Por Arthur González
Desde que el ejército rebelde encabezado
por Fidel Castro Ruz, logró derrocar el 1ro de enero de 1959 al dictador
Fulgencio Batista, apadrinado y apoyado por Estados Unidos, el imperio
le declaró una guerra a muerte para impedir que sus ideas de ayudar al
pueblo pudieran llevarse a cabo.
La verdadera historia comenzó un poco antes, según el acta de la última
reunión del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, celebrada
en diciembre de 1958, en la cual el director de la CIA y el presidente
Dwight Eisenhower, coincidieron en que Castro no podía alcanzar el
triunfo y tenían que buscar un hombre que, financiando y respaldado por
ellos, asumiera el poder en Cuba
.
Al no poder evitar
la victoria de Fidel Castro y ante las primeras medidas populares como
la reforma agraria, la rebaja de alquileres, la educación y salud
gratuitas, y otras más que cambiaron rápidamente el panorama social
cubano, la Casa Blanca dio órdenes precisas a la CIA de preparar
programas de Acciones Encubiertas para liquidar el castrismo.
Así surge el Programa Cuba, conocido como Plan Mangosta, en el cual se
establece una Guerra Económica con el propósito de “inducir al régimen
comunista a fracasar en su esfuerzo por satisfacer las necesidades del
país, junto a las operaciones psicológicas que acrecentarán el
resentimiento de la población contra el régimen, y las de tipo militar
para darle al movimiento popular un arma de acción para el sabotaje y la
resistencia armada en apoyo a los objetivos políticos”.
Desde ese instante el pueblo cubano comenzó a padecer privaciones y escases de todo tipo, incluido el robo de médicos, ingenieros y técnicos, con el fin de evitar el avance del socialismo y que este no fuera un ejemplo para el tercer mundo. Pero el pueblo resistió y salió adelante con esfuerzo y sacrificios.
Al caer el socialismo europeo y la URSS en 1991, como resultado de las
acciones subversivas diseñadas por Estados Unidos bajo el Programa
Democracia, aprobado por el presidente Ronald Reagan con el apoyo de sus
aliados, incluido el Vaticano, incluido el reclutamiento por la CIA de
altos dirigentes civiles y militares de esos países, Cuba quedó como el
último reducto socialista, junto a Vietnam y China, lo que trajo como
consecuencia la pérdida abrupta del 85 % de su comercio exterior, el
corte de financiamientos, la paralización de importantes inversiones en
la industria y de sus más importantes mercados donde exportaba su
producción de azúcar, níquel, y otros renglones de su economía.
Para los cubanos se inició el llamado “Período Especial”, terrible etapa
de sobrevivencia donde apenas se tenía con que alimentarse, vestirse,
unido a la limitada disponibilidad del petróleo que provocó la
paralización del transporte y la producción y distribución de
electricidad, lo que trajo como consecuencia los llamados “apagones” de
12 y 14 horas de duración sin servicio eléctrico.
Desde Washington se esperaba con ansiedad ver la caída del socialismo
cubano. Pero la vida sorprendió a los mejores analistas de la CIA, al
tener que enfrentarse con la realidad de que el pueblo de Cuba unido,
supo resistir y salir poco a poco del hueco, hasta la actualidad, donde
le presidente Barack Obama tuvo que reconocer su derrotar y dar pasos
hacia otra táctica para ver si algún día logra el viejo sueño convertido
hoy en pesadilla.
Pero algunos en este mundo han planificado sacarle dinero al
sufrimiento, esfuerzo e hidalguía de los cubanos que con inteligencia y
constancia salieron a flote. Uno de esos casos es el laureado director,
actor y guionista español, Agustín Villaronga, quien acaba de presentar
su película “El Rey de la Habana”, en la edición 63 del Festival de Cine
de San Sebastián, España.
No se puede dudar de la calidad artística del mallorquín Villaronga, y
mucho menos de la interpretación de los actores cubanos en el filme,
pero si en vez de presentar a una Cuba surrealista y degradada al
mejor
estilo de Buñuel, hubiese relatado las acciones que diariamente ejecuta
Estados Unidos con su bloqueo económico, comercial y financiero para
matar por hambre y enfermedades a los cubanos y reflejar de cómo sus
médicos, educadores, científicos y en general su pueblo lucha por salir
adelante, otra sería la historia.
Es mucho más fácil y comercial presentar a una prostituta cubana, un
proxeneta luciendo un desorbitante miembro sexual, el desarrollo de un
rito religioso de origen africano, que el logro de una obra social,
científica, cultural y económica, a pesar de las criminales medidas
ejecutadas por Estados Unidos.
Pero sin dudas, la resistencia de esa Cuba pequeña y corajuda, es una
obra que se ha ganado no un Goya o un Oscar, sino el respeto y la
admiración del mundo, porque como escribió José Martí:
“Ni laurel ni corona necesita, quien respira valor”.