El mapa de los medios ha cambiado dramáticamente con las nuevas
plataformas tecnológicas y el debate sobre la comunicación ha regresado
al siglo pasado en Cuba. Pensábamos que la naturaleza social de este
derecho humano no podía colocarse tan fácilmente en el mostrador del
mercado, pero hace rato dejaron de estar claras las fronteras entre un
sistema de medios públicos, mayoritariamente estatales en el interior de
la Isla, y otro sistema de medios estatales y privados, anclados
fundamentalmente en Estados Unidos, disputándose la atención de las
audiencias cubanas. Estos últimos, con muchísimo dinero y violando las
leyes y el sentido común, a pesar de sus nulas posibilidades de éxito.
Pero hoy el Granma
y El Nuevo Herald están al alcance de un clic y los cambios en la
economía hacen florecer empresas ávidas por anunciarse -restaurantes,
alquileres y servicios de todo tipo-, muchas de carácter legal. Como era
de esperar, han surgido cientos de negocios que viven de la publicidad y
median las relaciones entre el espacio público, fuertemente regulado, y
el digital, con limitada o ninguna regulación, que coexisten en
complejo equilibrio bajo las reglas de la oferta y la demanda. Mientras,
en el país se trabaja por concretar una política de comunicación que
debe poner un orden socialista, contrapeso de las decisiones económicas
de un mismo signo, en el complicado escenario de la convergencia.
En río revuelto, ganancia de pescadores. Así como existen medios con
infraestructura y registro digital estadounidense o europeo, pero con
oficinas, empleados y audiencias en Cuba, se recomponen los viejos
instrumentos propagandísticos de EEUU para el cambio de régimen en la
Isla. Ocurre en la ancha llanura de Internet, donde en la noche todas
las vacas son oscuras y los conceptos empiezan a vaciarse de contenido
–lo privado renace como alternativo; la empresa mediática como medio
ciudadano; el individualismo como socialismo; el cinismo como ética- con
la sola excusa de avanzar en los espacios que ya se habían recuperado
para las grandes mayorías de este país.
En una nota para sus clases en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, Julio García Luis
(1942-2012) reflexiona sobre esa pelea que no es nueva entre los que
apuestan por la privatización de los medios, y quienes intentan
demostrar que nuestra profesión, desde la práctica del socialismo, puede
hacer frente a los desafíos que tiene por delante. Lo hace a través de
tres preguntas que son, también, profundas certezas: “¿No debiera ser la
propiedad social la mejor garantía del uso de los medios para el
servicio público? ¿No debiera ser la distinción entre propiedad y
gestión una clave para la calidad profesional? ¿No pudiera esa gestión
profesional funcionar en base a cultura y valores compartidos con el
propietario social, similares a las que existen entre editores y
consorcios en el capitalismo desarrollado?”
Con la ayuda de las hermanas Nadia y Nidia Díaz,
viuda y cuñada de Julio, respectivamente, he estado ordenando y
preparando para una futura publicación una zona de la papelería de quien
fuera Decano de la Facultad de Comunicación, que abarca textos escritos
desde la década del 80 del siglo pasado hasta poco antes de morir, en
enero de 2012. Hemos seleccionado unos 40 materiales que incluyen
apuntes, discursos, ensayos, cartas y crónicas, todos inéditos y con un
valor extraordinario para comprender el escenario, los avances y
retrocesos de la prensa cubana en el último medio siglo.
No he terminado el ensayo introductorio para este proyecto. Julio
asumió el periodismo como una construcción de ciudadanía, con sus
múltiples dimensiones que trascienden el tema al que nos convocó Cubaperiodistas.
Pero si algo sostiene su pensamiento es la defensa de la propiedad
social de la prensa y su apasionada convicción de que Cuba puede
construir un modelo de comunicación socialista, negado a otras
sociedades que intentaron “el asalto al cielo”. Por eso, mi propuesta es
que sean respondidas las tres preguntas que Julio le hizo a sus
estudiantes y que lo haga él mismo. Que su voz, rescatada del fondo de
un baúl familiar, sea la que hable.
Por tanto, lo que usted leerá a partir de ahora son fragmentos de
esos textos inéditos -algunos sin título aún y otros, sin fecha-, obra
de un pensamiento coherente e iluminador en los tiempos que corren.
Tres preguntas, tres respuestas de Julio
-¿No debiera ser la propiedad social la mejor garantía del uso de los medios para el servicio público?
En el debate entre propiedad social y propiedad privada de los medios, tengo las siguientes convicciones:
- Una verdadera democratización de la prensa, y el ejercicio ético del periodismo, requieren como premisa la propiedad social sobre los medios.
- La propiedad social, por sí misma, no es tampoco garantía suficiente de una prensa de servicio público, participativa, sustentada en valores y formadora ella misma de valores.
- Se requiere que ésta forme parte de un proyecto clasista, popular, de justicia social y socialismo (en una interpretación amplia de este concepto), que lo haga capaz de imprimirle a los medios una política de desenajenación y plena liberación del ser humano.
- Tal política de información y comunicación, para realizarse, requiere de una especial mediación y articulación entre el sistema político y el sistema de medios, que se debe expresar en la gestión profesional de estos.
Resulta mucho más difícil advertir la actuación de un sistema
propagandístico cuando los medios de comunicación son privados y no
existe censura formal, en particular cuando tales medios compiten
activamente, atacan y exponen con cierta periodicidad los errores del
gobierno y de las corporaciones, y se autocalifican enérgicamente de
portavoces de la libertad de expresión y de los intereses generales de
la comunidad.
Por tanto, el verdadero peligro, tal como yo lo aprecio, no está en
los nuevos fenómenos asociados a las redes digitales, sino en el
envilecimiento, mercantilización, identificación con las cúpulas de
poder y renuncia a la función crítica y de servicio público de la gran
masa de medios convencionales, que cada vez tiene que ver más con el
imperio y sus intereses, y cada vez menos con los países, su gente y sus
problemas.
En Cuba deberíamos evitar que momentos de desconcierto o de revés le
den pábulo a algunas tendencias liberales o extremistas, que propugnan
los valores de la propiedad privada en nombre del fracaso estatal. El
rechazo al burocratismo y al inmovilismo no debe llevarnos al
liberalismo burgués y a la trampa de los mecanismos capitalistas. La
necesidad de mayor eficiencia económica y más impulso al desarrollo
científico-técnico, que reclama el socialismo, no debe hipotecar nuestra
perspectiva comunista.
Las fórmulas de ultraizquierda que a veces oímos o leemos son
exabruptos de diletantes, al margen de la complejidad real de los
problemas. Nuestra tarea tenemos que resolverla hoy con fórmulas nacidas
de la realidad cubana, con la gran masa de periodistas de país, con los
cuadros de la prensa, con el Partido y su dirección en cada nivel, con
todos los organismos políticos, de masa, estatales y administrativos,
con el papel activo de los trabajadores y el pueblo que son los
protagonistas de la información.
Seamos realistas. En nuestra prensa, no sólo se destaca una avanzada
consciente, junto a un sector descreído y apático; también se destacan
inevitablemente corrientes extremistas y liberales. Ellas a veces se
presentan como muy radicales y atraen a personas sinceras. Pero su caldo
de cultivo por excelencia lo dan oportunistas y resentidos. Estas
tendencias no pueden esperar. Para ellas, el baño de sangre ha de ser
ya. Las cabezas deben rodar a más tardar mañana temprano. Si algo no
sale como es debido, es que hay un gran culpable agazapado en alguna
parte, a quien sólo hace falta descubrir y defenestrar. Todo el que
ocupe algún cargo, obviamente, es un canalla a eliminar. Si alguna
fórmula atractiva aparece en la arena internacional: a imitarla, sin más
demora. Si intereses sensibles del país pueden ser lastimados por un
manejo irresponsable de nuestra libertad de prensa: abajo los intereses
el país. Todo en blanco y negro, todo fácil, todo expedito. Óptica de
diletantes. Eso sí es peligroso
Por tanto, la pregunta sigue siendo esta: ¿puede haber periodismo en
el socialismo? Para nosotros la respuesta es: sí, puede y debe haber un
periodismo de calidad. ¿Es fácil? No. ¿Es un problema resuelto? No.
¿Basta con seguir la experiencia pretérita y actual del socialismo? No.
¿Hay que buscar una respuesta cubana a este problema? Sí. El
capitalismo, obviamente, no sólo ha desarrollado una experiencia en este
terreno, sino que posee determinadas ventajas. La irresponsabilidad que
supone la propiedad privada de los medios es una de ellas.
-¿No debiera ser la distinción entre propiedad y gestión una clave para la calidad profesional?
Nuestra prensa es partidista, es revolucionaria. Ese es su mayor
timbre de orgullo. Es una conquista histórica irreversible. No hay en
esto ni habrá la menor concesión al liberalismo o al oportunismo. La
política que aplicamos en Cuba es indiferente por completo a toda idea
de congraciarnos o hacernos simpáticos a Occidente, y por eso la
propiedad de la prensa deberá seguir estando en manos de la sociedad
organizada. Seguimos una consecuente línea de principios
Ahora bien, ese carácter revolucionario no se expresa en una gestión
directa del Partido sobre los medios. El Partido dirige en términos
políticos de orientación, control, ayuda y trabajo con los cuadros. Cada
órgano de prensa cubano responde a determinada organización o
institución. Cada uno de esos órganos tiene una dirección con las
máximas atribuciones ejecutivas. Esta dirección debe disponer de
autonomía y decidir qué se publica y cómo se publica. Los periodistas, a
su vez, han de ganarse también con su talento y su coraje una amplia
autonomía. No debemos tener ningún temor en emplear esta palabra. El
periodismo, como forma del trabajo intelectual, requiere de espacio para
la libertad creadora
.
Nuestra prensa supone un cambio esencial en cuanto al sistema de
propiedad, a los perfiles de cada órgano, a los contenidos y prioridades
temáticas, y dispone de soportes que permiten usos del lenguaje,
velocidades de trasmisión y alcance de los mensajes que no pudieron
siquiera soñar los actores de los medios en el pasado. Es preciso cobrar
verdadera conciencia de las potencialidades que ello encierra y
aprender a explotarlas.
Las tendencias negativas que proliferaron en el país en los años 80
olvidaban el trabajo político, el peso de los factores ideológicos, la
atención al hombre, y todo lo subordinaban a los mecanismos económicos y
a la estimulación monetaria. Pero aun colocando en su justo lugar estos
elementos, ni el Partido ni el Estado solos, ni los organismos
administrativos y las organizaciones de masas por su sola cuenta,
podrían atender todos los problemas. El Partido mismo no es una especie
de dios que todo lo vea, lo conozca y lo resuelva. La construcción del
socialismo únicamente puede entenderse como un trabajo de toda la
sociedad.
En otras palabras, si las propias masas no desarrollan su capacidad
de autogestión, si no se estimula la nueva actitud cívica y se crea una
nueva cultura de la economía y el deber social, sería imposible dar
respuesta a la infinidad de requerimientos cotidianos que plantea la
producción y demás esferas de nuestra vida. La prensa debe contribuir
decisivamente a esto. Ella debe levantar la bandera de la lucha
permanente contra todo lo mal hecho. Debe ser un instrumento de
estímulo, de crítica, de orientación y de acicate a la reflexión social.
Sólo con el Partido, con su comprensión, con su apoyo activo, será
posible avanzar, vencer la resistencia consciente e inconsciente con que
tropieza el ejercicio profesional, y lograr que se arraigue
gradualmente una nueva cultura de la información y el papel de la prensa
en nuestra sociedad.
-¿No pudiera esa gestión profesional funcionar en base a
cultura y valores compartidos con el propietario social, similares a las
que existen entre editores y consorcios en el capitalismo desarrollado?
Cuba fue el primer país en hacer una revolución socialista a partir
de una cultura de prensa occidental y moderna. Los periodistas cubanos
—al menos el núcleo fundamental de ellos— son tan talentosos y capaces
como los de cualquier otro país. Tienen tanto potencial como los
científicos, técnicos e innovadores cubanos que nos enorgullecen. No
podemos admitir unilateralmente la idea de que los periodistas sean los
únicos culpables de los problemas en la gestión de la prensa.
El problema esencial, a nuestro juicio, es transformar el ejercicio
periodístico, sin menoscabo de los principios revolucionarios. Dentro
del sistema de partido único y del reconocimiento del papel dirigente y
orientador de nuestra organización de vanguardia, debemos hallar los
métodos y estilos que garanticen la autonomía de los órganos de prensa,
las atribuciones de sus directores y la práctica profesional del trabajo
periodístico.
Toda nuestra prensa es revolucionaria. Es un resultado de las
características de nuestro proceso histórico. No hay espacio en ella
para defender la contrarrevolución, el capitalismo, el racismo, el
guerrerismo o el odio hacia otros pueblos y naciones. Pero dentro de
estos límites políticos hay un vasto espacio para el criterio
independiente y para reflejar los intereses, percepciones y enfoques de
las diferentes capas, sectores sociales e individualidades que forman
nuestro pueblo. No hay que privatizar los órganos de prensa para lograr
que estas opiniones obtengan un reflejo adecuado en nuestros medios de
información, lo que no debe interpretarse sin embargo como que ya los
cubanos lo hemos logrado. Esa tarea es posible y debemos realizarla.
Estamos convencidos de que demostrar la viabilidad del pluralismo de
opiniones, dentro de una revolución que construye el socialismo, entraña
un reto a la voluntad creadora y puede ser, al mismo tiempo, un
servicio importante al esclarecimiento del gran debate ético, político e
ideológico que hoy tiene lugar en nuestras sociedades.
Al tocar este punto, quisiera apuntar que observamos ciertos
argumentos que identifican el pluralismo de opiniones con el
pluripartidismo. Es oportuno señalar al respecto que el proceso
histórico cubano ha transcurrido en un sentido opuesto. La Revolución
pasó del pluripartidismo al partido único, sobre la base del programa
socialista.
No hay en nuestro país base social para otro partido. El nuestro es a
la vez el partido de la clase obrera y el de los campesinos, las capas
medias, los intelectuales y demás trabajadores. Es el partido del
socialismo, pero también el partido patriótico de la nación cubana. Y no
vemos ciertamente que haya contradicción alguna entre la dirección de
ese partido único y nuestra determinación de perfeccionar y ampliar cada
vez más los mecanismos democráticos de la sociedad, incluyendo lo
referente a un periodismo de nuevo tipo que propicie el diálogo, la
polémica y abra espacio a todos los que deseen opinar e incluso
discrepar dentro de nuestro proyecto hacia el socialismo.
Admitir que el socialismo no ha creado aún un modelo acabado que
aproveche todas las potencialidades de desarrollo de la prensa
socialista, no puede arrastrarnos al criterio de que nuestra única
posibilidad sea la de copiar al capitalismo, de la misma forma que las
deficiencias y formalismos de que ha adolecido la democracia socialista
no deben conducirnos a idealizar la democracia liberal burguesa.
Desde nuestra óptica, no debiéramos permitir que gane terreno entre
nosotros el concepto extraño de que la propiedad social sobre los medios
de información es excluyente con la variedad, la diversidad de opciones
y el ejercicio del criterio independiente.
Para nosotros, es precisamente la propiedad social la que debe
garantizar el pluralismo de opiniones y el ejercicio de una prensa
situada por encima de intereses privados y de grupos. Es cierto que
históricamente esto ha sido en muchos casos formal. Es cierto que han
existido deformaciones y que ellas se han revertido en una prensa
monótona y gris. Pero estas realidades no son prueba de otra cosa sino
de que hemos cometido errores y debemos enmendarlos. No significa que
sea irrealizable la posibilidad de apoyarnos en las enormes ventajas de
la propiedad social sobre los medios de información para un auténtico
ejercicio de nuestra libertad de prensa, que puede y debe auspiciar un
periodismo mucho más veraz, democrático y calificado que la propiedad
privada burguesa.
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