En su discurso anual sobre el
Estado de la Unión de 2019, el presidente Donald Trump hizo del
«socialismo» un enemigo principal en el extranjero, cuando describió una
Venezuela donde «las políticas socialistas llevaron a la nación más
rica de Sudamérica a un estado abyecto de pobreza y desesperación». Pero
también apuntó contra el socialismo en casa al señalar: «Aquí, en
Estados Unidos, nos alarman los recientes llamados a adoptar el
socialismo.
eeuu se fundó sobre la base
de la libertad y la independencia, no sobre la coerción, la dominación y
el control del gobierno. Nacimos libres y nos mantendremos libres».
Fox
News, el canal de noticias de derecha profundamente alineado con la
Casa Blanca, también ha hecho de los ataques al socialismo un eje de su
programación
1.
Hasta cierto punto, esto es completamente normal. Desde la década de
1930, los intentos de reformar o regular el capitalismo estadounidense
fueron denunciados por los grupos empresariales y sus políticos aliados
como «socialistas» y contrarios a las tradiciones políticas del país. En
1942, en plena Segunda Guerra Mundial, el
Wall Street Journal argumentó que «la planificación es la antítesis directa de la libertad»
2.
Y en 1961, Ronald Reagan, quien más tarde sería un presidente
conservador (en ese entonces era un actor famoso), grabó un anuncio en
nombre de la asociación de médicos en el que alegaba que la atención
médica financiada por el gobierno –la «medicina socializada»–
«restringiría la libertad de los estadounidenses» y agregaba: «Pronto su
hijo no podrá decidir en qué universidad estudiará y qué hacer para
ganarse la vida»
3.
Estas exitosas campañas para compartir los esfuerzos por establecer un
sistema universal de atención de la salud explican por qué
eeuu
tiene el sistema de salud más desigual y menos integral de todos los
países ricos, y por qué las enfermedades muchas veces no se tratan y los
gastos médicos son la causa principal de bancarrota personal.
Lo
novedoso de los últimos años en la política estadounidense no es que la
derecha haya venido atacando al socialismo, sino que la mayor parte de
la izquierda no se haya sentido amedrentada por esos ataques. Bernie
Sanders se postuló abiertamente como socialista democrático en las
primarias del Partido Demócrata de 2015-2016 y mostró que la identidad
socialista podía ser estimulante en lugar de alienante. También lo hizo
Alexandria Ocasio-Cortez, quien desde su inesperada victoria en las
primarias en su distrito de Nueva York y su posterior elección para la
Cámara de Representantes se convirtió en una de las legisladoras más
destacadas del país. Tanto Ocasio-Cortez como Rashida Tlaib, de Detroit,
también nueva en la Cámara de Representantes, pertenecen a los
Socialistas Democráticos de Estados Unidos (
dsa, por sus siglas en inglés), quienes multiplicaron por diez su número de integrantes en los últimos años.
La
opinión pública también ha cambiado. Entre los miembros del Partido
Demócrata, existe una opinión más positiva sobre el socialismo que sobre
el capitalismo. Lo mismo ocurre con los estadounidenses de entre 18 y
29 años: en 2018, 51% tenía una visión positiva del socialismo, frente a
45%, que tenía una visión positiva del capitalismo
4.
Cuando Fox News publicó un gráfico en el que se enumeraban las
propuestas de Ocasio-Cortez, entre ellas la atención médica universal
financiada por el Estado, la joven diputada no tuvo problema en
retuitearla y usarla como publicidad
5.
Este
cambio no es una ilusión. El espectro político estadounidense está
cambiando, y el país está ahora más abierto a la izquierda y a sus ideas
que en ningún otro momento de las últimas décadas. Sin embargo, la
izquierda todavía enfrenta importantes obstáculos institucionales y
estructurales. Su impacto en los próximos años dependerá de las
estrategias que utilice para enfrentar esos desafíos y de las fuerzas
que pueda congregar para superarlos.
Analizar la situación de la
izquierda plantea inmediatamente un problema de definición. El ala
izquierda del espectro político en
eeuu
es a menudo denominada «liberal», mientras que para la derecha se
reserva el mote de «conservadora». (Si bien en la mayoría de los países
los «liberales» pertenecen a la centroderecha del espectro político, en
la jerga estadounidense «liberal» refiere a aquellos que apoyan las
acciones del gobierno para dar respuesta a las cuestiones sociales).
Quienes están a la izquierda de los liberales suelen denominarse
«progresistas», aunque el concepto carece de una definición precisa. A
su izquierda están los socialdemócratas, que probablemente representan
el punto de quiebre en el que la gente rechaza la etiqueta de «liberal» e
insiste en identificarse con la «izquierda». Y a la izquierda de los
socialdemócratas están los socialistas democráticos, cuya mayoría asume
una identidad anticapitalista. Por último, existen varios grupos
marxistas y radicales cuyas visiones ideológicas los alejan de la
política electoral, si bien tienen la capacidad de movilizarse en torno
de diversas causas específicas.
Para entender cómo creció la
izquierda y la forma que adoptó, es importante retroceder una
generación. Durante la mayor parte de las últimas décadas, la izquierda
operó en terrenos inhóspitos. En una novela satírica publicada en 2006,
por ejemplo, Chris Bachelder imaginó el repetido asesinato y
resurrección de un periodista de principios del siglo
xx,
Upton Sinclair. (Sinclair se postuló para gobernador de California en
1934 con la plataforma independiente «Acabemos con la pobreza en
California», inspirada en ideas socialistas). En la novela, uno de los
personajes afirma: «Puede que la izquierda esté muerta... pero el miedo y
el odio a la izquierda nunca morirán. Es una pasión estadounidense». Es
lo que parecía suceder en 2006, cuando la izquierda operaba desde los
márgenes: se trataba más de una subcultura que de una fuerza política.
El
nadir del poder de la izquierda estadounidense probablemente llegó en
la década de 1990 y principios de la década de 2000. El fin del sistema
soviético fue interpretado en
eeuu como
una victoria del capitalismo liberal, completamente confiado en que
encarnaba el «fin de la Historia». El presidente Bill Clinton pertenecía
al sector centrista del Partido Demócrata y consideraba que el partido
debía emprender un movimiento táctico hacia el «centro». Muchos de los
principales logros legislativos de Clinton, entre ellos un proyecto de
ley contra el delito que atizó el problema del encarcelamiento masivo y
una ley que reformó el sistema de bienestar social de los pobres hasta
volverlo virtualmente inexistente, promovieron objetivos de larga
duración de los republicanos.
Al igual que Trump en 2016, el
sucesor republicano de Clinton en la Casa Blanca, George W. Bush, fue
elegido en 2000 con una minoría del voto popular, pero con una mayoría
en el Colegio Electoral (algo que fue posible solo gracias a que la
Corte Suprema decidió suspender el recuento de los votos en el estado de
Florida, en un fallo en el que los cinco jueces republicanos se
impusieron a los cuatro designados por los demócratas). Esto fue
polémico, pero las diferencias entre Al Gore y Bush, ambos en carrera
hacia el centro del espectro político, parecían relativamente menores en
ese momento. Una de las particularidades de la elección de Florida fue
el casi 5% de los votos que recibió el activista político Ralph Nader,
quien se postuló por el Partido Verde y atrajo principalmente a los
votantes de la izquierda distanciados del Partido Demócrata de la era
Clinton.
Independientemente de que sea justo o no culpar a Nader por la
derrota de Gore, en lugar de responsabilizar a la Corte Suprema (o al
propio Gore), la campaña de Nader demostró el potencial peligro de
organizarse por fuera del Partido Demócrata en un sistema de votación
como el estadounidense, donde «el ganador se lleva todo».
La
presidencia de Bush y el curso de la política mundial cambiaron
irrevocablemente el 11 de septiembre de 2001. Inmediatamente después de
los ataques, la aprobación de Bush se disparó. El escenario posterior al
11 de septiembre fue terrible para la izquierda, temerosa de las
transformaciones que se avecinaban. Como era de esperar, tres días
después de los atentados, el Congreso autorizó al gobierno de Bush a
usar la fuerza militar para tomar represalias; solo Barbara Lee, una
afroestadounidense representante de la ciudad californiana de Oakland,
tradicionalmente de izquierda, votó en contra. Los medios de
comunicación pusieron banderas estadounidenses en todas las emisiones,
mientras se reducían los canales disponibles para expresar dudas acerca
de la respuesta diseñada por el gobierno de Bush. Los que lo hicieron
fueron acusados de falta de patriotismo. El entrevistador Phil Donohue,
una de las pocas voces liberales en la televisión, fue despedido por
msnbc, mientras la guerra en Iraq recibía el apoyo no solo de los republicanos, sino también de la mayoría de los demócratas.
Si
bien millones de personas se manifestaron en todo el país para intentar
frenar la guerra, en general fueron marginadas e ignoradas. Aunque el
movimiento antibélico casi se derrumbó después del inicio de la guerra
en Iraq, la opinión pública nacional comenzó a cambiar a medida que la
guerra resultaba ser cada vez más costosa y desastrosa. Un programa
satírico de noticias,
The Daily Show, conducido por Jon
Stewart, tenía como audiencia a liberales que se burlaban del gobierno
de Bush y de los medios de comunicación conservadores. Con Fox
firmemente consolidado como el canal de derecha, la cadena
msnbc
comenzó a actuar como una alternativa mayormente progresista. En las
primarias demócratas de 2008, el hecho de que Barack Obama se hubiera
opuesto a la guerra en Iraq mientras que Hillary Clinton había votado a
favor fue una de las claves de su victoria. Diversos sectores de
izquierda, incluyendo a quienes se habían movilizado contra la guerra,
apoyaron la campaña de Obama y la vivieron como una suerte de movimiento
social: un movimiento que esta vez condujo al éxito electoral.
Pero
Obama, a pesar de los intentos racistas de la derecha para presentarlo
como un extremista de izquierda con motivaciones anticoloniales, no era
en verdad de izquierda. Su retórica política ponía el acento en la
reconciliación nacional tras el polarizador gobierno de Bush. Habiendo
asumido la Presidencia al comienzo de la peor crisis del capitalismo
desde la Gran Depresión, su tarea más urgente consistió en recuperar el
crecimiento y frenar la creciente pérdida de empleos. El presupuesto
expansivo contribuyó, pero su gobierno también rescató a los bancos y
compañías de seguros de Wall Street cuyas prácticas habían llevado al
colapso de la burbuja inmobiliaria y se desentendió en gran medida de
quienes perdieron sus hogares como resultado de la crisis. Katrina
vanden Heuvel, editora de la revista progresista de mayor circulación
del país,
The Nation, resumió las críticas culpando a Obama por
no utilizar «este momento de crisis (...) para reestructurar –no
simplemente resucitar– un altanero sector financiero».
El enfoque
racional de Obama hacia la política no era muy adecuado para representar
el malestar popular. Fue más bien la derecha, a través del movimiento
Tea Party, surgido como respuesta a la elección de Obama y al gasto
gubernamental para contrarrestar la recesión, la que reconfiguró el
campo político estadounidense. En parte como respuesta a la política y a
lo que representaba la victoria de un afroestadounidense, durante la
presidencia de Obama la derecha desplegó de manera más abierta su
hostilidad racial. Uno de los logros legislativos distintivos de Obama
fue la Ley de Cuidado de Salud Asequible (Affordable Care Act), un
programa para ampliar el acceso a la asistencia médica que preservaba el
sistema privado de atención de la salud al tiempo que proporcionaba
subsidios para quienes no pudieran pagar un seguro. Aunque este programa
se había implementado de manera exitosa en el estado de Massachusetts
con un gobernador republicano, los activistas del Tea Party lo
consideraron, como Reagan en 1961, el fin de la libertad. De hecho, se
aprobó sin ningún voto republicano en el Senado y con solo uno en la
Cámara de Representantes. En las elecciones de 2010, el Partido
Demócrata perdió el control de esta última y el declive continuó durante
el resto de la presidencia de Obama en los niveles federal y estatal.
Los demócratas controlaban 59% de las legislaturas estatales y 58% de
las gobernaciones en 2008; en 2016 controlaban solo 31% de las
legislaturas y 32% de las gobernaciones
6.
Mientras tanto, los activistas del Tea Party continuaron empujando al
Partido Republicano hacia la derecha. Cuando Obama fue reelegido en
2012, el periódico satírico
The Onion publicó de inmediato un
titular profético: «Después del triunfo de Obama, el líder de las
encuestas para el Partido Republicano en 2016 es una candente esfera de
pura furia chillona».
De ese modo, la presidencia de Obama
proporcionó varios ingredientes que motivaron a la gente a girar más a
la izquierda. Ya venía precedida de una desastrosa presidencia
republicana que condujo a una crisis del capitalismo desregulado.
Durante la presidencia de Bush, los liberales pensaron que sacarlo del
gobierno resolvería la mayoría de sus problemas. Pero a pesar de la
integridad personal e inteligencia de Obama, este no logró enfrentar a
un Partido Republicano cada vez más radical, ni unir al país frente a
una derecha cada vez más extrema que no estaba interesada en la unidad.
En un discurso de 2004 que le dio proyección nacional, Obama había
argumentado, apelando a un juego de palabras, que «no existe una América
liberal y una América conservadora; existe Estados Unidos de América».
Pero la respuesta a su propio gobierno mostró que, por muy atractivo que
pareciera ese mensaje, no resistía la realidad.
Su presidencia
también dejó en evidencia que había «una América de izquierda». En ese
sentido, la era Obama se asemejó a los años 30 y 60 del siglo
xx, dos periodos de fuerte movilización de la izquierda en
eeuu
que tuvieron al frente presidentes ostensiblemente liberales. Uno de
ellos fue Franklin D. Roosevelt, cuyo programa, conocido como New Deal,
creó empleos y amplió la seguridad social en el contexto de la Gran
Depresión.
El movimiento sindical logró enormes avances en la década de
1930, apoyando e impulsando a Roosevelt al mismo tiempo. De manera
similar, en la década de 1960, el movimiento por los derechos civiles
condujo al presidente Lyndon Johnson a aprobar una ley que llevara la
democracia al sur de
eeuu y a garantizar
la igualdad de derechos para los afroestadounidenses. Johnson también
expandió el seguro social mediante proyectos de ley que garantizaban
atención médica a los ancianos y a los pobres. En comparación con
Roosevelt y Johnson, Obama tenía un menor margen de maniobra en el
Congreso y dejó un legado de avances legislativos mucho más modesto:
redujo a la mitad el porcentaje de la población sin seguro médico y
reintrodujo impuestos ligeramente más altos sobre los más ricos. El
avance social más importante durante el gobierno de Obama, el matrimonio
igualitario para las parejas
lgbti,
llegó a través de una decisión de la Corte Suprema (después de una
movilización en todo el país), por lo que no se trató de un tema en el
que la Casa Blanca desempeñara un rol decisivo.
El descontento de
la izquierda con Obama se manifestó a través de dos movimientos
sociales. El primero fue Occupy Wall Street en 2011, que se centró en la
desigualdad y la injusticia distributiva tras la crisis financiera.
Para algunos, Occupy, inspirado en una filosofía anarquista, carecía de
un programa de cambios estructurado, pero esto no le impidió instalar en
la agenda pública la cuestión de la desigualdad, que luego pasó a
formar parte del discurso hegemónico. Por ejemplo, cuando en 2014 se
publicó en inglés
El capital en el siglo xxi, del economista francés Thomas Piketty, el libro se convirtió sorpresivamente en un
best seller.
El segundo movimiento social fue el Movimiento por las Vidas Negras (Movement for Black Lives, m4
bl),
surgido en 2014, que se enfocó en las prácticas discriminatorias de la
policía en las comunidades afroestadounidenses, así como en un sistema
de justicia que produjo el mayor nivel de encarcelamiento per cápita del
mundo. Tanto Occupy
como m4
bl descubrieron
que su capacidad para difundir videos, compartir información y
organizarse a través de internet y de las redes sociales era clave para
hacer llegar sus mensajes.
Durante el gobierno de Obama, el
escenario mediático de la izquierda se transformó como producto de la
combinación de las redes sociales y la crisis económica. Los cambios
tecnológicos y legales produjeron la fragmentación de los medios de
comunicación, e internet permitió personalizar el consumo de noticias
según las preferencias individuales. Los medios de comunicación
continúan corroborando que audiencias pequeñas pero más apasionadas son
un modelo de negocio viable, o al menos un modelo que sirve como último
recurso, lo que propicia una información más abiertamente politizada. Al
mismo tiempo, debido a la crisis financiera, muchas personas con título
universitario, o que podrían haberlo obtenido y convertirse en
profesores, se encontraron sin empleo o subempleados. La crisis
económica proporcionó una fuerte dosis de conciencia de clase a jóvenes
escritores, que se abrieron paso a través de un paisaje mediático
impulsados por las redes sociales que acogieron cada vez más argumentos
radicales. Hubo un renacimiento de las publicaciones de izquierda.
The Baffler, una revista clásica de crítica cultural y política que tuvo un gran éxito en los años 90, fue relanzada en 2010.
Dissent,
la revista socialista democrática que comenzó a publicarse en 1954, se
alejó de sus orígenes de la Guerra Fría de la mano de una nueva
generación de autores más jóvenes.
Jacobin, que ha tenido un
gran éxito con las perspectivas marxistas y políticas pragmáticas que
ofrece, se comenzó a publicar a fines de 2010.
Current Affairs es otra revista socialista, lanzada en 2015. Y revistas liberales más tradicionales, como
Slate y
The New Republic,
también se desplazaron a la izquierda, a veces a través de autores que
se iniciaron en periódicos de izquierda de menor tiraje.
Bernie
Sanders logró captar con su campaña de 2015-2016 la energía de los
movimientos y comunidades de la izquierda con la bandera del socialismo
democrático. Incluso Hillary Clinton, que representaba simbólicamente la
continuidad dentro del Partido Demócrata, se presentó con una
plataforma más progresista que la de Obama en 2008 o 2012. Con la
derrota de Clinton frente a Trump en el Colegio Electoral y las
victorias republicanas que le dieron a ese partido el control de ambas
cámaras del Congreso, la izquierda quedó al margen del poder político,
si bien había sido reivindicada de diversas maneras en la batalla de
ideas.
Se demostró que había sido correcto oponerse a la guerra en Iraq,
poner en cuestión la respuesta frente a la recesión y rechazar de plano
comprometerse con un Partido Republicano cautivo de la extrema derecha y
respaldado por el dinero de los multimillonarios. En ese marco, resultó
conveniente para su desarrollo que Clinton fuera una candidata débil.
El
establishment político y mediático se vio sacudido por la victoria de
Trump, esperada por pocos. (Incluso Trump parecía sorprendido de que una
campaña vanidosa que probablemente vio como un ejercicio más de
construcción de su marca lo hubiera llevado a la Presidencia). La
misoginia y el racismo explícitos de Trump habilitaron a muchos a
expresar públicamente opiniones racistas y sexistas que habían aprendido
a ocultar. Su desinterés autoritario por las normas y los
procedimientos democráticos representaba al menos una amenaza potencial
para el Estado de derecho. Una de las respuestas ha sido una amplia
movilización: el rechazo de Trump, por supuesto, va mucho más allá de
quienes se autoidentifican como de izquierda.
La Marcha de las Mujeres
de enero de 2017, la mayor manifestación en la historia de
eeuu,
y la posterior Marcha por la Ciencia de abril del mismo año tuvieron
como objetivo formar un amplio frente de oposición. Las investigadoras
Lara Putnam y Theda Skocpol documentaron después de las elecciones una
oleada de activismo local conformado por mujeres blancas mayores
provenientes de los suburbios –que buscaban revitalizar el Partido
Demócrata y las instituciones democráticas básicas a través del trabajo
voluntario– que no fueron motivadas necesariamente por un programa de
izquierda
7.
Muchos
vivieron la elección de Trump como una emergencia política que resultó
ser más concreta para algunos que para otros. Durante la campaña, su
retórica no hizo hincapié en temas como el «Estado mínimo» del ala
empresarial del Partido Republicano, ni en los conocidos «valores
familiares» defendidos por su base evangélica conservadora, sino que
puso en primer plano la amenaza de diversos sujetos raciales indignos,
que muchos votantes blancos asocian con los afroestadounidenses de las
ciudades, los musulmanes o los inmigrantes latinoamericanos. El tema
central de su campaña fue el muro que prometió construir a lo largo de
los más de 3.000 kilómetros de la frontera con México. Después de asumir
el cargo, autorizó acciones agresivas por parte del Servicio de
Inmigración y Control de Aduanas de
eeuu (
ice,
por sus siglas en inglés), incluidas la separación de padres e hijos
solicitantes de asilo y la ubicación de niños en campamentos levantados a
lo largo de la frontera. Los defensores del poder y de la supremacía de
los blancos se sintieron alentados por el triunfo de Trump y por su
negativa a criticarlos.
La izquierda reaccionó. Tanto durante la
campaña de Trump como durante su gestión, las marchas de los neonazis y
los miembros de la «derecha alternativa» (
Alt-Right) han sido
respondidas con contramanifestaciones provenientes de brigadas
antifascistas conocidas como Antifa. Antifa cree en la acción directa y
trata de evitar que los grupos fascistas construyan plataformas para
difundir sus ideas. Los mitines supremacistas blancos parecen haberse
disipado, especialmente luego de que un supremacista embistiera con su
auto a una multitud que participaba de una contramanifestación en
Charlotte, Carolina del Norte, en agosto de 2017, hiriera a 40 personas y
matara a la joven activista Heather Heyer. Pero la amenaza persiste.
Más allá de Antifa, cuyos miembros deben estar dispuestos a pelearse a
puñetazos, otras ramas de la izquierda se han movilizado contra la
agenda racista de Trump: por ejemplo, hubo manifestaciones espontáneas
en los principales aeropuertos cuando Trump prohibió el ingreso de
visitantes y refugiados de ciertos países musulmanes, y también ha
habido marchas y campañas para apoyar la abolición de la
ice.
Pero
la acción directa no ha sido la única respuesta de la izquierda a la
elección de Trump, ni siquiera la predominante. Como dijo Maurice
Mitchell, del m4
bl y del Partido de las
Familias Trabajadoras (Working Families Party) con sede en Nueva York,
la elección de 2016 «radicalizó a los liberales y electoralizó a los
radicales». El grado de éxito de Sanders demostró que participar en la
política electoral no era un callejón sin salida para la izquierda y le
proporcionó una visión diferente del cambio. Como señaló el historiador y
activista Max Elbaum, gran parte de las utopías y el vanguardismo de la
izquierda de los años 60 están ausentes hoy en día. En la década de
1960, muchos creían que las acciones de unos pocos podían desencadenar
una revolución inminente; cuando Sanders habla de «revolución política»,
por el contrario, se refiere a la gente común comprometida con el
sistema político para enfrentar los intereses de los poderosos. La
izquierda de hoy, también la socialista, sabe que tiene que luchar por
millones. «Esta es una generación de personas que ha experimentado
reveses», dice Elbaum, «y que tiene una noción mucho más precisa de
dónde se ubica el resto de la sociedad que la que teníamos en la década
de 1960».
Desde la elección de Trump, los veteranos de la campaña
de Sanders se dispersaron formando nuevas organizaciones. Justice
Democrats [Demócratas por la Justicia] y Brand New Congress [Un Congreso
Totalmente Nuevo], por ejemplo, tienen como objeto apoyar la elección
de candidatos más progresistas para el Congreso –fue una convocatoria de
Demócratas por la Justicia la que terminó desencadenando la campaña de
Alexandria Ocasio-Cortez–. Our Revolution [Nuestra Revolución], otra
nueva organización, se creó con el fin de preservar la red de
voluntarios de la campaña de Sanders. Y
dsa,
una agrupación política y activista de larga data, experimentó un
incremento inmediato en el número de sus afiliados. Surgida a partir de
las escisiones del Partido Socialista en la década de 1970, cuando era
esencialmente la corriente «centrista» de los socialdemócratas,
dsa
viró a la izquierda en el nuevo escenario. Michael Harrington, su
fundador, había señalado que su objetivo era trabajar para ser el «ala
izquierda de lo posible», tanto dentro como fuera del Partido Demócrata,
mientras que muchos de los nuevos reclutas de
dsa
quieren que la agrupación actúe como una organización socialista más
militante y que apoye explícitamente a los candidatos socialistas. Esto
ha ocurrido en muchas elecciones en todo el país, en las que los
candidatos socialistas se postulan para cargos en las juntas escolares,
los consejos municipales y las legislaturas estatales, y a veces logran
ingresar.
Las transformaciones políticas se han ido abriendo camino también a través de otras instituciones. El suplemento de opinión del
New York Times,
por ejemplo, tiene un grupo de columnistas habituales que estuvo
dominado durante mucho tiempo por escritores de centro, algunos de ellos
liberales (aunque no demasiado) y otros pocos conservadores (si bien en
su mayoría son anti-Trump). En tono de autocrítica por haber
malinterpretado la dinámica de las elecciones de 2016, un día el diario
abrió sus páginas a las cartas de los partidarios de Trump. Pero los
partidarios de la izquierda señalaron que sus puntos de vista también
habían estado ausentes. Desde entonces, el suplemento ha incorporado a
Michelle Goldberg, una autora feminista liberal de izquierda, y a
Jamelle Bouie, quien escribe de manera convincente sobre la intersección
entre raza y capitalismo desde una perspectiva de izquierda. «Hay una
sensación general de que la izquierda está donde están las ideas»,
comenta Goldberg, y de que como es difícil que el conservadurismo de
Trump esté bien respaldado por un sólido conjunto de ideas, «los debates
más fructíferos tienen lugar entre los liberales y la izquierda»
8.
Si
la izquierda incursionó en instituciones tradicionales después de la
elección de Trump, sus instituciones paralelas demostraron no ser menos
influyentes. Al tiempo que aumentó el número de afiliados de
dsa, también creció el número de suscripciones a revistas socialistas, especialmente a
Jacobin, con la cual
dsa no tiene relación formal pero cuyo público es similar (hay clubes de lectura de
Jacobin en muchas de las secciones de
dsa, por ejemplo). Mientras que los medios de comunicación corporativos como
msnbc
a veces difunden ideas socialdemócratas, el canal todavía no incluye a
referentes socialistas y gran parte de su programación ha buscado ganar
audiencia recurriendo al estado de shock y miedo de los liberales
antitrumpistas. Los socialistas han creado sus propios medios de
comunicación: el controvertido podcast
Chapo Trap House, por
ejemplo, combina un agudo análisis político de izquierda, un humor algo
vulgar derivado de su fuerte implicación con la cultura de internet y la
mofa habitual hacia los liberales. No es parte de una cadena ni recibe
publicidad, y les paga a sus presentadores mediante aportes de los
oyentes.
Algo similar ha ocurrido en el mundo de los
think tanks. En el sistema estadounidense, los
think tanks
cumplen dos funciones: sirven como intermediarios entre los políticos y
las ideas y proporcionan empleo a los asistentes políticos cuando su
partido está fuera del poder. Muchos de los
think tanks
liberales están estrechamente ligados al establishment del Partido
Demócrata y son hostiles a las ideas de la izquierda. Pero hay otros que
están posicionados para servir como respaldo intelectual a quienes
buscan reformar el partido en una dirección más progresista, sobre todo
en sus propuestas económicas. Si bien el Instituto Roosevelt ha existido
desde 1987, sus socios están cada vez más involucrados en los esfuerzos
por proporcionar solidez intelectual y experiencia en materia de
políticas para lograr lo que el presidente Roosevelt denominó la
«Segunda Declaración de Derechos» en 1944, que sin embargo nunca se puso
en práctica: empleo garantizado, vivienda, atención médica y educación a
través de una importante expansión del gasto público
9.
En otros ámbitos, los pensadores de izquierda están encontrando formas
de producir ideas fuera de los canales tradicionales que requieren
donantes importantes que tienden a comprometer los objetivos
redistributivos: Matt Bruenig, por ejemplo, despedido de Demos, otro
think tank de la izquierda progresista, fundó su propio grupo, el People’s Policy
Project
10. Escribe artículos en apoyo de un
eeuu «más escandinavo» y opera con un modelo de financiación de donantes similar al de
Chapo Trap House.
Si
bien todavía las elecciones de 2020 están relativamente lejos, las
primarias demócratas ya están en marcha, aunque no todos los posibles
candidatos se han lanzado aún al ruedo. Sanders se postuló nuevamente;
todavía convoca a grandes multitudes y está recaudando fondos con éxito a
través de su red de pequeños donantes (la contribución promedio a su
campaña en 2016 fue de 27 dólares; ahora pide esa cantidad). Esta vez,
Sanders opera con mayor profesionalismo y una política exterior bien
desarrollada de internacionalismo progresista antioligárquico. Sanders
ya ha recibido el apoyo de
dsa y
Jacobin.
Elizabeth Warren, una senadora de Massachusetts, es otra candidata
posible de la izquierda, con políticas razonadas y detalladas que
apuntan a reformas importantes del capitalismo estadounidense, que
incluyen la coparticipación de los trabajadores de las empresas. Para
los socialistas de
Jacobin, la diferencia es que Sanders
representa la «tradición socialista», mientras que Warren es el «extremo
izquierdo del liberalismo de clase media»
11.
Sin embargo, si alguno de los dos resultara elegido, el tipo de
gobierno que podría impulsar probablemente tendría más que ver con sus
márgenes de maniobra en el Congreso y con su capacidad para inspirar
movimientos de masas.
Esta tensión entre las necesidades de los
partidos y las de los movimientos sociales es uno de los mayores
obstáculos estructurales para la izquierda en un futuro próximo. El
punto es que la izquierda, si bien es más numerosa de lo que ha sido en
generaciones, sigue lejos de ser mayoritaria:
dsa
tiene solo 60.000 miembros que pagan cuotas en un país de más de 300
millones de habitantes. Para algunos, en la izquierda, el Partido
Demócrata es una presencia tóxica, que sigue representando lo que se ha
llamado «el segundo partido capitalista más entusiasta de la historia»
12.
Mientras que Sanders participa en las primarias demócratas y trabaja
con los demócratas en el Congreso, él es técnicamente independiente. Y
muchos socialistas coinciden con esa posición.
Otros que aceptan
una identidad socialista, como Ocasio-Cortez, se refieren al Partido
Demócrata como «nuestro partido», en un intento de disputar la propiedad
del partido y transformarlo desde adentro. En su primer día en el
Congreso, por ejemplo, Ocasio-Cortez se unió a activistas del movimiento
Sunrise, un grupo creado en 2017 y liderado por jóvenes, para luchar
por una respuesta concreta a la amenaza del cambio climático. Realizaron
una sentada como protesta en la oficina de Nancy Pelosi, líder
demócrata de la Cámara de Representantes. Sin embargo, el Partido
Demócrata no desea ser transformado y recientemente ha tomado medidas
para reducir el riesgo de que los candidatos que ya ocupan cargos sean
desafiados por los recién llegados.
El argumento de la izquierda
es doble: que los votantes demócratas son más progresistas que sus
representantes surgidos de las urnas y que no hay otra opción que
promover políticas audaces y transformadoras. En ese espíritu, el mayor
logro político de la nueva izquierda es la propuesta de un «Green New
Deal» (Nuevo Pacto Verde). Combina las ideas del movimiento ecologista
con los reclamos de justicia social, entre ellos la garantía de empleo y
la atención médica universal. Para los críticos de la derecha (y del
centro), se trata de una lista de objetivos de la izquierda disimulados
detrás de la legislación ambiental, aunque realmente estas metas no
están muy escondidas: la acumulación de demandas es intencionada. Para
evitar un cambio climático absolutamente catastrófico se requerirá una
rápida descarbonización de la economía mundial, y eso demandará cambios
sustanciales en el estilo de vida intensivo en energía del
estadounidense medio, lo que incluye la infraestructura dependiente de
los automotores con que opera la mayor parte del país. Como dice un
activista de Sunrise:
Como eslogan de campaña y plataforma
política, el Nuevo Pacto Verde captura los valores y la visión que
resuenan entre los estadounidenses decepcionados por décadas de consenso
neoliberal. Es un programa de gran envergadura con precedentes
históricos para frenar a la elite codiciosa y poner a trabajar a los
ciudadanos comunes para evitar calamidades.
13
Estos cambios tendrán efectos adversos para algunos sectores de la
población, que necesitarán de la protección de un Estado de Bienestar
más robusto. «El Nuevo Pacto Verde no es el único enfoque», escribe
Jedediah Britton-Purdy, «pero sus grandes ambiciones marcan el terreno
en el que se desarrollarán las futuras contiendas climáticas»
14.
Y es popular: dado que recibe el apoyo de 71% de los votantes del
Partido Demócrata, es probable que una parte significativa del programa
sea retomada por sus precandidatos presidenciales
15.
Pero
la izquierda se enfrenta a varios obstáculos, más allá de la necesidad
de transformar el Partido Demócrata. Tradicionalmente, la base de masas
de la izquierda ha estado en el movimiento obrero. Pero la densidad
sindical del sector privado, que viene reduciéndose hace décadas, se
sitúa ahora por debajo de 7%. Si bien han sido más progresistas en los
últimos años, las principales organizaciones sindicales, como la
Federación Estadounidense del Trabajo - Congreso de Organizaciones
Industriales (
afl-cio, por sus siglas en inglés), no son confiables para la izquierda –la
afl-cio
se opuso, por ejemplo, al Nuevo Pacto Verde–. En los últimos años se
han llevado a cabo con éxito nuevas campañas de sindicalización de
periodistas, estudiantes de posgrado y trabajadores hoteleros, pero los
intentos por sindicalizar a los trabajadores del sector automotriz en el
sur han fracasado.
Hay, no obstante, algunas señales de regreso
de un sindicalismo de clase. La campaña «Lucha por 15 dólares» ha
logrado obligar a las ciudades y estados a aumentar el salario mínimo. A
principios de 2019, los trabajadores de control de tráfico aéreo
ayudaron a poner fin a un cierre del gobierno diseñado por Trump
16.
Y ha habido una importante militancia en el sector público, donde
alrededor de 35% de los trabajadores está sindicalizado. Ha habido
huelgas de sindicatos de docentes en bastiones progresistas como Chicago
y Oakland y en áreas más conservadoras como Virginia Occidental y
Arizona. La huelga de Chicago de 2012, que de alguna manera sirvió de
modelo, no solo exigió mejores condiciones para los docentes, sino
también un mayor compromiso para financiar bienes públicos como la
educación. «El sindicalismo ha sido la única institución a gran escala
financiada e impulsada por sus miembros que estuvo constantemente en
contra de la extrema derecha», señala Calvin Cheung-Miaw, ex-activista
sindical, y tiene una capacidad única para abogar por los bienes
sociales. Pero el movimiento sindical tiene un largo camino por recorrer
para convertirse a una política de clase sólida, y una mejora material
sustancial de los trabajadores requeriría reformas en las leyes.
Una
cuestión adicional es la distribución geográfica de la izquierda,
concentrada en centros urbanos y ciudades universitarias. Hay
suficientes socialistas en Nueva York como para ser el tema de un
detallado artículo sobre la escena socialista en la ciudad
17.
Pero Jesse Myerson, un activista que dejó Nueva York para ir al sur de
Indiana después de la elección de Trump, encontró que la región
ha
sido devastada por sucesivas olas de deslocalización y agonía: la
concentración de las granjas en la década de 1980, la
desindustrialización en la década de 1990, la burbuja inmobiliaria de la
década de 2000, y ahora una crisis de consumo de drogas brutal que
afecta a todas las comunidades. Si a esto le sumamos la despiadada
manipulación de circunscripciones electorales, la intensa supresión de
votantes y las purgas, y la implementación de la ley laboral
[Right-to-Work Law] que regula la sindicalización, el resultado es una
población atomizada, temerosa, que desprecia la política y carece de
cualquier marco conceptual, ni hablar de los medios más evidentes para
construir el poder colectivo.
Myerson impulsó acciones contra los neonazis y advierte que las zonas rurales
no
están en el radar de los donantes políticos y activistas costeros que
determinan en gran medida qué grupos se financian y con qué fondos, y la
mayoría de los Hoosier [residentes de Indiana] que podrían estar
interesados en luchar por una sociedad más libre y democrática han huido
de Indiana en busca de salarios más altos, una mayor infraestructura
cultural e intelectual y comunidades con mayor apertura hacia
orientaciones, perspectivas y estilos de vida que siguen siendo tabúes
en las zonas rurales.
18
La
distribución demográfica de la izquierda es otro desafío. El Partido
Demócrata (que no es lo mismo que la izquierda, por supuesto) hoy
consiste principalmente en una coalición de minorías raciales y
liberales blancos educados. Dada la segregación racial masiva e
institucional que caracteriza la vida estadounidense, existe una brecha
social significativa entre estos grupos. Desde las elecciones, ha habido
un debate para nada constructivo sobre si fue el «racismo» o el
«neoliberalismo» el elemento principal en la elección de Trump, como si
la cuestión, tanto en la actualidad como a lo largo de la historia
estadounidense, no fuera la forma en que la raza y el capitalismo han
interactuado dividiendo los movimientos contra la explotación y la
opresión.
Muchos grupos socialistas ponen el acento en las
cuestiones de clase y critican la celebración liberal superficial de la
diversidad que deja intactas las desigualdades. No obstante, esto puede
sonar como una subestimación del racismo o de las perspectivas de género
si no se lo expresa con cuidado. Esta es una debilidad de Sanders, que
no es tan cuidadoso como debería, especialmente dado que es poco
representativo de la diversidad demográfica de la generación más joven,
que se muestra más entusiasmada con la creación de un país más
socialdemócrata. La cuestión de las reparaciones por la esclavitud ha
surgido en las primarias demócratas y no hay una opinión unificada en la
izquierda sobre la mejor manera de abordarla (las brechas de riqueza
por raza en
eeuu son enormes y son el
resultado no solo de la esclavitud, sino también de la discriminación
continua contra las minorías, así como de las políticas gubernamentales
supuestamente neutrales en cuanto a la raza implementadas en el siglo
xx,
tales como el subsidio a la vivienda y los beneficios educativos para
los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, que ayudaron
desproporcionadamente a los hogares blancos a incrementar su riqueza).
El hecho es que
dsa, por ejemplo, es una
organización predominantemente blanca y masculina, y siempre existe el
peligro de que los socialistas blancos intenten hablar en nombre de los
aliados en lugar de escucharlos.
El desafío más importante es el
de una política de coalición en constante cambio y la posibilidad del
fraccionalismo. Actualmente, la mayor parte de la izquierda adoptó una
estrategia de frente amplio. Puede haber desacuerdos entre
socialdemócratas y socialistas democráticos, pero están de acuerdo (al
igual que muchos progresistas) en la necesidad de fortalecer el Estado
de Bienestar y eso probablemente llevará muchos años de trabajo. Algunos
desacuerdos pueden posponerse indefinidamente. Individuos y
organizaciones como
dsa están trabajando
tanto dentro como fuera del Partido Demócrata, lo cual resulta muy
apropiado. El hecho de que haya muchas organizaciones de izquierda, cada
cual con énfasis ligeramente diferentes, abre múltiples puertas de
acceso para personas de diferentes ámbitos y características personales.
La multiplicidad de organizaciones también puede resultar una
protección: por ejemplo, la Organización Socialista Internacional, de
matriz trotskista, se disolvió en marzo de 2019 como consecuencia de
acusaciones de agresión sexual contra sus líderes, con un impacto
relativamente bajo en la fuerza general de la izquierda. No obstante, la
diversidad plantea cuestiones de coordinación y la posibilidad de
desacuerdos reales sobre cuestiones tácticas o de fondo.
Pero la
necesidad de que la izquierda afirme una identidad distinta de la del
liberalismo es un verdadero desafío estructural, dado que la izquierda
necesitará a los liberales como socios de coalición. Independientemente
de quién gane, las próximas primarias demócratas proporcionarán pruebas
claras sobre la capacidad de la izquierda de dar forma a la dirección
política del país. A pesar de su plataforma relativamente progresista,
Clinton trató de ganar las elecciones de 2016 atrayendo a los
republicanos descontentos. Queda por ver si el candidato hará lo mismo
en 2020 o si recurrirá a quienes pueden fortalecer la base activista del
partido. Lo que queda claro es que las condiciones históricas han
producido una izquierda resurgente y revitalizada en
eeuu,
comprometida con un país más igualitario, inclusivo y justo. Por
primera vez en décadas, la izquierda ha tenido que pensar en formular un
programa para gobernar y mantener el poder, no solo articular críticas a
los programas existentes. Y sus bases, en todo el país, están
trabajando para enfrentar el desafío.
Nota: traducción del inglés de Rodrigo Sebastián.