jueves, 13 de marzo de 2008

Jose Antonio Echeverría: Un símbolo del movimiento estudiantil cubano.



Por: Oscar Asensio Duque de Heredia.

(Tomado de Juventud Rebelde)

José Antonio Echeverría era uno de los hombres más buscados por los cuerpos represivos y vivía en plena clandestinidad.
Al iniciarse el curso escolar 1955-1956, ya Fidel Castro desde su exilio había lanzado la consigna de que en 1956 seríamos «libres o mártires». La situación revolucionaria en toda Cuba se ha intensificado. Y el estudiantado continúa en su posición de vanguardia.
En Santiago de Cuba, la tradicional manifestación del 27 de Noviembre no solo honró a los mártires del año 1871, sino que realizó un colosal entierro simbólico a Narciso Martínez Yánez, dirigente guiterista recientemente asesinado por la tiranía batistiana. Los manifestantes portaron una pancarta con la imagen del nuevo mártir, un pequeño ataúd y grandes carteles contra la tiranía de Batista. Hubo choques con la policía, el ejército y los esbirros del SIM (Servicio de Inteligencia Militar) con saldo de numerosos heridos y casi un centenar de estudiantes presos. Esta fue la primera huelga del curso escolar 1955-1956, exigiendo la liberación de los presos.
Pocos días después, el 7 de diciembre, otra gran manifestación estudiantil concluyó en la casa de los Maceo con igual secuela de enfrentamientos, heridos de ambas partes y nuevos presos. Y otra vez numerosos días de huelga en todos los centros estudiantiles.
El 11 de enero del nuevo año de «Libertad o Muerte», parecía haberse calmado la agitación estudiantil de finales de año anterior y se abrieron las clases en los centros de la Segunda Enseñanza de la ciudad. Pero los revolucionarios no están de acuerdo con darle esa tregua a la dictadura militar que había roto el ritmo constitucional del país y había enlutado a la Patria con la muerte de Rubén Batista, los asesinatos del Moncada y otros muchos en todo el país. Se reiniciaron los mítines relámpago, las protestas radiales contra los usurpadores. Por doquier circulaban manifiestos clandestinos de La Historia me absolverá.
Ciudad detenida
El 28 de enero hubo diversas manifestaciones por toda la ciudad. Por primera vez las mujeres organizaron desfiles. Gloria Cuadras y otras dirigentes revolucionarias, al igual que los hombres, fueron golpeadas y apresadas. Ello condujo a nuevas paralizaciones de los centros de Segunda Enseñanza por más de 72 horas.
Durante los meses de febrero y marzo hubo una aparente calma que el Movimiento 26 de Julio aprovechó para reorganizar sus cuadros en el estudiantado. Por su parte la tiranía clausuró diversas emisoras locales como Radio Santiago y la CMKC, cuyos locutores y empleados revolucionarios, apoyados por los estudiantes, lanzaron la consigna de «Clausurados, pero no vencidos», siendo en su mayoría encarcelados.
El 19 de abril de 1955, se suspende por segunda vez un juicio contra los estudiantes Eduardo Sorribes y Andrés Filiú que son de nuevo llevados al vivac. Más de 500 estudiantes aglomerados frente al Palacio de Justicia exigen sean liberados con gritos de «libertad, libertad», esta vez los gendarmes dispararon contra la multitud y caen gravemente heridos los estudiantes Paquito Cruz, Luis Argelia González Antoja, Faustino Valcárcel y León Drago. Otros muchos son golpeados y arrestados. Esa misma noche, bajo el mando de Frank País, se produce la primera respuesta del 26 de Julio a estos atropellos. Son ajusticiados tres militares batistianos y fueron heridos, capturados y asesinados dos revolucionarios: Carlos Díaz Fontaine y Orlando Carvajal.
En el instituto se produce una combativa asamblea. Unos proponen la toma del plantel, otros una nueva manifestación de calle. Y recuerdo el vibrante discurso de media hora de Josué País García que propone, y es aprobado, declarar a Santiago «Ciudad Muerta Estudiantil». Esto incluía las secundarias privadas y las escuelas de primaria. Hacia allí partimos diversas comisiones. Este fue el curso de mayor número de huelgas.
El lunes 23 de abril, Radamés Heredia, presidente reelecto del Instituto y de la Federación Local de Estudiantes Secundarios, decide reiniciar las clases. Pero ese mismo día se produce, en La Habana, la violación de la autonomía universitaria. Y la FEU, bajo la presidencia del combativo José A. Echeverría, proclama una huelga indefinida. En respaldo son tomados los institutos de Morón y Camagüey por sus estudiantes. Poco después José Antonio envía un telegrama a Radamés Heredia pidiéndole un respaldo huelguístico.
El lunes 30 de abril se produce en la asociación de alumnos del Instituto, la asamblea más conflictiva de su historia. Se encontraban allí presentes no solo los 62 delegados de aulas con derecho a voz y voto, sino casi todo el alumnado de la sesión de la tarde y muchos de la mañana y la noche que observaban la asamblea a través de las persianas. Los estudiantes más radicales planteaban el apoyo incondicional a la Universidad de La Habana, pues de lo contrario se quebrantaría la tradicional unidad estudiantil del país. Otros en cambio, planteaban que habían sido ya tantas las huelgas en el nuevo curso que una más sobrepasaría el límite que admitía el programa del Ministerio de Educación para los Institutos de Segunda Enseñanza. Que por el contrario, la universidad era autónoma y se regía por sus propios programas. Numerosos oradores hablaban al mismo tiempo y aquello parecía que iba a terminar en forma violenta entre los dos bandos en que se dividía la masa estudiantil.
Viaje a la habana
Alguien propuso organizar una comisión que viajara a La Habana para plantear a Echeverría y la FEU la situación especial de nuestro Instituto, pero el Secretario de Finanzas planteó que no quedaba dinero para sufragar los pasajes y la estancia. Finalmente se acordó enviar solo dos compañeros y alguien propuso que fuesen Radamés Heredia como presidente de la Asociación de alumnos y que, tratándose de una misión de unidad, lo acompañase el autor de este artículo, quien había sido su rival en las últimas elecciones. También porque ambos teníamos familiares en la capital.
Ese mismo día se produjo el asalto al Cuartel Goicuría, de Matanzas, y las llamadas «garantías constitucionales» volvieron a ser suspendidas por enésima vez. Era algo así como un «toque de queda», donde la vida de cualquier sospechoso valía nada para los esbirros de toda la Isla, que podían matar sin ser juzgados.
No obstante, aceptamos partir juntos a pesar de nuestras discrepancias políticas, pues Radamés pertenecía secretamente a la organización clandestina de la Triple A y yo a la del 26. No portaríamos armas ni documentos comprometedores.
Por el camino el ómnibus fue varias veces registrado tanto en Camagüey como en Santa Clara y la misma Matanzas, donde recientemente todos los atacantes resultaron muertos en combate o asesinados, pero afortunadamente no habíamos sido delatados por ninguno de los estudiantes de la asamblea y lo que buscaban no eran hombres, sino armas o propaganda revolucionaria.
Cuando llegamos de madrugada a la capital, nuestra única tarea era localizar a José Antonio Echeverría, presidente de la FEU y del Directorio Revolucionario. Tarea nada fácil, pues era uno de los hombres más buscados por los cuerpos represivos y ya vivía en plena clandestinidad.
Nuestro primer contacto fue Manuel Jacas Tornes, antiguo alumno del Instituto que estudiaba Medicina. Este nos llevó a Carlos Crespo Domingo, estudiante de arquitectura como José Antonio y su amigo. Luego nos llevaron a una vieja casa por el barrio de Cuatro Caminos, donde se produciría una reunión del Directorio con la presencia de José Antonio Echeverría.
Ahí viene el gordo
Allí encontramos algunos jóvenes de aspecto estudiantil y otros más maduros. Uno de ellos decía ser amigo de Carlos. Que Carlos le había regalado la pistola que portaba, etcétera. Y tanto lo mencionó que le pregunté al dueño de la casa: ¿Quién es Carlos? Este me respondió sorprendido: ¿No lo sabes? Es Carlos Prío Socarrás. Por aquellos días Prío había vuelto de visita a Cuba con un salvoconducto que le dio su derrocador Fulgencio Batista.
Heredia y yo permanecimos largo rato callados en un rincón, mientras los que llegaban nos miraban de reojo desconfiados...
En la puerta de la calle había dos hombres como vigías. Uno de ellos se volvió y exclamó: «Allá viene El Gordo». Se refería a José Antonio Echeverría.
Cuando este entró, todos se pusieron de pie, con mucho respeto. Y esto fue algo que me impresionó. Enseguida estrechó las manos de los presentes. Todos comenzaron a darle el pésame por la reciente muerte de un hermano, en un accidente automovilístico. José Antonio lucía acongojado y exclamó «Lo que me consuela es que tal vez muy pronto nos reuniremos allá en el cielo». Seguidamente se repuso y comenzó a dar la reunión.
Yo le dije a Heredia que, como presidente del Instituto, lo interrumpiese y planteara el objetivo de nuestra presencia, pues éramos ajenos al Directorio y estábamos allí de más.
Así fue y él estrechó nuestras manos con efusividad. Le explicamos la situación especial de nuestro instituto. José Antonio entendió a la perfección nuestros argumentos y nos elogió por viajar bajo circunstancias tan difíciles en aras de la unidad.
Seguidamente pidió la palabra un compañero que dijo ser el director del periódico Alma Mater (Manolito Carbonel), quien nos propuso nos llevásemos a Santiago un paquete de los periódicos para distribuirlos en la provincia de Oriente.
Pero José Antonio planteó que dadas las condiciones de las garantías suspendidas y los registros en las carreteras esto era en extremo peligroso, y que era mejor enviarnos el paquete camuflado por expreso ferrocarril.
Con esta grata impresión nos despedimos del hombre que 11 meses después se convertiría en símbolo histórico del movimiento estudiantil en la lucha contra la tiranía.

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