viernes, 30 de diciembre de 2016

Rolando González Patricio: “Los cubanos también somos lo que aspiramos a ser”



El Doctor en Ciencias Históricas, Rolando González Patricio. Foto: Wanda Canals
El Doctor en Ciencias Históricas, Rolando González Patricio. Foto: Wanda Canals

El profesor Rolando González Patricio no impone, persuade. Descubre lógicas donde otros verían contradicciones. Mientras conversa, avanza, pausado, sobre la línea fronteriza entre razón histórica y sentimiento.

Nació en Santa Clara, pero creció en el batey de un central que lleva el nombre del primer presidente de los EE.UU. Al estudio de la relación cultural entre ese país y Cuba, ha dedicado una parte importante de su obra como académico, analista y escritor. Escucharlo es un ejercicio de purificación. He regresado, desde entonces, muchas veces, a estas mismas respuestas.

-Tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU, han visitado la Isla, numerosas delegaciones de artistas e intelectuales estadounidenses, interesados en conocer la realidad cubana, en llevar a un nuevo nivel el intercambio en el ámbito de la cultura. También la Isla se ha mostrado abierta a este tipo de colaboración ¿Esta oportunidad de profundizar en el conocimiento mutuo representa para los cubanos un beneficio, un desafío, o ambos?

-Tengamos en cuenta, primero, que son dos culturas, dos modos de ser, unidos por la historia. En esta Isla, todavía colonia española, hubo gente dispuesta a dar su sangre por la independencia de los EE.UU. Aunque luego eso no fue, necesariamente, recíproco. Cuando Cuba inició sus guerras de liberación, figuras memorables como Henry Reeve murieron en defensa de nuestra causa, pero no fue esa la postura oficial del gobierno de los EE.UU. Desde los orígenes de la nación norteamericana, la política estadounidense hacia Cuba ha sido la de subordinar los intereses de la Isla, a sus intereses.
Ahora, se ha aceptado el camino de la negociación, pero no es posible afirmar con tranquilidad que concluyó la guerra fría cultural del establishment estadounidense contra Cuba. EE.UU no ha abandonado el propósito de servirse de lo cultural para promover lo que ellos llaman un cambio de régimen en la Isla.

 Por otra parte, en el mundo contemporáneo las fronteras ya no están solo en los límites territoriales o en las aduanas. También están en el cerebro de cada uno. Por eso, para asumir el reto como corresponde, es preciso crear las condiciones para enfrentar de un modo liberador (y no con fórmulas administrativas o de otra naturaleza) esa avalancha cultural proveniente de los EE.UU.

Nuestra política cultural puede y debe priorizar la formación de públicos capaces de ejercer progresivamente una asimilación crítica de los bienes, productos y valores culturales que recibe por muy diversos canales. No se trata de una campaña para formar aspirantes a eruditos. Se trata de formar ciudadanos aptos para enfrentar un reto cuyo alcance tiene implicaciones notables no solo para el proyecto socialista sino también para el ejercicio presente y futuro de la autodeterminación.
Aun conociendo la vigencia de esa guerra cultural, resulta innegable que el nuevo escenario podría ofrecer oportunidades a nuestro país. Pensemos, por ejemplo, lo útil que sería para nuestras universidades y otras instituciones científicas poder intercambiar sin las barreras hoy existentes; no sólo por el acceso a conocimientos o tecnologías sino también para propiciar la difusión de nuestros aportes; o que científicos cubanos tuvieran pleno acceso a los sitios de internet aún vedados por las restricciones del bloqueo. Se trata de caminos que devendrían catalizadores del desarrollo al que tiene derecho el pueblo cubano.

No menos útil sería acceder, en EE.UU., a la base material de estudio especializada que requiere el sistema de enseñanza artística en Cuba, o que las empresas e instituciones artísticas cubanas pudieran entrar en contacto directo con el público estadounidense y con las tecnologías disponibles en ese mercado.

La nueva dinámica de relación ofrece, también, una gran oportunidad para llegar a conocernos, para que los estadounidenses de buena voluntad que visiten Cuba comprendan, con hechos, que nuestra gente y este país son diferentes a lo que muchos de ellos imaginaban, a la noción que tenían sobre lo que iban a encontrar. La clave está ahí, en presentar nuestra realidad, como somos y como aspiramos ser.

-Tampoco se trata de ver estos temas de modo apocalíptico ¿o sí?…

-Yo me permito ser optimista. La acumulación de potencialidades durante más de medio siglo, en términos de cultura general, incluida la cultura política, nos ha hecho fuertes. Hemos dado, históricamente, un uso contra- hegemónico y en función de nuestras prioridades, a los valores culturales de ese país.

A pesar de cualquier evidencia de egoísmo que pueda existir en algunos sujetos, a partir de la heterogeneización de nuestra vida económica, hay, sin dudas, una ética suficientemente enraizada para garantizar que la cultura y la nación cubanas tengan un futuro como merecen, y no como EE.UU quiere imponer, bajo el camuflaje de sus cosméticas mediáticas
.
No tenemos, necesariamente, las de perder en esta relación cultural. El ideal liberador democrático cubano que echó raíces en Guáimaro, tenía una gran influencia estadounidense, pero su maduración superó a ese referente. Otro ejemplo: en nuestra cultura, la igualdad está sembrada. Ninguna cubana gana menos que un hombre por ser mujer, incluso, si trabaja en el sector no estatal. Eso no pasa en EE.UU. donde, en muchos lugares, todavía las mujeres con igual talento, igual formación, e igual trabajo que los hombres, tienen salario diferente.


-Cuba, como cultura, ¿es únicamente lo que ha acumulado con el tiempo?

Los cubanos no son sólo sus luchas, sus costumbres, sus gustos. Los cubanos también somos lo que aspiramos a ser. Pienso que este pueblo es diferente a otros, por eso, porque tiene esperanza y lucha por ellas. Pero si esa perspectiva de futuro no se induce, no se moldea, no se abona, puede ir en una dirección diferente a la línea histórica definida en el proyecto social que defendemos.
También, por eso, es imprescindible la participación, el enriquecimiento de la cultura de las personas en el hacer cotidiano. Creo que, cuando un cubano se solidariza con otro, cuando va hasta Baracoa para ofrecer su ayuda tras el paso de Matthew, eso está representando como vivencia mucho más que escuchar cualquier crítica malsana, que cualquier cuentecito proveniente del otro lado del cerco mediático que nos acosa e intenta secuestrar nuestro sentido común.

Es cierto que hoy existe una población menos homogénea que décadas atrás, con una pluralidad de enfoques y perspectivas, pero no hay que confundir las cosas. Las vanguardias históricas siempre han sido minorías, pero han sido minorías capaces de arrastrar, de construir un consenso y hacerse centro de un movimiento o lucha determinada. Siempre que existan referentes como el de los jóvenes del Moncada, y no haya rendición, hay opción de resistencia y de transformación de la realidad. Hoy, Cuba dispone de potencialidades y fuerzas que no tenía en 1959.

Claro que EE.UU intentará aprovechar el nuevo contexto para influir sobre qué futuro pretendemos tener los cubanos. Ese es el campo de batalla, un escenario complejo a partir de nuestras limitaciones en lo económico, de nuestras estrecheces tecnológicas. Creo que la respuesta a ese reto no puede ser otra que la consolidación del propio proceso de transformaciones hacia el socialismo.

-Usted ha dicho que, al final, política y cultura tienen muchos denominadores comunes.

Así es. El socialismo es una elección cultural, un producto cultural y un rumbo. Por tanto, si los cubanos hemos elegido un modo de relacionarnos para eliminar las desigualdades, para la plena realización de las personas y los grupos sociales, no podemos incurrir en ciertos errores. No podemos ceder, restringiendo la participación y el control popular frente a determinados procesos técnicos. Vamos a tener más mercado, es prácticamente inevitable, pero todo depende de cómo asumamos esas relaciones de mercado, que son relaciones que, en definitiva, responderán a determinados intereses y cuotas de poder.

En correspondencia con esto, podremos lograr, o no, que el influjo de la dinámica económica no vaya contra una cultura de transformación socialista. Respeto mucho la afirmación de Fernando Martínez Heredia, según la cual: es el proyecto el que tiene que guiar al poder; no podemos subordinar el proyecto al poder. Si transformamos el proyecto en función de las percepciones de coyuntura,
podemos perder el rumbo. Creo que ahí está el reto mayor ante esa relación diferente con los EE.UU.
-En el contexto actual, ¿cuál considera que debe ser el papel de los medios informativos cubanos?
-La hegemonía capitalista ha logrado instalar en el sentido común, a escala planetaria, una noción de libertad de expresión e información que, por el camino de satanizar los medios de difusión estatales y comunitarios, equivale a canonizar la propiedad privada sobre los medios de difusión. Sigo pensando que los medios en Cuba deben ser fundamentalmente públicos. Más que estatales, públicos en su desempeño, sin renunciar al avance que en Cuba significó despojar de esas armas a sectores contrarios al bien común, al socialismo.

La política de información, tanto en su formulación como en su implementación, necesita altas cuotas de participación. No puede ser la perspectiva de pocos la que defina la línea de cómo construir los mensajes, de cómo hacerlos llegar. Esa construcción debe parecerse, cada vez más, a cada grupo etario, a cada segmento de público, y estar a la altura de los recursos contemporáneos
.
-En una entrevista reciente, el encargado de negocios estadounidenses en Cuba, Jeffrey de Laurentis, aseguró que: “los cubanos probablemente tienen mucho más en común con los norteamericanos que con otros latinoamericanos” ¿Qué opina sobre esto?

-Comparto de manera parcial la afirmación. Creo que, después de medio siglo de crispaciones, hay mucho que descubrir sobre lo que, en Cuba, se puede tener en común con EE.UU, y sobre cuanto permitiría sostener diálogos y comunicaciones.

Hay ideas, sentidos, preferencias que se comparten, como pueden ser compartidos con terceros países. De hecho, los flujos entre ambas culturas nunca estuvieron cerrados. La cultura cubana no es anti-estadounidense, ni ha pretendido el hermetismo. Como isla, hemos estado abiertos al mundo.
Una cosa es eso, y otra, la intención de colocar lo que nos acerca a EE.UU, por delante de lo que nos une a América Latina. La formación de la nacionalidad y de la cultura cubana tiene mucho más en común con la formación de las nacionalidades y las culturas latinoamericanas, por orígenes, por lengua, por tradiciones.

Ya en la década del 70 del siglo XIX, Martí marcó diferencias identitarias entre la sociedad cubana y la estadounidense: “Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad (…) Imitemos. ¡No!―Copiemos. ¡No!―Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos. (…) Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. (…) Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!”[1].

Y la clave de todo esto, en mi opinión, la da cuando dice: “Yo quiero educar a un pueblo que salve al que va a ahogarse”. Ese elemento, el valor de solidaridad, de tomar en cuenta al otro, de actuar verdadera y desinteresadamente en favor del prójimo, no aparece en el núcleo cultural de la sociedad estadounidense, marcada por el afán de riqueza y el individualismo desmedido.

Por otra parte, está la cuestión de la hegemonía imperial. Históricamente, EE.UU ha tratado de decidir lo que corresponde a nuestros pueblos. Desde los años 40 del siglo XX, el sistema de becas estadounidenses para latinoamericanos, junto con la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), le ha servido como instrumento para acompañar el despliegue de la hegemonía imperial en el continente. Que los futuros empresarios, los futuros políticos latinoamericanos tengan el sello estadounidense es, desde la lógica de los EE.UU, una acción de seguridad nacional.

Eso que se intenta ahora con adolescentes y jóvenes cubanos es una idea, también aplicada a otras naciones, que data de mediados de los años 20. Apareció como una propuesta del Ex-secretario de Estado, Robert Lansing, que ganó fuerza en la posguerra, cuando crearon las becas Fullbright con recursos financieros entonces provenientes del presupuesto de defensa.

Desde los años 80 del siglo XIX, José Martí había evaluado los costos de formar hijos de la América nuestra en instituciones de los Estados Unidos. Y en 1889, en el contexto de la primera Conferencia Panamericana, es cuando con mayor claridad lo plantea en términos estratégicos: “Eso de la admiración ciega, por pasión de novicio o por falta de estudio, es la fuerza mayor con que cuenta en América la política que invoca, para dominar en ella, un dogma” (…)[2]

Tenemos la necesidad histórica y política de enfrentar muchas asimetrías, y contamos con mujeres y hombres capaces de aportar su talento, sus conocimientos, sus energías y hasta sus vidas. Explotar ese capital en el camino de la liberación exige cuotas crecidas de creatividad, que solo podrán nacer de la participación consciente y decidida de un pueblo que, en ese ejercicio, consolide su unidad.

-¿Cómo ve el futuro inmediato de las relaciones Cuba – EE.UU?

A la larga, lo que ha logrado la presidencia de Obama en el tema Cuba, es lo que el establishment defiende como sus intereses. Creo que la práctica de Trump, el nuevo mandatario electo, tendría que parecerse más a la verdadera voluntad del establishment, que al discurso que realizó en La Florida para captar votos.

Mientras la política sea el cambio de régimen en Cuba, EE.UU va a jugar a la presión. Seguirá insistiendo en la manipulación del tema de los derechos humanos, tratando de inclinar la balanza a sus lógicas. Cuba tendrá que seguir logrando márgenes de consolidación del camino del diálogo y de una relación constructiva. También tendremos que aprender más sobre qué son los EE.UU; tendremos que aprender a mostrarnos en nuestra singularidad, a explicarnos sin complejos. La vida y la experiencia demuestran que no por el oropel y los gastos multimillonarios, las elecciones estadounidenses son más democráticas.

Parte del reto viene por ahí, en aprender a valorarnos desde nuestros criterios, desde nuestras necesidades, no por referentes ajenos.

Notas

[1] Cita tomada de José Martí. Obras Completas, Tomo 21, pp 15 y 16.
[2] Cita tomada de José Martí. Obras Completas, Tomo 6, p

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