miércoles, 10 de octubre de 2007

10 DE OCTUBRE DE 1868: INICIO DE UNA LARGA LUCHA




Por: José Miguel.


Los cubanos rememoramos hoy 10 de Octubre, aquella clarinada dada por Carlos Manuel de Céspedes, en 1868, cuando al frente de un grupo de sus esclavos dio el" Grito de Yara", en " La Demajagua", y daba inicio a nuestras guerras de independencia, que en su primera etapa duraría 10 largos años.

Junto a Carlos Manuel de Céspedes hay que recordar además a otros precursores como Francisco Vicente Aguilera, Donato Mármol, Francisco Maceo Osorio, y Perucho Figueredo entre otros.

Céspedes resumía los objetivos de la lucha emprendida: "Constituir en Cuba una nación independiente, porque así cumple a la grandeza de su futuro destino y para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos."

La lucha que comenzaba por Oriente, con el "Grito de Yara", se extendería pronto a Camaguey y Las Villas, y esta guerra se conocería después como la " Guerra de los 10 años", por el ser el lapso en que duramente combatirían nuestros mambises de entonces.
La insurrección que estalló en esta fecha en el ingenio La Demajagua, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, no sólo constituye el primer gran empeño libertario, sino que también dio inicio al proceso de formación de nuestra nacionalidad, ya que sus protagonistas nos enseñaron a pensar como cubanos, nos legaron una tradición de lucha y una voluntad acrisolada que se prolongaría casi un siglo. La contienda del 68 no condujo al triunfo de los ideales, pues frente a la virtud de los patriotas floreció la discordia, el regionalismo y el caudillismo, que dieron al traste con el empeño emancipador. Pero fructificó la semilla y nuevas generaciones de combatientes, inspirados en los mambises de 1868 y 1895, continuaron la obra hasta culminarla, hasta hacer de Cuba en 1959 una nación libre y soberana.

Decimos que Carlos Manuel de Céspedes es el padre de todos nosotros, porque fue capaz de no violar ningún principio, cuando las autoridades españolas le propusieron a cambio la vida de un hijo capturado por ellos, una especie de transacción equivalente a la paz, a lo que Céspedes respondió: Oscar no es mi único hijo, soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la Revolución, por eso su figura pasaría a la posteridad como el padre de todos los cubanos.

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