Francisco Rodríguez Cruz
Según un sondeo difundido en fecha reciente por la Agencia Francesa de Prensa, el 51% de los estadounidenses quiere que el Congreso de ese país investigue la conducta del presidente George W. Bush y de su vicepresidente, Dick Cheney, antes, durante y después de los atentados del 11 de septiembre del 2001.
Estoy seguro de que ese porcentaje sería superior si documentales como el exhibido el viernes último en la Mesa Redonda (Loose Change) tuvieran mayor difusión entre el público norteamericano.
Porque en verdad son muy inquietantes y convincentes sus revelaciones y análisis sobre los ataques terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono, que apuntan hacia un “autogolpe” para justificar el afianzamiento del más reaccionario proyecto de dominación imperial que haya conocido la humanidad.
Lo importante en tal sentido es la creciente resistencia a esa tendencia ultraconservadora y fascista, no solamente en los propios Estados Unidos, sino en el mundo entero. Por fortuna, son numerosos los síntomas del resquebrajamiento en este modelo de “democracia del terror”, con el cual prácticamente inauguramos este siglo XXI, luego de los trágicos sucesos de hace seis años.
Lo primero tal vez sea la conciencia en aumento sobre la manipulación del término “terrorismo” con fines propagandísticos e ideológicos por parte del gobierno norteamericano, para descalificar o desacreditar cualquier acción opuesta a sus intenciones hegemónicas, y de cómo practica un doble rasero para distinguir a los terroristas “buenos” que lo apoyan, de los “malos” que lo atacan.
El propio Osama bin Laden, presunto autor de los ataques del 11/9, es un ejemplo de esos cambios de bando. De hecho, sus “oportunos” videos parecieran sugerir que el personaje es una ayuda publicitaria para la Casa Blanca, al “vender” una “imagen” del terror y afianzar el discurso patriotero de W. Bush; pero a la vez es la evidencia más notoria de la ineficacia de su aparataje militar y de inteligencia, incapaz de capturarlo en 72 meses.
Sin embargo, quizás las pruebas más contundentes para descaracterizar la criminal hipocresía de la actual administración yanqui las ha aportado Cuba, con la denuncia sobre la impunidad otorgada por W. Bush al connotado terrorista Luis Posada Carriles, y la lucha por la liberación de nuestros Cinco Héroes, injustamente prisioneros en cárceles de los Estados Unidos (hará este miércoles nueve años) por combatir el terrorismo contra la Isla.
De modo paralelo, crece en el mundo la oposición al uso del miedo como instrumento político, lo cual ha llevado a un desmontaje bárbaro del sistema de libertades civiles y de derechos humanos, con extremos tan horrorosos como la legalización de la tortura, los secuestros, las prisiones secretas y los campos de concentración.
Es muy notable también la acumulación de errores y fracasos del gobierno de W. Bush, con su ejército empantanado e ineficaz ante las crisis de Iraq y Afganistán, más el desmoronamiento progresivo de la “alianza” antiterrorista y un profundo rechazo a su gestión doméstica, que lo hacen el presidente más impopular en décadas.
Ha quedado demostrado además el trasfondo de conquista y rapiña de esta cruzada en el Oriente Medio, motivada por el dominio de los recursos naturales de la región y sobre la base de mentiras. Durante estos últimos años fueron expuestos igualmente los negocios y corruptelas de un capitalismo sanguinario, incapaz de hallar soluciones a los verdaderos problemas de “vida o muerte” para el hombre, como el calentamiento global y el cambio climático.
Así, está cada vez más extendida la certeza de que muchas acciones terroristas, aunque criminales e injustificables, nacen del profundo sentimiento de injusticia que embarga a miles de millones de habitantes de este planeta, y de su impotencia por no poder reparar las grandes desigualdades existentes entre ricos y pobres, mediante métodos pacíficos y verdaderamente democráticos.
De modo que la lista de atentados extremistas, ejecutados o frustrados, continúa en ascenso, y lo cierto es que, seis años después del inicio de la llamada “guerra contra el terrorismo”, el mundo hoy es más violento e inseguro que antes. Tal vez sea el bombardero estadounidense B-52, que con seis ojivas nucleares sobrevoló por error hace unos días, durante tres horas y de norte a sur, gran parte de su propio territorio, el ejemplo más “aterrorizante” de adónde nos puede llevar tanta locura.
Según un sondeo difundido en fecha reciente por la Agencia Francesa de Prensa, el 51% de los estadounidenses quiere que el Congreso de ese país investigue la conducta del presidente George W. Bush y de su vicepresidente, Dick Cheney, antes, durante y después de los atentados del 11 de septiembre del 2001.
Estoy seguro de que ese porcentaje sería superior si documentales como el exhibido el viernes último en la Mesa Redonda (Loose Change) tuvieran mayor difusión entre el público norteamericano.
Porque en verdad son muy inquietantes y convincentes sus revelaciones y análisis sobre los ataques terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono, que apuntan hacia un “autogolpe” para justificar el afianzamiento del más reaccionario proyecto de dominación imperial que haya conocido la humanidad.
Lo importante en tal sentido es la creciente resistencia a esa tendencia ultraconservadora y fascista, no solamente en los propios Estados Unidos, sino en el mundo entero. Por fortuna, son numerosos los síntomas del resquebrajamiento en este modelo de “democracia del terror”, con el cual prácticamente inauguramos este siglo XXI, luego de los trágicos sucesos de hace seis años.
Lo primero tal vez sea la conciencia en aumento sobre la manipulación del término “terrorismo” con fines propagandísticos e ideológicos por parte del gobierno norteamericano, para descalificar o desacreditar cualquier acción opuesta a sus intenciones hegemónicas, y de cómo practica un doble rasero para distinguir a los terroristas “buenos” que lo apoyan, de los “malos” que lo atacan.
El propio Osama bin Laden, presunto autor de los ataques del 11/9, es un ejemplo de esos cambios de bando. De hecho, sus “oportunos” videos parecieran sugerir que el personaje es una ayuda publicitaria para la Casa Blanca, al “vender” una “imagen” del terror y afianzar el discurso patriotero de W. Bush; pero a la vez es la evidencia más notoria de la ineficacia de su aparataje militar y de inteligencia, incapaz de capturarlo en 72 meses.
Sin embargo, quizás las pruebas más contundentes para descaracterizar la criminal hipocresía de la actual administración yanqui las ha aportado Cuba, con la denuncia sobre la impunidad otorgada por W. Bush al connotado terrorista Luis Posada Carriles, y la lucha por la liberación de nuestros Cinco Héroes, injustamente prisioneros en cárceles de los Estados Unidos (hará este miércoles nueve años) por combatir el terrorismo contra la Isla.
De modo paralelo, crece en el mundo la oposición al uso del miedo como instrumento político, lo cual ha llevado a un desmontaje bárbaro del sistema de libertades civiles y de derechos humanos, con extremos tan horrorosos como la legalización de la tortura, los secuestros, las prisiones secretas y los campos de concentración.
Es muy notable también la acumulación de errores y fracasos del gobierno de W. Bush, con su ejército empantanado e ineficaz ante las crisis de Iraq y Afganistán, más el desmoronamiento progresivo de la “alianza” antiterrorista y un profundo rechazo a su gestión doméstica, que lo hacen el presidente más impopular en décadas.
Ha quedado demostrado además el trasfondo de conquista y rapiña de esta cruzada en el Oriente Medio, motivada por el dominio de los recursos naturales de la región y sobre la base de mentiras. Durante estos últimos años fueron expuestos igualmente los negocios y corruptelas de un capitalismo sanguinario, incapaz de hallar soluciones a los verdaderos problemas de “vida o muerte” para el hombre, como el calentamiento global y el cambio climático.
Así, está cada vez más extendida la certeza de que muchas acciones terroristas, aunque criminales e injustificables, nacen del profundo sentimiento de injusticia que embarga a miles de millones de habitantes de este planeta, y de su impotencia por no poder reparar las grandes desigualdades existentes entre ricos y pobres, mediante métodos pacíficos y verdaderamente democráticos.
De modo que la lista de atentados extremistas, ejecutados o frustrados, continúa en ascenso, y lo cierto es que, seis años después del inicio de la llamada “guerra contra el terrorismo”, el mundo hoy es más violento e inseguro que antes. Tal vez sea el bombardero estadounidense B-52, que con seis ojivas nucleares sobrevoló por error hace unos días, durante tres horas y de norte a sur, gran parte de su propio territorio, el ejemplo más “aterrorizante” de adónde nos puede llevar tanta locura.
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