerá eternamente y sobre
él irá, invisible, pero cierta, su figura.
Muchas gracias.
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