domingo, 8 de junio de 2008

La sentencia de Atlanta.


Por: Rodolfo Dávalos

Correo: digital@jrebelde.cip.cu

Tarde y con daño llegó la sentencia de Atlanta. Luego de una larga espera, se suponía que los jueces hicieran un esfuerzo por la justicia. Pero no fue así, veintidós meses después del último pronunciamiento del Onceno Circuito de Apelaciones (aquel que echara por tierra la decisión de tres jueces que acogió en agosto de 2005 la solicitud de cambio de sede por considerar, como es obvio, que no era Miami el lugar adecuado para el juicio), nos llega la sentencia de los tres jueces que conocían de la segunda apelación de los Cinco. ¡Vaya decepción!, para aquellos que alguna vez pensamos que podía haber un espacio a la justicia en el sistema judicial norteamericano.
Como se recordará los abogados de los Cinco habían planteado unas 24 causales o motivos de apelación, suficientes para revocar el ilegal veredicto o las injustas sentencias dictadas en Miami por la jueza Lenard. Entre ellos los más fuertes, por su trascendencia, eran: El Estado de Necesidad, que justifica y legitima la acción de los Cinco, elimina el ilícito penal y, por ende, el veredicto de culpabilidad. La conducta impropia de la Fiscalía, esa actuación malintencionada y fraudulenta de la Fiscalía durante todo el juicio que constituyó una verdadera burla al sistema judicial norteamericano. La insuficiencia de las evidencias, al no haber sido probados ninguno de los dos cargos por los cuales se impusieron las injustas condenas de cadena perpetua. Las instrucciones erróneas al jurado, y la aplicación indebida de CIPA.
Con menor fuerza, por su repercusión para la posible libertad de los acusados, pero no con menos razones legales, se plantearon otras causales, entre ellas los errores cometidos por la Jueza en la aplicación de la guía de sentencia.
Ahora, con infeliz coincidencia (o mucha maledicencia) el mismo día del cumpleaños de Gerardo se emite el esperado fallo. ¿Y qué dicen los jueces? Se ratifica el veredicto de culpabilidad, se ratifica en parte la sentencia recurrida, al mantenerse las condenas de Gerardo y René, se anula en parte la sentencia al revocarse las sanciones impuestas a Ramón, Tony y Fernando, y se devuelve en parte al Juez de «primera instancia» o sea, a la jueza Joan Lenard del Distrito Federal de Miami Dade, para que dicte nuevas sentencias en el caso de aquellas que fueron anuladas, es decir, se vuelva a dictar sentencia para Ramón, Tony y Fernando.
El documento de 99 páginas consta de tres partes. Una primera de 82 páginas aceptada en su generalidad por los tres jueces, de la cual es ponente el juez Pryor, quien se incorporara (para mal) al panel de tres jueces que conoce del caso luego de la jubilación del juez James Oakes, que presidiera antes dicho panel. Un voto particular, de una página, del juez Stanley Birch, quien ya había formado parte antes del panel de tres jueces que emitiera la sentencia de agosto de 2005, y que ahora vuelve a insistir en el criterio dado en aquella oportunidad: los acusados no tuvieron un juicio justo con un jurado imparcial. El Juez sigue convencido, según sus propias palabras, de que el juicio en Miami estuvo sometido a un nivel de daño basado en el demostrado prejuicio de la comunidad, contaminado además por la campaña de prensa, y que los acusados merecen un nuevo juicio fuera de Miami. Una tercera parte, de 16 páginas, de la veterana y experimentada jueza Phyllis Kravitch, en la que sin lugar a dudas se hace un análisis certero de la falta de evidencias para condenar a Gerardo por el cargo 3, «Conspiración para cometer asesinato», concluyendo que el Gobierno no presentó pruebas suficientes para demostrar, más allá de toda duda razonable, que Gerardo Hernández estuvo de acuerdo en una confabulación para derribar las avionetas el 24 de febrero de 1996, en el espacio aéreo internacional.
Lamentablemente al juez Birch le faltaron agallas para suscribir también este voto, con lo cual se habría anulado una de las injustas cadenas perpetuas impuestas a Gerardo. Inexplicablemente también, no fueron admitidas para Gerardo las mismas razones que están presentes para invalidar las sentencias de Ramón y Tony. Y es que no se cometió «Conspiración para cometer espionaje», no existe una sola evidencia de la comisión de este delito. Como se ha insistido una y otra vez, los Cinco no son espías, porque no fue nunca su propósito obtener información sobre la defensa, la seguridad, los intereses del gobierno de los Estados Unidos. Esto habría echado por tierra las dos cadenas perpetuas impuestas a Gerardo, con lo cual si no satisfechos, porque no podremos estarlo hasta que no se reconozca su inocencia, al menos el fallo sería más congruente.
¿Y qué decir del análisis de la sentencia impuesta a René? No tienen nada en la mano contra él, como no sea su dignidad de cubano revolucionario. Cuánto odio se percibe en el trasfondo. Recuérdese que la Jueza Lenard le prohibió que cuando cumpla la injusta condena vuelva a visitar lugares donde se conoce están los terroristas...
Hoy 8 de junio los cubanos celebramos el Día del Trabajador Jurídico, en reconocimiento a todos aquellos que se esfuerzan en el trabajo por la justicia, la legalidad, el orden, el respeto a la verdad y la razón. En recuerdo también de aquel acto que un 8 de junio, pero de 1865, en la Real y Pontificia Universidad de La Habana, un joven estudiante de Derecho nombrado Ignacio Agramonte y Loynaz al defender su tesis para recibirse de Abogado, pronunciaba un brillante discurso, en el cual entre otras audaces manifestaciones jurídico-políticas, revolucionarias para la época, valientes ante el propio claustro español decía: «La justicia, la verdad, la razón, solo puede ser la suprema ley de la sociedad».
Paradójicamente también un 8 de junio, de 2001, concluía la farsa del juicio oral contra los Cinco en Miami, y quedaba concluso para sentencia, hasta diciembre del propio año, cuando en las vistas de sentencia junto a los injustos e ilegales pronunciamientos de sentencias, se escucharon los valientes y dignos alegatos de cada uno de ellos, que retumbaron en la Corte de Miami, como retumbara en su día el discurso del Bayardo ante los profesores españoles. Y es que no es posible un país sin justicia, verdad y razón. Por eso la lucha continúa hasta que se alcance la justicia.
Ellos, como Agramonte, tienen dos blancuras: su espada y su conciencia. Son diamantes con alma de beso.

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