Tomado de Granma.-
Cuando aquel 28 de enero de 1953 vio la luz, en La Habana, José Martí y Pérez, no imaginaron sus padres que aquel niño ejercería influencias telúricas en los destinos de su pueblo y de todo el continente que él llamó, magistralmente, Nuestra América.
Porque Martí fue de esos hombres excepcionales, solares y volcánicos, que —como él mismo dijo alguna vez— "deslumbran como el astro, sienten como sentirían las entrañas de la Tierra los senos de los mares y la inmensidad continental".
El Apóstol resumió y representó como nadie la herencia patriótica de sus antecesores y fue, al mismo tiempo, generador de nuevos y más altos escalones en el proceso de consolidación de la nación cubana.
Su pensamiento y su acción saltaron las fronteras de la tierra natal para expresar, con pasión y convicción sin par, los más profundos y caros anhelos de la gran patria latinoamericana.
Sin un ápice de chovinismo, puede afirmarse que Martí es el revolucionario de pensamiento más descollante de nuestra América y es un hombre infinitamente universal.
Eso se aprecia a lo largo de toda su obra, de toda su vida. Martí vio en la lucha de los humildes una constante de su tiempo, de la que habría de surgir, forzosamente, un mundo nuevo. Pudo advertir que se nos venía encima, amasado por los trabajadores, un universo nuevo.
En sus crónicas y artículos signados en sus "Escenas norteamericanas" habla con evidente admiración de las asociaciones de obreros, de la revolución del trabajo, de las grandes huelgas. De Karl Marx diría que "como se puso del lado de los débiles, merece honor". Y Martí lo calificó de "movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos" y "veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien".
Como visionario, Martí aseguraba que "el trabajador se está cansando de llevar a cuestas el mundo y parece decidido a sacudírselo de los hombros y buscar un modo de andar sin tantos sudores por la vida".
Martí, que hablaba con ternura de los obreros humildes, creía firmemente que sin la participación de los trabajadores, de los elementos populares, no era posible la revolución ni en Cuba ni en ninguna parte.
La guerra justa y necesaria —como él llamó a la insurrección armada que desató en 1895— no fue solo para liberar a Cuba y Puerto Rico. Como diría a su amigo mexicano Manuel Mercado, cuanto había hecho y haría, era para "impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".
Y por esa convicción previsora es que una y otra vez en sus discursos subraya que el cubano no puede cejar en la unidad de pensamiento que, como esclareció, de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, y para ello concibe un programa político unitario y organiza un solo Partido, como única vía que permita lograr esa fuerza indisoluble en la lucha por la independencia y soberanía de la nación.
Independencia, soberanía, justicia social y unidad del pueblo para lograrlo. El mismo dilema y la misma problemática que tiene Cuba hoy frente a Estados Unidos; la misma necesidad, el mismo reto y, por eso, tenemos un solo Partido.
Aquel patriota de palabra cautivadora, aquel luchador puro y sacrificado, que una noche lluviosa desembarcó con cinco compañeros más, en un botecito de remos, por los abruptos farallones de la costa sur oriental, representa la decisión, la razón, la fe en el pueblo y la combatividad de los cubanos frente a sus poderosos enemigos en todas las épocas.
Por eso Martí está presente en todas nuestras luchas y esfuerzos de hoy; en las alegrías por las victorias y los logros y en el quehacer cotidiano por hacer avanzar la Revolución en medio de tantas dificultades, guiados por Fidel, por Raúl y el Partido. Sus ideas tuvieron tal fuerza y proyección que no solo animaron a los hombres de la generación histórica, sino que se hallan a cada paso en la obra inmortal de la Revolución, de la que es Autor Intelectual.
La vigencia de José Martí, en fin, no acabará jamás, ni en Cuba ni en ningún rincón de Latinoamérica. Su obra
Cuando aquel 28 de enero de 1953 vio la luz, en La Habana, José Martí y Pérez, no imaginaron sus padres que aquel niño ejercería influencias telúricas en los destinos de su pueblo y de todo el continente que él llamó, magistralmente, Nuestra América.
Porque Martí fue de esos hombres excepcionales, solares y volcánicos, que —como él mismo dijo alguna vez— "deslumbran como el astro, sienten como sentirían las entrañas de la Tierra los senos de los mares y la inmensidad continental".
El Apóstol resumió y representó como nadie la herencia patriótica de sus antecesores y fue, al mismo tiempo, generador de nuevos y más altos escalones en el proceso de consolidación de la nación cubana.
Su pensamiento y su acción saltaron las fronteras de la tierra natal para expresar, con pasión y convicción sin par, los más profundos y caros anhelos de la gran patria latinoamericana.
Sin un ápice de chovinismo, puede afirmarse que Martí es el revolucionario de pensamiento más descollante de nuestra América y es un hombre infinitamente universal.
Eso se aprecia a lo largo de toda su obra, de toda su vida. Martí vio en la lucha de los humildes una constante de su tiempo, de la que habría de surgir, forzosamente, un mundo nuevo. Pudo advertir que se nos venía encima, amasado por los trabajadores, un universo nuevo.
En sus crónicas y artículos signados en sus "Escenas norteamericanas" habla con evidente admiración de las asociaciones de obreros, de la revolución del trabajo, de las grandes huelgas. De Karl Marx diría que "como se puso del lado de los débiles, merece honor". Y Martí lo calificó de "movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos" y "veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien".
Como visionario, Martí aseguraba que "el trabajador se está cansando de llevar a cuestas el mundo y parece decidido a sacudírselo de los hombros y buscar un modo de andar sin tantos sudores por la vida".
Martí, que hablaba con ternura de los obreros humildes, creía firmemente que sin la participación de los trabajadores, de los elementos populares, no era posible la revolución ni en Cuba ni en ninguna parte.
La guerra justa y necesaria —como él llamó a la insurrección armada que desató en 1895— no fue solo para liberar a Cuba y Puerto Rico. Como diría a su amigo mexicano Manuel Mercado, cuanto había hecho y haría, era para "impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".
Y por esa convicción previsora es que una y otra vez en sus discursos subraya que el cubano no puede cejar en la unidad de pensamiento que, como esclareció, de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, y para ello concibe un programa político unitario y organiza un solo Partido, como única vía que permita lograr esa fuerza indisoluble en la lucha por la independencia y soberanía de la nación.
Independencia, soberanía, justicia social y unidad del pueblo para lograrlo. El mismo dilema y la misma problemática que tiene Cuba hoy frente a Estados Unidos; la misma necesidad, el mismo reto y, por eso, tenemos un solo Partido.
Aquel patriota de palabra cautivadora, aquel luchador puro y sacrificado, que una noche lluviosa desembarcó con cinco compañeros más, en un botecito de remos, por los abruptos farallones de la costa sur oriental, representa la decisión, la razón, la fe en el pueblo y la combatividad de los cubanos frente a sus poderosos enemigos en todas las épocas.
Por eso Martí está presente en todas nuestras luchas y esfuerzos de hoy; en las alegrías por las victorias y los logros y en el quehacer cotidiano por hacer avanzar la Revolución en medio de tantas dificultades, guiados por Fidel, por Raúl y el Partido. Sus ideas tuvieron tal fuerza y proyección que no solo animaron a los hombres de la generación histórica, sino que se hallan a cada paso en la obra inmortal de la Revolución, de la que es Autor Intelectual.
La vigencia de José Martí, en fin, no acabará jamás, ni en Cuba ni en ningún rincón de Latinoamérica. Su obra
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