Por Iroel Sánchez
¿Dónde
está el poder? Es la pregunta que surge tras ver el final esperado,
conocido y anunciado delgobierno de Dilma Rouseff en Brasil.
El
corrimiento hacia la oposición de una élite corrupta que, negada a ver
afectados sus intereses por la crisis económica, rompió alianzas y ha
pasado del apoyo al gobierno al derrocamiento de este, para
simultáneamente “privatizar todo lo privatizable” y entregar a las
transnacionales el yacimiento petrolero pre-sal, destinado por las
administraciones del Partido de los Trabajadores (PT) a financiar salud y
educación para los que nunca las habían conocido, ha vuelto a poner a
Brasil en el mapa de la subordinación a las políticas trazadas en
Washington.
A pesar de
lo que nos dicen los medios de comunicación, lo decisivo no es que
contra Dilma votaron 61 senadores, en su mayoría corruptos. Mucho antes
lo hicieron los grandes poderes económicos y los oligopolios mediáticos
en un sistema político y de financiamiento de los partidos y sus
campañas donde la corrupción es una norma que ni Dilma ni Lula pudieron
transformar. Una vez más se comprueba: El poder no está en las urnas ni
en los parlamentos. Antes Honduras y Paraguay, y ahora Brasil, lo
demuestran.
Se ha
producido un golpe de estado se nos dice y es cierto. Pero para la
mayoría de los brasileños el verdadero golpe comienza ahora, cuando les
sean arrancadas las conquistas de los cuatro gobiernos del PT para que
si bajó el precio de petróleo no se reparta el efecto entre todos por
igual sino que de la crisis los ricos salgan más ricos y los pobres más
pobres como había ocurrido hasta que el PT con Lula a la cabeza llegó al
gobierno.
Mucho se
habla de los 35 millones de brasileños que vivían en condiciones
miserables y de la elevación del ingreso de otros 40 millones durante
los gobiernos de Dilma y Lula. Llegaron al consumo sin politización
social y en buena parte no están hoy en las calles defendiendo el poco
poder conquistado que les acaban de arrebatar. El PT en en el gobierno
hizo gestión para ellos pero no los organizó para defender sus
conquistas y llevar la transformación a un punto que hiciera imposible
el retroceso que estamos viendo y viviendo hoy.
De antiguo
es conocido: la burguesía respeta las reglas de su democracia mientras
triunfa con ellas, cuando pierde da un golpe de estado. La historia y
los mapas están plagados de muy pedagógicos ejemplos.
Un día de
elecciones presidenciales nada puede contra cinco años de imposiciones
económicas, mediáticas, laborales y de todo tipo de un entramado de
dominaciones que sigue intacto. Creer que se pueden tocar sus intereses,
siempre insaciables, y permanecer en el gobierno cuando se ha dejado
que el verdadero poder al que nadie votó siga manejando los hilos en los
bancos y las redacciones tendría que ser más que un amargo recuerdo
para que las luchas populares vuelven a hacer posible el milagro de un
obrero o una guerrillera en el Palacio del Planalto.
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