Por:
Julio García Luis
Entre los artículos
rescatados del olvido de Julio García Luis (1932-2012), periodista y ex
decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana,
está este de gran actualidad en el debate sobre la prensa cubana. En
vísperas del VII Pleno ampliado de la Unión de Periodistas de Cuba
(UPEC) el próximo 28 de noviembre, Cubadebate comparte con sus lectores “Volver a leer Patria”.
Alta noche. La nieve sucia brilla bajo
la luz eléctrica, que aún es novedad. Un hombre vestido de negro se
apura bajo los elevados del ferrocarril de Nueva York. Va sin guantes y
en las manos azuladas por el frío carga los paquetes de periódicos,
recién impresos, camino del correo.
De un tiempo acá, en los insomnios de la
madrugada, cuando los fantasmas del día recurren implacables al cerebro,
al repasar en silencio desafíos y anhelos de nuestro periodismo, esta
imagen, más que narrada, dibujada en su día por Rafael Serra, se instala
en mi mente. Es casi una ley entre cubanos: si algo nos inquieta,
acudimos sin falta al hombre de negro, al de la frente inmensa. Talismán
tierno y fiero: nada puede pasarnos si él está. Hace cien años José
Martí creó “Patria” y parece que nos acercamos a la hora de abrir otra
vez este periódico, no solo por la dureza de los tiempos, sino por un
deber de vigilia y de previsión.
Bohemia me ha urgido a escribir unas líneas
a propósito de este centenario y de la proclamación del 14 de marzo
como “Día de la Prensa Cubana”, justa reparación histórica entre oras,
que ya estábamos debiendo hace mucho a la herencia revolucionaria y
progresista de nuestro periodismo nacional.
Yo no quiero, sin embargo, sumirme
meramente en el relato de que fue aquella publicación, ni menos en un
ejercicio de hilvanados de citas.
I
Se ha escrito bastante sobre “Patria”. Es
conocido su papel como antecedente inmediato de la fundación del Partido
Revolucionario Cubano, y su lugar -sobre todo en la etapa hasta 1895,
bajo la mano directa de Martí- en la tarea de iluminar ideas y prepara
la guerra. Menos conocido, pero fácil de imaginar, es su mundo interior,
las citas nocturnas de trabajos del apretado grupo de cubanos y
puertorriqueños que le dieron vida. Las estrecheces. El clima hostil. El
Apóstol, al centro, como alma incansable y redactor prolífico,
dejándonos, al correr de la pluma, artículos que hoy son clásicos y
piedras sillares de nuestra cultura ética y política.
“Patria” nos presenta, a su juicio, algo
todavía más sugerente e importante: el problema de la relación de esa y
otras experiencias con nuestro periodismo de hoy, con nuestras conceptos
y nuestro pensamiento actual.
La justa solución de este crucial asunto,
que es a fin de cuentas el de la vinculación entre la tradición
histórica nacional y lo universal socialista, resumida en la medular
idea de Fidel sobre la hibridación de lo mejor del legado patriótico
cubano con el marxismo y el leninismo, quedó mediada, sin embargo, por
las circunstancias extraordinarias en que ha vivido nuestro proceso, por
el impacto quizás ineludible del mundo bipolar y por la cuota de
idealización que inevitablemente tributamos, junto a nuestra gratitud, a
la experiencia del socialismo soviético.
En verdad faltó equilibrio entre ambos
componentes; se impuso coyunturalmente la unilateralidad y la
desproporción en detrimento de lo legítimo nacional.
No es que ahora invoquemos esta idea porque
ha ocurrido el desastre. Antes de la catástrofe, en su preámbulo, ya se
cerraba al parecer un largo y soterrado ciclo del pensamiento
revolucionario cubano, cuya conclusión más inmediata fue el grito de
alarmada para dar un golpe de timón y apartarnos del enajenado Titanic
que navegaba derecho a la muerte
Algún día, estoy seguro, al igual que ahora
se ha hecho el recuento de la Crisis de Octubre, quienes pueden hacerlo
harán la historia del camino que llevó a la Rectificación. Nada se me
parece tanto al relato de cómo se salvó la guerrilla, en febrero de
1957, cuando, después de unir diversos hilos, Fidel cobró certeza súbita
de la traición de Estimo Guerra, levantó a toda prisa el campamento en
la Derecha de Caracas, y ganó el firme a marcha forzada, combatiendo, en
los momentos en que ya el ejército de la tiranía casi completaba un
cerco que pudo ser fatal. Es como si el hecho se repitiera, una vez más,
con Fidel como protagonista.
II
El problema es de fondo. El socialismo es
la acción transformadora del pensamiento marxista. Pero el marxismo, en
tanto ciencia, se expresa siempre en forma de una potencialidad que el
hombre puede traducir o no en juicios y propuestas acertados.
El dogmatismo ha sido la gran tragedia
histórica del marxismo y del socialismo en este siglo. Creció como la
mala hierba donde quiera que dejaron de existir las condiciones y
garantías para el ejercicio del pensamiento crítico.
Yo tuve, por cierto, una temprana y
traumática experiencia de esto. Me gustaba -y me gusta- la figura de
Pushkin; y hasta podía recitar algunos trozos de “Eugenio Oneguin”. Nada
me parecía tan excepcional como la semblanza de Martí acerca de esta
contradictoria personalidad, y la visión premonitoria que en pocos
trazos dio de la sociedad rusa. Pues bien, un buen día me cayó en la
menos una biografía del poeta escrita por un académico soviético, un
marxista. ¿Qué quedaba allí de las inconsecuencias, las vacilaciones y
las debilidades humanas de aquel genio de las letras? ¿A dónde había ido
a parar ese pequeño detalle que llamamos la verdad? Lo que Martí, un
siglo antes, sin haber estado nunca en Rusia, captó con punzante y
doloroso sentido del contraste, el presunto marxista lo había difuminado
en un Pushkin acicalado, correcto y embadurnado en los actos óleos de
pies a cabeza.
Aprendí así que el marxismo dogmático, es
decir el no marxismo, puede alumbrar frutos más mediocres y pobres que
el positivismo y el pragmatismo.
Claro está, el dogmatismo es como el
aceite: no se funde, no se híbrida -como diría Fidel- a la sustancia
nacional. Al contrario, la tapa, se le superpone, la sumerge.
La forzada generalización, como emuladores
del marxismo y del socialismo, de las experiencias que prevalecieron,
por unas y otras causas, a veces como resultado de verdaderas
calamidades históricas, en el proceso abierto por la Revolución de
Octubre, fue la gran fuente histórica de pensamiento dogmático que
sufrió el movimiento revolucionario desde los tiempos de la
Internacional Comunista.
El pensamiento marxista no solo continúa y
trasciende sus tres fuentes teóricas a nivel universal. También cada
país a escala nacional, el marxismo tiene pleno sentido cuando sintetiza
y supera lo mejor y más avanzado del pensamiento y la práctica
anteriores. Esta noción elemental fue en muchos casos mutilada. Aun la
Revolución cubana, con su enorme fuerza creativa y su originalidad, que
en tantos aspectos supo mantener la independencia y la voz propia -y que
gracias a ello está aquí-, no pudo sustraerse por completo a la
seducción del “modelo” y a la idea de que el marxismo y el socialismo
eran en cierta forma algo externo, desarrollado fuera, que podía
aplicarse, trasladarse o importarse.
Incluso Martí, reverenciado y venerado
siempre, tratado con justicias generalmente, no pudo escapar en todos
los casos a una especie de sentido de la conveniencia, y a la tentación
de subrayar de forma selectiva algunos aspectos de su totalidad.
Lo extraordinario que ha ocurrido ante
nuestros ojos es que ya no hay modelo. No lo hay ni lo habrá. Tampoco
existirá un modelo cubano. Habrá, eso sí, revolución y socialismo
cubanos, que es otra cosa.
Líbrenos ahora nuestra idiosincrasia de
cualquier bandazo a un nacionalismo provinciano. Nada más ajeno a Martí y
a nuestra cultura. El momento es de adustez. Somos un pueblo marinero,
abierto a los cuatro puntos cardinales, y menos que nunca podemos perder
en este instante la vocación de universalidad.
Quizás uno de los aspectos más frustrares
de esa experiencia socialista que se ha hundido fue el concepto y al
práctica de la información. Es cierto que el extravío de la prensa y su
utilización como instrumento antisocialista causó grave daño en la URSS y
otros países del Este en los últimos años. Pero no podemos separar este
fenómeno de la prensa que había antes. Aquellos polvos trajeron estos
lodos. El periodismo socialista debió resumir y trascender lo mejor del
periodismo capitalista en el orden profesional, técnico y ético. En
lugar de ello se estancó en un estilo decimonónico, hierático, y
contribuyó así a acumular las contradicciones que luego traerían la
marea del oportunismo y la autoaniquilación.
III
El porvenir del periodismo cubano no puede
estar en la reiteración de ese perfil errático y funesto. Los
periodistas no creemos que esa sea la alternativa al periodismo
impensable del capitalismo y la contrarrevolución.
José Martí y “Patria” son un asidero
fundamental de estas ideas. “Patria” fue un órgano político y doctrinal,
y resulta obvio que no podemos buscar en él una respuesta contemporánea
a los problemas de la información.
Sin embargo, cabe advertir que Martí, al
crear y orientar el periódico, al igual que en su vasto ejercicio
periodístico para diversas publicaciones latinoamericanas, se separó
resueltamente de los mitos yanquis sobre la prensa y la libertad de
expresión, que ya en aquellas fecha habían quedado consagrados en la
prensa de masas y en los primeros monopolios.
Para Martí la idea de servicios
social de la prensa está ligada al compromiso político, a la toma de
partido frente a cuestiones fundamentales; y no a la hipócrita
separación de la información y la opinión que era el non plus ultra de
los mitomaniacos norteamericanos de la época.
Como algunos estudiosos cubanos han hecho
notar, Martí animó en “Patria” el criterio de un periodismo de voluntad
nacional, abierto al sentir de los diversos estratos cubanos, unitario y
generoso, en el que la consagración a una gran causa, la revolución en
Cuba y Puerto Rico, no ponía sin embargo barreras a la proyección
individual y a los matices de apreciación personal de los hombres de
pensamiento que colaboraban en él.
El Apóstol, desde el primer numero del
periódico, en la pequeña nota titulada “a nuestra prensa” nos dio una
lección de dialéctica al señalar que “una es la prensa”, en la república
libre y segura, pero que “la prensa es otra cuando se tienen enfrente
al enemigo. Entonces, en voz baja, se pasa la señal. Lo que el enemigo
ha de oír, no es más que la voz de ataque”.
No hay que forzar en absoluto las similitudes para advertir cuánto puede decirnos esta experiencia en la realidad de hoy.
Lo más fascinante del período especial no
es siquiera el reto de vencer las actuales dificultades, que en el caso
de la prensa son múltiples, materiales y de todo tipo, incluyendo
nuestras propias deficiencias, sino el momento de asomarnos a la
pregunta: ¿que hay más allá?
Como decimos en broma, nadie va a
avisarnos: “Señores, se declara concluido el período especial”. Iremos
remontando la cuesta y consolidaremos lo nuevo en el camino. Así llegará
también la hora de restablecer el sistema de la prensa. Ya no habrá que
hacerlo a la imagen y semejanza de ningún modelo, sino de nuestras
propias concepciones y necesidades, y para el mundo que tenemos que
vivir. No hay retorno al pasado.
¿Cómo será la prensa? ¿Cómo puede y debe
ser? Todas las incógnitas que nos preocupan hacia el porvenir pasan por
estas preguntas. Nuestra prensa será como la sociedad que queremos
tener. ¿Cómo funcionará una economía al fin independiente, moderna y
eficiente? ¿Cómo trabajará un sistema político que asegure cada vez más
la participación democrática real de los ciudadanos en toda la gestión
social? ¿Cómo será una sociedad de alta cultura, capacidad de pensar por
sí misma, y elevado ejercicio de la ética y el civismo? ¿Cómo
afirmaremos todo lo provechoso y digno que esta prueba descomunal saca a
flote del alma cubana, y erradicaremos a la vez todo lo negativo que
circunstancias como estas también exacerban? La prensa tendrá que ver
mucho con esto. Ah, no podemos prever todavía cómo será todo; no se ve
nítidamente. Habrá que luchar duro. Pero allá, tras la cuesta que
subimos, aguarda un hombre vestido de negro, desafiando dificultades
inmensas, en la alta y fría noche, con las manos cargadas de “Patria”.
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