Pareciera
que la retórica anticubana vuelve a estar de moda tras la llegada a la Casa
Blanca de un Gobierno republicano
Jorge
Legañoa Alonso
Una
y otra vez durante las últimas semanas se ha escuchado —con ligereza— hablar
sobre la posibilidad de un congelamiento en las relaciones diplomáticas entre La
Habana y Washington, con argumentos que rayan lo inverosímil, y se esgrime como
punta de lanza un supuesto ataque acústico contra funcionarios estadounidenses
en Cuba, con afectaciones a la salud de algunos de ellos.
Pareciera
que la retórica anticubana vuelve a estar de moda tras la llegada a la Casa
Blanca de un Gobierno republicano.
Más
allá de los discursos encendidos contra la Isla socialista y las acusaciones de
siempre contra la Revolución y su pueblo, la cuestión que subyace es a quién
interesaría que se dañen los vínculos entre las dos naciones, que comenzaron su
camino público hacia la normalización el 17 de diciembre de 2014, cuando el
propio Barack Obama reconoció el fracaso de la política de bloqueo hacia
Cuba.
Un
rápido recuento de lo que han sido las relaciones, deja ver avances jamás vistos
en el conflicto Cuba vs. EE. UU.: el gobierno norteamericano sacó a la Isla de
la espuria lista de países patrocinadores del terrorismo en la cual nunca debió
haber estado pues no tenía el menor sustento; el 20 de julio de 2015 se
restablecieron las relaciones diplomáticas tras más de cinco décadas de
alejamiento; los presidentes Barack Obama y Raúl Castro conversaron
telefónicamente, se reunieron en Panamá y Nueva York, y el mandatario
estadounidense viajó a La Habana en marzo de 2016.
Qué
decir de los mecanismos de trabajo conjunto: seis rondas de reuniones de la
Comisión Bilateral; más de una veintena de acuerdos en materias diversas como el
cumplimiento de la ley, protección de la flora y fauna, la delimitación de la
dona oriental del golfo de México, el reinicio de los vuelos regulares, de los
viajes de cruceros a Cuba, y la llegada del correo postal directo.
Hechos
estos a los que se suman que EE. UU. y Cuba lograron un acuerdo migratorio
integral y como parte de ese proceso el Gobierno estadounidense eliminó la
política de pies secos-pies mojados para el tratamiento diferenciado —por
motivos políticos— a los migrantes ilegales cubanos; y suprimió el programa
parole para médicos de la Isla que colaboraban en terceros países.
Se
registraron también avances en lo político-diplomático, aunque fueron muy
discretos en materia económico-comercial, por el persistente bloqueo de EE. UU.,
a pesar del histórico voto en Naciones Unidas en octubre de 2016, cuando ese
país se abstuvo de votar en contra de la resolución cubana que pide la
eliminación de esa criminal política.
El
cambio de postura del Gobierno de Obama hacia Cuba permitió en 2016, aunque
persiste la prohibición de hacer turismo en la Mayor de las Antillas, que 284
937 estadounidenses visitaran la Isla y al cierre de mayo de este año, ya la
misma cantidad habían venido.
A
pesar de las claras diferencias políticas entre los dos países, estos casi tres
años de nueva era en las relaciones han demostrado que convivir es posible, por
lo que hablar del cierre de la Embajada norteamericana en Cuba parecería un
desatino que deja de lado el fino hilvanado de las diplomacias de ambos países
para avanzar, poco a poco, sobre terreno seguro.
¿Qué cambió?
La
agencia AP dijo que Estados Unidos ni siquiera sabe cómo llamarlo, unos hablan
de «ataques a la salud», otros de «agresiones acústicas», y «uso de armas
sónicas», mientras que el Departamento de Estado norteamericano prefiere
referirse a ellos como «incidentes», pero lo cierto es que sin una sola prueba
que lo corrobore, la insólita historia de diplomáticos estadounidenses que
habrían sufrido pérdida auditiva y otros supuestos daños a la salud durante sus
labores en Cuba, ha dado para titulares, y se pretende utilizar como motivo para
el distanciamiento entre las dos naciones.
El
primero de los supuestos incidentes se aleja a noviembre de 2016 y el último a
hace apenas unas semanas, pero no fue hasta agosto pasado, nueve meses después,
que se hizo público el entuerto.
Cuba
apostó por un nuevo tipo de relación con Estados Unidos: dialogó sobre la base
del respeto y la igualdad, buscó temas comunes en los que trabajar y avanzar
rápidamente con resultados tangibles, y se ha conversado hasta de los asuntos en
los que las diferencias son sustanciales. ¿Qué sentido tendría retroceder y
agredir a esos funcionarios?
Encuestas
aplicadas a cubanos residentes en Estados Unidos y a norteamericanos —desde el
2014— hablan de un apoyo mayoritario al proceso hacia la normalización de los
vínculos, qué decir del creciente apoyo bipartidista en el Congreso a favor del
comercio y los viajes a Cuba; por lo que todo pareciera indicar que los más
interesados en una ruptura son los de siempre, el pequeño grupo de la
ultraderecha anticubana y sus voceros, encabezados por el senador Marco Rubio y
los congresistas Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz-Balart.
El
viernes pasado, una carta firmada por cinco senadores, entre ellos Rubio, de
origen cubano y contrario a cualquier acercamiento con la Isla, pedía al
secretario de Estado, Rex Tillerson, la expulsión de todos los diplomáticos
cubanos en Washington y el cierre de la legación de ese país en Cuba, como
represalia ante los supuestos «ataques» que afectaron la salud de funcionarios
estadounidenses en La Habana.
La
misiva, firmada además por los republicanos Tom Cotton, Richard Burr, John
Cornyn y James Lankford, no ofrece luces sobre las causas de las afectaciones de
salud o la supuesta «culpabilidad» de las autoridades de Cuba.
Marco
Rubio impulsó la revisión de la política que decidió el mandatario Donald Trump,
en junio pasado, para reforzar la aplicación del bloqueo.
Senador
por Florida, con asiento en el Comité de Inteligencia del Senado, Rubio ha
utilizado su posición clave en el Congreso para torpedear los vínculos.
Esgrimiendo
razones de seguridad nacional, piden que el Departamento de Estado actúe sobre
Cuba por el «abandono de su deber de proteger a nuestros diplomáticos y sus
familias».
Lejos
están de tener razón las acusaciones de los senadores Rubio, Cotton, Burr,
Cornyn y Lankford; una fuente de la Isla cercana al proceso investigativo sobre
los incidentes aseguró a este reportero que una comisión interdisciplinaria —por
indicaciones de la más alta dirección del país— trabaja desde que se conocieron
los hechos en febrero de este año, para dar con las causas y actores que
propiciaron los padecimientos.
Las
autoridades cubanas ampliaron y reforzaron las medidas de protección de la
Embajada estadounidense y sus residencias, y se habilitaron nuevos canales de
comunicación expedita con el Departamento de Seguridad Diplomática.
¿Qué
sentido tiene la carta de los senadores? Queda la duda de si algunas fuerzas
malintencionadas están detrás de estas acusaciones contra Cuba para lograr un
enfriamiento de los vínculos.
Cooperación en la busqueda de la verdad
Tras
reiteradas insistencias de la parte cubana, han viajado a La Habana en tres
ocasiones representantes de agencias especializadas de EE. UU., quienes
expresaron la intención de cooperar de forma más sustantiva.
Según
otra fuente consultada, las autoridades cubanas, de acuerdo con los resultados
preliminares de la investigación y con los datos aportados por las autoridades
norteamericanas, hasta la fecha no han encontrado evidencias que confirmen las
causas y el origen de las alegadas afecciones de salud de diplomáticos de EE.
UU. y sus familiares, ni ha sido posible establecer hipótesis alguna sobre el
origen de estos hechos que por su naturaleza son «eminentemente
sensoriales».
No
existe una explicación creíble para la variedad de síntomas descritos: fuertes
dolores de cabeza, mareos y pérdida permanente de la audición, deficiencias
cognitivas, lesiones cerebrales, problemas para recordar palabras. Los peritos
niegan la aplicación de las leyes físicas en algunas de las hipótesis manejadas,
abundó la fuente.
Así
mismo opinan expertos estadounidenses consultados por la agencia de prensa AP.
Para Joseph Pompei, exinvestigador del MIT y experto en sicoacústica, «daño
cerebral y conmociones, no es posible. (…) Alguien habría tenido que sumergir la
cabeza en una piscina repleta de poderosos transductores ultrasónicos».
«No
conozco ningún efecto o dispositivo acústico que pueda producir una lesión
cerebral traumática o síntomas similares a una conmoción», dijo también a AP
Juergen Altmann, experto en armas acústicas y físico de la Universidad Técnica
Dortmund, de Alemania.
El
Dr. Toby Heys, jefe de un centro de investigación sobre tecnologías futuristas
en la Universidad Metropolitana de Manchester, en Reino Unido, dijo a la revista
New Scientist que las ondas sonoras por debajo del rango de audición podrían
teóricamente causar daño físico, pero sería necesario utilizar enormes bocinas a
grandes volúmenes que serían muy difíciles de esconder.
Según
la parte estadounidense, los incidentes se dieron en espacios delimitados,
algunas veces dentro de una sola habitación y con precisión láser, afectando a
una persona en específico, pero sin dañar al resto, tecnología que los
conocedores afirman que no existe.
Otro
hecho significativo es que el Departamento de Defensa de EE. UU. ha reconocido
su manejo de tecnologías secretas durante décadas, incluso antes de que salieran
al mercado. ¿Por qué culpar a Cuba del uso de una tecnología que si existe la
pudieran tener los propios norteamericanos, y afirman que no?
Como
reconoció la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, la realidad es
que no se sabe qué o quién ha causado esto, por lo que la investigación continúa
abierta en Estados Unidos y en Cuba.
Un
experto nacional aseguró que en la nación antillana no existe el equipamiento o
la tecnología que pueda ser utilizada con fines similares a los descritos como
ataques acústicos.
No
hay precedentes de hechos de estas características en Cuba ni siquiera en los
momentos de mayor tensión y confrontación con EE. UU., reiteró; porque la Mayor
de las Antillas toma muy en serio su responsabilidad en la protección de los
diplomáticos en virtud de la Convención de Viena de 1961 que regula esta
práctica, concluyó.
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